martes, 30 de junio de 2009

Honduras, Chávez y cómo se puede tostar granizo

El domingo 27 nos levantamos con la noticia que en Honduras el ejército había depuesto y enviado el exilio al presidente Zelaya, basados en argumentos que la propia constitución hondureña establece, pero dentro de una práctica fuera de todo procedimiento legal. Pues sí, era volver a los golpes de gorilada de los años 60's y 70's, o tal vez en apariencia, diría yo.

Todo el día domingo me mantuve en alerta e intentando entender la lógica de un acto tan torpe, que estaba lejos de cualquier posible manejo ni de los servicios secretos gringos, pero tampoco creí capaz de semejante desatino a la oposición hondureña, considerando que apenas le faltaban unos meses a Zelaya para terminar, sin pena ni gloria, su mandato de cuatro años.

¿Quién podría salir beneficiado de semejante torpeza? ¿La oposición a Zelaya?

La respuesta rotunda es NO, los menos beneficiados con ello son los de la oposición, tomando en cuenta que el gobierno de Zelaya se había caracterizado por ser bastante mediocre y que él (Zelaya) era un poco menos que un cadáver político.

Tampoco creo que la agencia de inteligencia gringa esté detrás de los hechos, porque si fuese así sería conveniente que le sea retirada la I de inteligencia en su nombre.

¿Entonces?

Si se vuelve a ver, es Chávez y el ALBA los únicos directamente beneficiados, tanto así que podría apostar que Zelaya sería restituido en su cargo hasta el fin de esta semana.

¿Sainete?

Sí, muy elaborado, pero que permitiría resucitar a Zelaya, conseguir la reforma constitucional, la reelección y un congreso dócil, todo esto con la eliminación efectiva de comandante del comando conjunto, aquel que le molestaba como una piedra en el zapato. Elaborado por los servicios de inteligencia venezolana, usando como “bobos útiles” tanto a militares como a jueces hondureños.

Me podrán decir que estoy apelando a la teoría de la conspiración, y sí, no apelo, solo intento darle lógica a un hecho en apariencia tonto. También me dirán que soy un perro de la derecha, a lo que simplemente me reiría, ya que en política lo imposible puede ser posible, tanto que hasta se podría tostar granizo y servirlo como un delicioso canguil.

jueves, 25 de junio de 2009

el capitalismo es la única utopía

Entrevista a Slavoj Žižek
Lisy Smiles / 15 de mayo de 2005


Poca gente en el hall. Se escuchan voces suaves, mientras centenares de filas de sillas pueden verse esperando por una conferencia. Pero algo inquieta, y es la prometida presencia del filósofo esloveno Slavoj Žižek. Llega junto a dos mujeres que le indican hacia dónde debe ir. Observa, avanza, para, retrocede, duda, va hacia un costado y de golpe encara para el ascensor. Así, fue el ingreso de Žižek en la sede de Gobierno de la UNR, el primer viernes de mayo cuando disertó invitado por el Centro de Estudios Interdisciplinarios y la Escuela de Orientación Lacaniana. Esa manera de pasearse ante la mirada de sus acólitos fue coincidente con su sorprendente modo de analizar los tiempos que corren. "Estoy perplejo", se animaría a admitir minutos después al referirse al presente.

Žižek utiliza herramientas diversas para cincelar sus pensamientos. Sin duda, el psicoanálisis y el marxismo operan de clara plataforma para que surjan sus interpretaciones, pero también recurre al cine (y no al de culto, sino al de Hollywood) y a los chistes para develar la relación entre ideología y sujeto. Se define como un viejo marxista naif y desde ese lugar provoca: "El capitalismo es la única utopía (en tanto imposible)".

Es que Žižek se ha tornado un guía un tanto huidizo para quienes aún acostumbran a moverse en delimitados campos de saber. "Soy filósofo", afirma como excusa para frenar las ansiedades de quien intente preguntarle sobre una andanada de tópicos "demasiado reales", según él mismo describe.

Vestido con una chaquetilla verde militar, con una bolsita de naylon donde se sospecha un libro, Žižek acepta el diálogo con los medios rosarinos. Es que él mismo pidió que se organizara una conferencia de prensa para tener contacto con ellos antes de su disertación. El pedido coincide con parte de su métier, esa de analizar las constantes tensiones entre lo real y lo virtual, y cómo funciona la ideología, esa que fue dada por muerta cuando se acercaban los 90.

PARA MIS AMIGOS

Mira profundamente, gesticula sin cesar y sorprende. Es como que se para en determinado lugar y desde ahí vislumbra la existencia de otro. Así se anima a decir: "Si nosotros entendemos por utopía las cosas que son imposibles, entonces la verdadera utopía es que el actual capitalismo global va a seguir para siempre". Y casi en el mismo momento reitera su preferencia por describirse como un viejo marxista naif. Esa mirada, desde adentro pero a la vez lejana, es la que le permite jugar con la ironía para asestarle al capitalismo actual un futuro incierto.

