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En esta era de sobreproducción mediática, la inmunidad informativa es una cuestión de vida o muerte. Cuando el mecanismo de defensa falla e impresiones extrañas apabullan al consumidor, el fin parece cercano. Para frenar la indiferencia paralizadora se receta una dieta rica en medios. La presión a que se somete a los ciudadanos del planeta para que transformen continuamente su imagen del mundo y pongan en funcionamiento innovaciones técnicas les coloca en una situación de permanente inseguridad. El afán por crear desaparece y sólo somos capaces de reaccionar ante el abrumador espectro de posibilidades. La información ya no es un estímulo para el interés sino una avalancha hostil, una amenaza física. Del intercambio a la supresión: la comunicación está acechando la existencia en estado puro. Se acabó la inocencia de los medios. Tras el crecimiento descontrolado de los ochenta vendrá un periodo de estancamiento. La propagación de una mentalidad de moderación presagia este estancamiento. Se nos está haciendo ver desde todos los ángulos que debemos dejar de manejar información e imágenes de modo irresponsable. Por ello los medios de comunicación y el tráfico de datos, al igual que otros sectores de la sociedad occidental, deben rendirse a los dictados de la ecología en su presentación de la información. El medio ambiente es algo más que plantas y animales en peligro, es una mentalidad que, con conceptos abstractos como "conservación" y "reciclaje", considera la esfera artificial de los medios como una tercera o cuarta naturaleza. Se impone el estado de vigilancia ante la posibilidad de contaminación innecesaria o de desperdicio incontrolado. Los usuarios concienciados de los medios encuentran un "equilibrio natural" entre la recepción y la transmisión de información. Tras la euforia de entrar en contacto con las nuevas tecnologías, estos usuarios buscan un equilibrio entre el entorno inmaterial, que evoca mundos imaginarios, y el biográfico, donde habita nuestra propia carne. Este equilibrio se considera necesario para proteger a los pioneros de la tierra de la información (que trabajan en la "frontera electrónica") del mono de la adicción. Tras el éxtasis característico de la fase de emancipación percibimos un sentimiento de insatisfacción hacia la tecnocultura y es posible que estos pioneros estén buscando una salida destructiva. Demasiado a menudo las grandes expectativas se convierten en grandes decepciones que inspiran el odio hacia el mecanismo. Deleuze y Guattari llamarían a esta nausea inesperada que surge en quienes se han dejado llevar por la riada de signos sencillamente "antiproducción". ¿En qué consiste el "drama de las comunicaciones" (adaptación libre de Alice Miller), en que de momento sólo recibamos señales y no enviemos ninguna como respuesta o, por el contrario, que arrojemos demasiada información al mundo sin apenas recibir nada a cambio? Entre los trabajadores de la información está surgiendo una sensación de vacío y sin sentido, que sólo puede compensarse temporalmente con la introducción de nuevo software y hardware.
Los medios soberanos se aíslan de la hipercultura. No buscan conexión, se desconectan. Este es su punto de partida, desde el que se realiza nuestro lanzamiento. Los medios abandonan la superficie mediática y ponen en órbita la red multimedia como si se tratase de satélites.Estos autodidactas de la técnica se encierran en mónadas construidas por ellos mismos: "unidades indivisibles" de tecnologías introvertidas que, como una habitación sin puertas ni ventanas, desean negar la existencia del mundo. Este acto es una negación de la máxima "Estoy conectado, luego existo" y no oculta ni el más mínimo deseo de volver a la naturaleza. Los trabajadores no critican los barrocos entornos de información, ni los sienten como una amenaza; los consideran materiales listos para usar cuando lo deseen. Actúan más allá de lo limpio y lo sucio, en un sistema de basuras controlado por un caos purasangre. Su búsqueda despreocupada por los archivos universales de los medios no es una estrategia de dirección para sacudir la creatividad atascada. Estos medios negativos no admiten ser definidos en términos positivos y no sirven para nada. No reclaman la atención de nadie y no enriquecen el paisaje mediático actual. Una vez que se desligan de todo contexto significativo, pasan a trompicones de una colección de audio y vídeo a la siguiente. Las conexiones se multiplican autónomamente generando un espacio sensorial tan relajante como desasosegador. Este enredo jamás se podrá explotar de nuevo como género sensible a las tendencias. Toda la información del mundo puede constituir tanto un hermoso parque de atracciones como una prueba de supervivencia de alto riesgo para paranoicos sobre la que el humor desciende como un ángel de salvación en momentos embarazosos para sacar el programa del lodo. Al contrario que los antimedios, basados en una crítica radical de la producción (artística) capitalista, los medios soberanos se han alienado por completo del negocio de la política y del mundo del arte. Un acusado desinterés mutuo obstaculiza toda interacción. Los medios soberanos se mueven en un mundo paralelo a los del arte y la política, con los que no interfieren. No se ofrece información negativa ni una crítica de la política o del arte que sirva para entablar un diálogo con las autoridades. Los medios, que una vez fueron soberanos, ya no reciben ataques sino que se toleran y por supuesto se ningunean. Pero esta falta de interés no es el resultado del desprecio hacia el amateur y su hobby, ni hacia el infantilismo político, en todo caso es la actitud contemporánea hacia cualquier imagen o sonido que se concede al mundo.
Los medios soberanos están equipados con sus propios propulsores y no necesitan el impulso de sus posibles predecesores ni de otros medios. El concepto estos medios es distinto al de los medios alternativos de la era post 68 y al de los medios autónomos "internos" de los 80. Los medios alternativos funcionan según el principio de la "antipublicidad" y actúan como espejo de los medios de mayor relieve público, que en su opinión deben reformarse y complementarse. Esta estrategia pretende conseguir que el individuo sea consciente de su comportamiento y no sólo de su opinión. El proceso se reflejará en última instancia en un cambio en la opinión pública. Estos pequeños medios no plantean reivindicaciones generales, sino que funcionan siguiendo una variante positiva del modelo expansivo que presupone que, a la larga, todo el mundo, ya sea independientemente o a través de los medios de comunicación, estará informado sobre el problema que se aborda. Presuponen una rígida estructura que se extiende alrededor y a través de la sociedad de forma que al final el activismo de unos pocos provocará una reacción en cadena en la que participarán muchos. Hasta que llegue ese momento, estos medios se dirigirán a un grupo relativamente pequeño en la certidumbre de que la información que dan no quedará atrapada en un gueto ni se volverá en su contra transformándose en debates internos. Los líderes de opinión de la izquierda liberal son el objetivo principal de este "modelo megáfono". Estos líderes, que no tienen tiempo para acumular información ni para inventar argumentos, contratan a especialistas con motivaciones políticas para realizar estas ingratas tareas. Los movimientos de los sesenta y los setenta ampliaron así el alcance de temas como el feminismo, el tercer mundo y el medio ambiente. Sin embargo, a causa de la profesionalización y del conformismo de los mercados en estos círculos, la gente se ha pasado a los medios de comunicación "de verdad". Ahora que los movimientos se han convertido en algo tan virtual como los medios en los que aparecen, los laboratorios donde actualmente se ponen a prueba la información y los argumentos se han convertido en una parte inseparable del proceso de fabricación de estos medios. A finales de los setenta, los radicales que se cansaron de esperar a que otros cambiasen su forma de pensar fundaron los llamados "medios internos". Precisamente en el momento en que los medios de comunicación oficiales comenzaban a emanciparse y conceptos como el de "prensa" y "opinión pública" desaparecían de escena, un grupo de activistas perdió la fe en sus sordos conciudadanos y se puso manos a la obra por su cuenta. Aunque para las personas ajenas al grupo que no estaban al tanto de esta evolución los "medios internos" parecían ser sólo una continuación de la actividad de los medios alternativos, en realidad, el grupo renunció al modelo expansivo y, como los medios de comunicación oficiales, se volvió sigiloso. El espejo de los medios alternativos se hizo añicos. Ya no tenía sentido continuar apelando a la responsabilidad pública, era necesario buscar un nuevo ente imaginario en el que concentrarse: "el movimiento". Aunque sólo estaban disponibles a nivel local, no les preocupaba nada la restricción regional que los medios de comunicación locales en plena ascensión se habían impuesto a sí mismos. Ya no deseaban ser periódicos urbanos alternativos. Tanto en su formato como en su contenido se volvieron transnacionales, como ocurrió con medios del mismo tipo por todo el mundo. No querían tener nada que ver con el crecimiento. Su brillante diletantismo resultó no ser una enfermedad infantil sino una característica esencial. Como residuo de los desaparecidos movimientos radicales, que estallan de vez en cuando, su continuidad y inalterabilidad se mantienen asombrosamente hasta la fecha. No se pueden reducir a su dogma. Se alejan del reducido tiempo de los medios y crean su propio tejido espaciotemporal.