La definición del actual capitalismo ("global, democrático y liberal") como la única utopía realista es pura ironía en Žižek. Entonces, una vez corrido el velo advierte su propia utopía. "Para mí la utopía política verdadera no es un sueño, es inventar una nueva forma de vida para poder sobrevivir. Así todas las utopías auténticas son, en ese sentido, un producto de la emergencia", describe.

EL MURO Y LAS TORRES

"¿Terminó la Edad Contemporánea?" es la pregunta que dispara una confesión de Žižek. "Estoy perplejo", dice y lo refiere al momento histórico actual. Un momento que sí se anima a describir como algo nuevo, cuyo hito iniciático fue la caída del Muro de Berlín en 1989.

"Por entonces, entramos en los gloriosos 90 -ironiza-, en la nueva utopía de la era, la utopía democrática, liberal, global; cuando se anunció el fin de la historia y que las ideologías morían", y esa utopía que surgió con la caída del muro prometía un sistema que trabajaría en forma global, en el cual "las cosas mejorarían gradualmente y todo el mundo se iba a unir en un imperio capitalista, liberal y democrático", pero hubo un nuevo derrumbe: las Torres Gemelas.

El 11/9 para el filósofo esloveno marca el inicio de un tiempo de descuento sobre la utopía iniciada con la caída del muro, un tiempo que opera como cuenta regresiva desintegradora. "Creo que el 11/9 señala el final de esa utopía", afirma y como demostración de la falacia de la libertad explica que mientras más productos básicos (commodities) circulan con mayor libertad, más paredes se levantan para impedir la libre circulación de personas por el mundo. "Cada vez más países levantan paredes de seguridad administrativa", insiste.

El hoy que lo deja perplejo es cómo explicar "la pesadilla de la utopía" y esa imposibilidad de analizarla engloba a una China "paradojal" en su capitalismo dinámico con un gobierno comunista. "Yo tengo un problema personal aquí porque pienso que no tenemos una buena respuesta sobre dónde estamos hoy, sólo puedo decir modestamente que estamos en el medio de la pesadilla", señala.

"NO MIREN A SADDAM"

La invasión de Estados Unidos a Irak es otro de los puntos polémicos en Žižek, ya que recibió duras críticas desde la izquierda por sus posiciones. Para él "no hay que caer en la trampa de si se condena o no la invasión de EEUU a Irak", sino mirar "algunas cosas" que quedan afuera de esa trampa que suele presentarse como "los enemigos de mis enemigos, son mis amigos".

"El gran misterio en torno a Irak no es por qué EEUU lo ataca sino por qué soportó durante 20 años el gobierno de Saddam, por qué permitieron los crímenes que cometió, por ejemplo contra los kurdos, o por qué no incluyó en la acusación formal el conflicto con Irán", dispara.

"Entonces -sugiere-, uno tiene que ver la guerra de Irak en su dimensión clave; yo creo que no fue acerca de Saddam ni de la cuestión del petróleo, sino que es el paradigma para instalar un nuevo orden mundial".

Y el blanco de esa guerra -que detesta al igual que al pacifismo impoluto- son los europeos. "El mensaje es: «No los necesitamos». Pienso que Irak fue el final de la Otan. No podemos pensar que si EEUU ataca a Saddam, Saddam es malo y viceversa. La cuestión es otra", concluye.

En ese marco es que lanza un desafío: "No miren más a Saddam, miren Uzbekistan, un hermoso país pero donde su presidente se proclamó padre de la Nación y ubicó a su madre como una divinidad, mientras suceden detenciones y torturas terribles, y ofreció su territorio a EEUU para que instale bases. Sobre esto no se dice nada, pero Uzbekistan es el gran aliado de EEUU en Europa del Este", advierte.

DOS POTENCIAS

"Me gusta descubrir Argentina", dice Žižek y encuentra cierto placer en ello. Es que para el filósofo, Eslovenia y Argentina poseen similitudes. Aunque geográficamente son diferentes, describe que poseen la virtud de la lejanía. Esa lejanía opera como una ganancia, más que como una pérdida. "Ambos podemos leer a Lacan pero estamos lejos de París", comenta en cuanto a la invasión psicoanalista en Argentina y allí reivindica el animarse a hacer lecturas periféricas.