Los espacios soberanos son la flor y nata de las labores misionales que se llevan a cabo en la galaxia de los medios. Han cortado todos los vínculos imaginarios que aún mantenían con la verdad, la realidad y la representación. Ya no se concentran en los deseo de un grupo específico que constituye el objetivo, como aún hacen los "medios internos". Se han emancipado de toda audiencia potencial y por tanto no se dirigen a su audiencia como a un segmento de mercado maleable, sino ofreciéndoles el "espacio de realeza" que el otro se merece. Su objetivo y su legitimidad no se encuentran fuera de los medios, sino en una "ausencia total de control". Su comportamiento aparentemente narcisista es testigo de su seguridad en sí mismos, una seguridad que no es la difusión. La señal está ahí, solo hace falta recogerla. Los medios soberanos nos invitan a montarnos sin titubeos en el autobús de los medios. Tienen un pacto secreto con el ruido, padre de toda información. Y el tiempo no es un problema: hay espacio tanto para la versión ampliada como para el muestrario de citas. Esto sólo es posible por obra y gracia de su falta de perfil. Sin intentar ocultar su existencia, los medios soberanos siguen pasando desapercibidos, ya que permanecen en el punto ciego que crean en el ojo las brillantes radiaciones de los medios. Por ello no necesitan llamar la atención como tendencia vanguardista y esperan dar al arte un nuevo impulso. La razón por la que los medios soberanos son tan difíciles de identificar como categoría aislada es porque la forma en que se manifiestan no puede nunca brillar en todo su esplendor. Los productores de programas no se muestran, sólo vemos sus máscaras en las manifestaciones que nos resultan más familiares. Cada experimento que se lleva a cabo con éxito y que se puede dar como ejemplo de afirmación artística o política queda inmediatamente expuesto a la contaminación. Los mezcladores no provocan por sí mismos, sino que infectan a los que aciertan a pasar por allí con banalidades corruptas que se presentan en toda su amistosa trivialidad. Un enredo inextricable de significados e ironía impide al intérprete experimentado de los medios entenderlos. La atmósfera dentro de la cabina sellada está en lucha con la ideología de la captación de apoyos. Como mecanismo central de coordinación, el ordenador somete a todos los antiguos medios al régimen digital. Los medios soberanos, por su parte, hacen sus propias conexiones, que no se pueden traducir a un único código universal. Se pone a prueba la alta tecnología, que queda patas arriba. Pero este viaje al interior de la máquina no resulta en una obra de arte multimedia integral. La falta de fe en la participación total de los sentidos y en la representación técnicamente perfecta es demasiado poderosa. La energía necesaria se genera sencillamente por medio de cortocircuitos, de la confusión de las lenguas, de alteraciones atmosféricas y del choque de culturas. Sólo cuando las redes dirigidas informáticamente empiecen a romper sus propias conexiones y a asustar a sus potenciales usuarios podrán los soberanos establecer la conexión.
[Trad. Carolina Díaz]
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*ADILKNO, Fundación para el Desarrollo del Conocimiento Ilegal (Foundation for the Advancement of Illegal Knowledge, ILWET), Amsterdam, 1995
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