Descubrir esa ganancia de la periferia es una de las claves del filósofo. Así explica por qué en su último libro recupera la figura del apóstol Pablo que fundó una pequeña comunidad desde donde se universalizó el cristianismo. Pero como si no fuera poco para un autodefinido teórico de izquierda reivindicar el cristianismo también realiza un paralelo con Lenin.

"Lenin era ruso desde afuera, él no era parte del círculo íntimo, lo mismo que Pablo, en relación al resto de los apóstoles. Es sólo desde ese lugar de la distancia mínima que se puede llegar a la interpretación creativa. Claro que los puristas o puritanos del centro reclaman que nosotros estamos haciendo la lectura equivocada, pero algunas veces esa lectura equivocada de un autor puede llegar a ser la más cercana", y vuelve a provocar.

Como si no le bastara argumentar con las semejanzas entre el apóstol Pablo y Lenin, echa mano al cine y a la literatura: "Alfred Hitchcock era un inglés pero pudo ver la patología de los EEUU mucho mejor que lo que ellos pudieron ver, y lo mismo ocurre con Raymond Chandler que aunque nació en Chicago se educó en Inglaterra, y sólo él pudo descubrir la verdadera dimensión poética de Los Angeles".

Argentina y Eslovenia también coinciden en cómo opera la distancia en lo político. "Una vez más mis amigos de izquierda se van a enojar, pero como soy un marxista naif estoy convencido de que lo revolucionario no se encuentra en los países del Tercer Mundo porque son fácilmente colonizables, sino en los del Segundo, como Argentina y Eslovenia, En ambas hay potencial revolucionario", arriesga.

Durante su paso por Rosario, reiteró una vez más que rechaza el concepto de multitud como reservorio de lo revolucionario (postulado por Negri) y que tampoco cree que todo sea cuestión de lanzar críticas radicalizadas al capitalismo y esperar que en su devenir el sistema caiga.

Desde su perplejidad para analizar el presente, asoma su mirada hacia el futuro y postula que no debe aceptarse la tolerancia a lo diferente literalmente porque en realidad encierra la soberbia de quien define lo distinto. Propone, en cambio, rescatar la universalidad, no como un borramiento de las diferencias, sino cómo desde la diferencia se encuentra la similitud de las luchas.

"Rechazo los teoricismos radicales que en realidad llevan a la pasividad. Yo creo que tenemos que asumir el riesgo de ensuciarnos las manos", invita un Žižek en estado puro.


Extraído de La Capital.

origen de lo cómico

Friedrich Nietzsche


Considerando que durante miles de años el hombre fue un animal muy expuesto al miedo y que todo lo repentino e inesperado le exigía estar preparado para luchar, incluso para morir; que incluso, más tarde, en condiciones de organización social, toda seguridad se basaba en lo esperado, en lo convencional de opiniones y actividades, no es de extrañar que ante todo lo repentino e inesperado, de palabra y de hecho, cuando no comporta peligro ni perjuicio, el hombre dé rienda suelta al regocijo, pasando a lo contrario del temor: el ser que temblaba de miedo, que estaba crispado se yergue y se distiende: el hombre ríe. Este paso de un miedo momentáneo a una corta alegría se llama lo cómico. En el fenómeno de lo trágico, por el contrario, pasa de golpe de una grande y continuada alegría a un profundo miedo; pero, como entre los mortales la grande y continuada alegría es mucho menos frecuente que el motivo para sentir miedo, lo cómico abunda mucho más en el mundo que lo trágico; la risa se da con mucha más frecuencia que la estremecida conmoción.

miércoles, 24 de junio de 2009

el hacktivismo en el capitalismo tardío

El capitalismo para seguir creciendo necesita de regímenes autoritarios, esa es la condición que impone el capital como nuevo modelo, de esto hay muestras claras y se está estableciendo un nuevo eje del que se salva del autoritarismo todavía Brasil, sin embargo todos aquellos que se están volcando hacia el nuevo eje son países con gobiernos sumamente autoritarios, y entre los cuales está obviamente Ecuador.

No me ha sorprendido para nada que en declaraciones hechas a la prensa venezolana, el presidente ecuatoriano, haya manifestado que Ecuador se adhiere a ALBA no por los posibles beneficios económicos que este grupo podría darle a su país, sino que se adhiere porque es una cuestión meramente política. Y sí, tiene razón, es una cuestión meramente política ya que ALBA desde su nacimiento no ha podido inventarse a si mismo como una alternativa económica para la región, sin embargo, esto es harina de un costal que en otro momento se tocará.

En estos días han venido sucediendo una serie de hechos que no están desconectados entre si para nada a pesar de que aparentemente no están relacionados: la revolución verde que la población iraní está construyendo en las calles, frente a la inoperante censura que el gobierno islámico pretende imponer; la imposición de censura informática a partir del hardware en China, cosa extraña y evidentemente totalitaria que pretende no solo controlar en contenido de la navegación que hace un internauta chino, sino que pretende introducir software espía para controlar el contenido completo del computador del usuario sospechoso; los ataques viscerales e innecesarios que el primer empleado de Ecuador hace a la prensa emulando lo propio de su par venezolano.

Bien, aparentemente no tienen absolutamente nada que ver ninguno de estos hechos entre ellos, sin embargo, todos tienen que ver exactamente con el mismo objetivo, controlar el contenido de la comunicación, la necesidad de controlar el contenido de la botella y no el continente (en este caso la botella).

Alguna vez leí una frase que hoy no recuerdo quién era el autor: “... cuando se entiende la economía, se entiende la política y la historia ...”

Y sí, son necesidades del nuevo modelo autoritario que está imponiendo el capitalismo, aunque sería necesaria la pregunta ¿si alguna vez el capitalismo fue liberal?, y para escalofrío de cualquier persona la respuesta sería NO, sin embargo, el capitalismo parece que llegó para quedarse y muta, cambia de piel, es camaleónico, busca nuevas formas para continuar con su naturaleza extractiva, y de esto es la prueba que el modelo socialista no fue más que una ficción, ya que lo que ha existido en su nombre ha sido capitalismo de estado.

La Internet, uno de los inventos propios de las necesidades del capital, parece que se podría convertir la piedra en el zapato del nuevo modelo autoritario, ya que por su propia naturaleza descentralizada le hace sumamente difusa y casi imposible de controlar. Los medios de comunicación tradicionales pueden ser controlados en tanto sus gestores pueden ser ubicados en cualquier momento, están demasiado ligados a la estructura física y eso les hace sumamente vulnerables, tomando en cuanta que el Estado ha tomado para si la propiedad de las frecuencias (en el caso de televisión o radio), o en el caso de los periódicos físicos puede presionar anulando su propia publicidad o presionando a terceros para quitar sus paquetes publicitarios de tal o cual medio impreso, tal vez boicoteando la importación de materias primas (papel o tintas), o simplemente entrando por la fuerza y estableciendo un modelo cuartelero, pero eso no puede hacer con la Internet.

Por su propia estructura la Internet es difusa, la fácil accesibilidad desde cualquier parte para insertar o descargar contenidos le hace extremadamente peligrosa a los ojos del modelo autoritario.

En el caso chino, el Estado posee la tecnología como para lograr bloquear, espiar a los usuarios de la red, sin embargo, la tarea la están perdiendo, los usuarios están haciendo cada vez más uso de herramientas libres que le permiten burlar de manera cada vez más eficiente la censura del modelo autoritario, a lo que el régimen chino cada vez tiene menos armas, es por eso que pretende imponer ahora la censura desde el mismo hardware, para de esa manera controlar el contenido de la información que les podría ser peligrosa, obviamente que se esgrimen motivos de “protección” a la población de contenido nocivo.

En Irán la cosa va un poco más allá, la Internet ha logrado burlar el control férreo que el régimen islámico ha impuesto a los medios convencionales y es de esa forma como el mundo puede identificarse cada vez más con el movimiento verde de Irán, o sentir que todos somos Neda de alguna forma.

Por estas tierras la cosa es más fácil, el Estado es tan desastroso que no tiene la tecnología apropiada como para lograr censurar el contenido que circula por ella, y no solo porque el Estado es desastroso en su forma, sino porque la penetración a la Internet por parte de la población es muy baja, tal vez por eso todavía podemos movernos con cierta holgura por los espacios de la red virtual. Eso nos da la ventaja que cuando ellos (el Estado) cobre importancia sobre el contenido que circula por la red, nosotros (los hacktivistas) ya nos habremos posicionado fuertemente.

Pero cabe la pregunta: ¿en Ecuador hay movimiento hacktivista?, la respuesta podría ser desalentadora para muchos, ¡SÍ pero muy pequeño!

Pero como perogrullo ¿qué rayos es el hacktivismo?

Es el acrónimo de hackerismo y activismo, o sea burlar al sistema desde el conocimiento y uso de la informática, todo esto con el obvio contenido político.

martes, 23 de junio de 2009

¿qué son las pseudociencias?

Mario Bunge


Una seudociencia es un montón de macanas que se vende como ciencia. Ejemplos: alquimia, astrología, caracterología, comunismo científico, creacionismo científico, grafología, ovnilogía, parapsicología y psicoanálisis. Una seudociencia se reconoce por poseer al menos un par de las características siguientes:

-Invoca entes inmateriales o sobrenaturales inaccesibles al examen empírico, tales como fuerza vital, alma, superego, creación divina, destino, memoria colectiva y necesidad histórica.

-Es crédula: no somete sus especulaciones a prueba alguna. Por ejemplo, no hay laboratorios homeopáticos ni psicoanalíticos. Corrección: en la Universidad Duke existió en un tiempo el laboratorio parapsicológico de J. B. Rhine; y en la de París existió el laboratorio homeopático del doctor Benveniste. Pero ambos fueron clausurados cuando se descubrió que habían cometido fraudes.

-Es dogmática: no cambia sus principios cuando fallan ni como resultado de nuevos hallazgos. No busca novedades, sino que queda atada a un cuerpo de creencias. Cuando cambia lo hace solo en detalles y como resultado de disensiones dentro de la grey.

-Rechaza la crítica, matayuyos normal en la actividad científica, alegando que está motivada por dogmatismo o por resistencia psicológica. Recurre pues al argumento ad hominem en lugar del argumento honesto.

-No encuentra ni utiliza leyes generales. Los científicos, en cambio, buscan o usan leyes generales.

-Sus principios son incompatibles con algunos de los principios más seguros de la ciencia. Por ejemplo, la telequinesis contradice el principio de conservación de la energía. Y el concepto de memoria colectiva contradice la perogrullada de que solo un cerebro individual pueden recordar.

-No interactúa con ninguna ciencia propiamente dicha. En particular, ni psicoanalistas ni parapsicólogos tienen tratos con la psicología experimental o con la neurociencia. A primera vista, la astrología es la excepción, ya que emplea datos astronómicos para confeccionar horóscopos. Pero toma sin dar nada a cambio. Las ciencias propiamente dichas forman un sistema de componentes interdependientes.

-Es fácil: no requiere un largo aprendizaje. El motivo es que no se funda sobre un cuerpo de conocimientos auténticos. Por ejemplo, quien pretenda investigar los mecanismos neurales del olvido o del placer tendrá que empezar por estudiar neurobiología y psicología, dedicando varios años a trabajos de laboratorio. En cambio, cualquiera puede recitar el dogma de que el olvido es efecto de la represión, o de que la búsqueda del placer obedece al «principio del placer». Buscar conocimiento nuevo no es lo mismo que repetir o siquiera inventar fórmulas huecas.

-Sólo le interesa lo que pueda tener uso práctico: no busca la verdad desinteresada. Ni admite ignorar algo: tiene explicaciones para todo. Pero sus procedimientos y recetas son ineficaces por no fundarse sobre conocimientos auténticos. Al igual que la magia, tiene aspiraciones técnicas infundadas.

Se mantiene al margen de la comunidad científica. Es decir, sus cultores no publican en revistas científicas ni participan de seminarios ni de congresos abiertos a la comunidad científica. Los científicos, en cambio, someten sus ideas a la crítica de sus pares: someten sus artículos a publicaciones científicas y presentan sus resultados en seminarios, conferencias y congresos.

Veamos en un ejemplo cómo obran los científicos cuando abordan problemas que también interesan a los seudocientíficos. En 1998 los psicobiólogos J. S. Morris, A. Ohman y R. J. Dolan publicaron en la célebre revista Nature un trabajo sobre aprendizaje emocional consciente e inconsciente en la amígdala humana. Ya que este artículo trata de emociones conscientes e inconscientes, parecería que debiera interesar a los psicoanalistas. Pero no les interesa porque los autores estudiaron el cerebro, mientras que los analistas se ocupan del alma: no sabrían qué hacer con cerebros, ajenos o propios, en un laboratorio de psicobiología.

Pues bien, la amígdala cerebral es un órgano diminuto pero evolutivamente muy antiguo, que siente emociones básicas tales como el miedo y la furia. Dada la importancia de estas emociones en la vida social, es fácil imaginar los trastornos de conducta que sufre una persona con una amígdala anormal, ya sea atrofiada o hipertrófica. Si lo primero, no reconocerá signos peligrosos. Si lo segundo, será propensa a la violencia.

La actividad de la amígdala cerebral puede registrarse mediante un escáner PET. Este aparato permite detectar objetivamente las emociones de un sujeto en cada lado de su amígdala. Sin embargo, tal actividad emocional puede no aflorar a la conciencia. O sea, una persona puede estar asustada o enojada sin advertirlo. ¿Cómo se sabe? Agregando un test psicológico a la observación neurobiológica. Por ejemplo, si a un sujeto normal se le muestra brevemente una cara enojada y enseguida después una cara sin expresión, informará que vio la segunda pero no la primera. ¿Represión? Los científicos citados no se contentaron con bautizar el fenómeno. Repitieron el experimento, pero ahora asociaron la cara enojada con un estímulo negativo: un intenso y molesto ruido «blanco», es decir, no significativo. En este caso, la amígdala fue activada por la imagen visual, aun cuando el sujeto no recordara haberla visto. O sea que la amígdala cerebral «sabe» algo que ignora el órgano de la conciencia (cualquiera que este sea).

En principio, con el método que acabo de describir escuetamente se podría medir la intensidad de una emoción. Por ejemplo, se podría medir la intensidad del odio que, según Freud, un varón siente por su padre. Sin embargo, antes de proceder a tal medición habría que establecer la existencia del complejo de Edipo. Pero este no existe, como lo mostraron las extensas investigaciones de campo del profesor Arthur P. Wolf condensadas en su grueso tomo Sexual Attraction and Childhood Association (Stanford University Press, 1995).

Las seudociencias son como las pesadillas: se desvanecen cuando se las examina a la luz de la ciencia. Pero mientras tanto infectan la cultura y algunas de ellas son de gran provecho pecuniario para sus cultores. Por ejemplo, un psicoanalista latinoamericano puede ganar en un día lo que su compatriota científico gana en un mes. Lo que refuta el refrán «no es oro todo lo que reluce».


Artículo publicado originalmente en el diario La Nación, de Argentina.

domingo, 21 de junio de 2009

pánico

Elías Canetti


En el teatro, como ya se ha señalado con frecuencia, el pánico es una desintegración de la masa. Cuanto más unidos por la representación hayan estado los espectadores, cuanto más cerrada sea la forma del teatro que los mantiene exteriormente unidos, más violenta será la desintegración.

Pero también puede ocurrir que la sola representación no haya logrado crear una masa auténtica. A menudo el público no se siente cautivado y continúa unido solo porque ya está allí. Lo que la obra no ha logrado, lo consigue al instante un incendio.

Este no es menos peligroso para el hombre que para los animales, y constituye el más intenso y antiguo símbolo de masa. La percepción del fuego agudiza repentinamente cualquier sentimiento de masa que haya existido entre los espectadores. El inequívoco peligro común genera un miedo que todos comparten, y por muy poco tiempo se crea entre el público una masa de verdad. Si no estuvieran en un teatro, podrían huir en tropel, como una manada de animales en peligro, aumentando la energía de la fuga con movimientos orientados en la misma dirección. Un terror de masa activo de esta índole es la gran experiencia colectiva de todos los animales que viven en manadas y, como buenos corredores, se salvan juntos.

En el teatro, en cambio, la masa tiene que desintegrarse de la manera más brusca. Las puertas solo dejan pasar a una o pocas personas a la vez, y la energía de la fuga se convierte por sí misma en una fuerza que empuja hacia atrás. Entre las filas de asientos solo puede pasar una persona detrás de otra; cada cual está cuidadosamente separado de su vecino de butaca, sentado o de pie de forma independiente, cada cual tiene su propio sitio. La distancia hasta la puerta más próxima es diferente para cada uno. El teatro normal está estructurado para inmovilizar a las personas y dejarles solo la libertad de sus manos y voces. El movimiento de las piernas se halla limitado al máximo.

La repentina orden de fuga que el fuego dicta a la gente se ve confrontada de inmediato con la imposibilidad de un movimiento colectivo. La puerta por la que todos y cada uno deberán pasar, la puerta que ven y en la cual se ven a sí mismos claramente recortados de todos los demás, es el marco de un cuadro que muy pronto acabará dominándolos. Y así, nada más llegar a su apogeo, la masa debe desintegrarse violentamente. Este cambio brusco se pone de manifiesto en las reacciones individuales más violentas: la gente empuja, golpea y pisotea frenéticamente a su alrededor.

Cuanto más lucha cada cual por su propia vida, más evidente resulta que está luchando contra los demás, que lo obstaculizan por todos lados. Están allí como si fueran sillas, balaustradas o puertas cerradas, pero con la diferencia de que lo atacan, empujándolo según les convenga de aquí para allá o, mejor dicho, hacia donde ellos mismos son empujados. No se perdona a mujeres, niños ni ancianos, ni se los distingue de los hombres. Todo esto forma parte de la naturaleza de la masa, en la que todos son iguales; y aunque uno mismo ya no se siente masa, aún sigue rodeado enteramente por ella. El pánico es una desintegración de la masa dentro de la masa. El individuo quiere abandonarla y escapar de ella, que está amenazada en cuanto totalidad, pero como aún se halla físicamente en su interior, debe arremeter contra ella.

Entregársele entonces sería su perdición, ya que la masa misma está amenazada.

En un momento así, nunca podrá acentuar suficientemente su individualidad. Sus golpes y empellones tienen su réplica en otros golpes y empellones. Cuanto más reparte y más recibe, más claramente se siente a sí mismo y más nítidamente se le hacen visibles los límites de su propia persona.

Resulta curioso observar hasta qué punto la masa asume para el que lucha inmerso en ella el carácter del fuego. Surge por la visión inesperada de una llama o al grito de ¡Fuego!, y juega con el que intenta escapársele como si estuviese formada por llamaradas. Las personas que cada cual empuja al avanzar le parecen objetos ardientes, cualquier contacto con una parte de su cuerpo es hostil y lo sobresalta. Todo el que se interponga en su camino estará contagiado por esa hostilidad general del fuego; la manera como este se propaga y se abre paso paulatinamente en torno a uno hasta rodearlo por completo, se asemeja mucho al comportamiento de la masa, que lo amenaza por todas partes. Sus movimientos imprevisibles, el brusco levantarse de un brazo, de un puno o de una pierna son como las llamas del fuego, que pueden surgir de improviso y por doquier. En un incendio forestal o en el de una estepa, el fuego es una masa hostil, capaz de despertar en cualquiera ese sentimiento de hostilidad. El fuego como símbolo de masa ha pasado a integrarse en la configuración psíquica del hombre y constituye una parte inalterable de ella. Ese enérgico atropello de seres humanos que tan a menudo se observa en los momentos de pánico y tan absurdo nos parece, no es otra cosa que pisotear el fuego para apagarlo.

El pánico como desintegración solo puede conjurarse prolongando el estado original de temor de masa unitario.

Esto puede provocarse en una iglesia que esté amenazada: a partir del temor común, se le reza a un dios común que tiene en sus manos el poder de apagar el fuego con un milagro.

sábado, 20 de junio de 2009

arte contemporáneo

Una instalación que el popular y caro artista británico Damien Hirst montó un martes en el escaparate de una galería de Mayfair fue desmantelada y arrojada a la basura por un encargado de la limpieza que dijo creer que se trataba de desperdicios.

La obra -una colección de tazas de café medio llenas, ceniceros con colillas de cigarrillo, botellas de cerveza vacías, una paleta embadurnada con pintura, un caballete, una escalera de mano, pinceles, envoltorios de caramelos y páginas de periódico esparcidas por el suelo- era la pieza central de una exposición de arte de edición limitada que la Eyestorm Gallery mostró a un grupo de VIPs en el curso de una fiesta de preinauguración...

El señor Hirst, de treinta cinco años, el miembro más famoso de una generación de artistas conceptuales conocida como los Jóvenes Artistas Británicos, la había montado y firmado personalmente, y Heidi Reitmaier, jefa de proyectos especiales de la galería, estimó su valor de venta en "seis cifras" o cientos de miles de dólares. "Es un Damien Hirst original", explicó.

[...] El encargado de la limpieza, Emanuel Asare, de cincuenta y cuatro años, declaró a The Evening Standard: "En cuanto vi aquel desastre, resoplé. A mí, arte no me pareció mucho. Así que lo metí todo en bolsas de basura y lo tiré".

[...] Lejos de sentirse disgustado por la confusión, el señor Hirst juzgó la noticia "histéricamente divertida". La señora o señorita Reitmaier dijo [...]: "puesto que todo su arte trata de la relación entre el arte y lo cotidiano, se rió más que nadie"



Warren Hoge, "El arte imita a la vida, quizá demasiado fielmente"

miércoles, 17 de junio de 2009

el pragmatismo indiferente

No creo ser la única persona a la que le corre un frío por la espalda cuando siente un ser feo cerca, pero sí creo que soy de las pocas personas que temen a las expresiones pragmáticas. Siento como si se tratara de gente que está dispuesta a todo para llevar a cabo lo que quiere, aunque sé que no es tan así pero lo que siento es tan mío que solo puedo contarlo.

Para muchos es conocido que tuve un pasado dedicado a las “ciencias sociales”, pongo entre comillas ya que su carácter científico sigue en entredicho, sin embargo la vida es como es y no debo ocultar lo que alguna vez en la vida hice, las Ciencias Políticas eran lo mío y por lo tanto me atrajeron la Economía, algo de Sociología con unas pizcas en el aderezo de la Antropología Social, muy mal llamada por estos medios solo como Antropología, en fin, el pasado es el pasado y ahí se queda de vez en cuando hasta que decide salir del closet momentáneamente.

He sido un ser radical desde niño, aunque con los años me he transformado en un ermitaño algo más tolerante, sin embargo, no se me ha quitado ese impulso a defender hasta los dientes lo que pienso y mucho más cuando veo cosas evidentes que el resto se niega a ver, es así y a mucha gente le consta que el contenido de este blog generalmente versa sobre ese tipo de cosas.

En fin, últimamente ha sido así, aunque ya mismo vuelvo a lo mío que es la teoría del arte y la filosofía.

Ayer pude leer, sin sorprenderme, que el presidente de Venezuela a arremetido contra los sindicatos del sector público, léase básicamente PDVSA y, ha decidido sabiamente que se creen instituciones sindicales sindicales adscritas al “Partido Socialista Unido de Venezuela”, o sea su partido, cuyo lema versa así: “Partido Socialista Unido de Venezuela, partido del pueblo venezolano, de la Revolución Bolivariana y del Comandante Chávez”, eso, sobre todo del comandante. No me ha sorprendido porque ya me lo esperaba, diría más bien que había demorado alguito, en su modelo corporativista al que ha dado por llamar socialista y revolucionario, no podía, no debía dejar que los sindicatos sean independientes, debía ponerlos a actuar de la mano de su partido.

Así lo hizo el Duce, que también se autodefinía como socialista, el hombre del bigotito gracioso, y el héroe del comandante Chávez, el general Juan Domingo Perón.

Corporativismo sí, y sabemos muy bien lo que eso significa.

Sin embargo, me sorprende sí que analistas políticos, condiscípulos míos, no puedan ver lo que se cocina frente a sus ojos, muchos de ellos están convencidos que esto sí es revolución y que el socialismo del siglo XXI no se lo puede tipificar ya que está en construcción, o sea que se construyen puentes sin planos ni cálculos estructurales.

Ya sabemos muy bien lo que ocurre con los puentes hechos de esa forma.

cybersex!!!



Un poco de humor no viene nada mal en estos tiempos feos.

Siempre el humor escandinavo me ha parecido muy fino.

martes, 16 de junio de 2009

el dolmen

Federico Andahazi


Fue el mismo año en que los flemáticos servicios británicos convirtieron al líder de la irlandesa Liga de Orange en un cedazo de carne, hecho con veintitrés disparos de una Browning; el mismo año en que las milicias de la Irish Revenge transformaron al jefe general de la Scotland Yard en un puzzle de trescientas cuarenta y ocho piezas imposibles de armar, con los siete kilos de trotyl que pusieron debajo de su flamante Jaguar V 12. Fue el mismo año, en fin, en que, siete mil millas al sur, la Real Marina hacía del buque Manuel Belgrano una brasa crepitante que hervía las aguas heladas mientras se hundía de culo hacia el fondo del Atlántico.
Aquel mismo año, Segundo Manuel Rattaghan se presentó como voluntario a las reservas del ejército con un único y secreto propósito. Dos días después, Rattaghan era un recluta rapado, aturdido y metido en un uniforme de soldado raso dos números mayor que su exiguo talle. Le colgaron una mochila a los hombros, y, junto con otros diecinueve hombres, lo arriaron hasta un Unimog desvencijado, lo bajaron en la base aérea del Palomar, lo hicieron subir por el trasero abierto en flor de un Hércules y, al día siguiente, lo bajaron en el flamante Puerto Argentino.

La división de voluntarios que integraba Segundo Rattaghan estaba a cargo del teniente Severino Sosa, un correntino semianalfabeto y aterrado que, hasta entonces, suponía que la guerra consistía en torturar y matar prisioneros maniatados y quebrados, secuestrar mujeres y saquear casas de civiles desarmados. Pero ahora, en aquel compás de espera, bajo la amenaza lenta pero segura del arribo de un enemigo que habría de llegar desde el cielo y el mar, no podía evitar un terror que le vaciaba las tripas. Su tropa tenía la misión de llegar por tierra hasta Ganso Verde y a su paso minar toda la franja de playa de punta a punta. En Ganso Verde se unirían a otra división y avanzarían hasta la orilla de la Gran Malvina, dónde tenían que cavar las trincheras para resistir el desembarco enemigo.
El soldado Rattaghan no hablaba con nadie. No parecía mostrar ninguna preocupación ante la llegada del enemigo. Se diría que la inminencia de la guerra lo tenía sin el menor cuidado. No mostraba signos de frío ni de hambre ni de miedo, ni siquiera de tedio durante aquellas eternas horas muertas de la espera. Podía adivinarse que su propósito era otro. Que había llegado a Malvinas para librar su propia guerra.

El teniente Severino Sosa había encontrado que, para morigerar el miedo propio e infundirse ánimos, tenía que mantener a la tropa permanentemente aterrada con gritos, amenazas y humillaciones. El teniente no podía tolerar la pasmosa tranquilidad del soldado Segundo Rattaghan. Miraba a su subordinado con una mezcla de aprensión, recelo y cierto temor que se resumía en un desprecio que pronto habría de desaguar en odio. No hubiese habido forma de hacerle entender al teniente que aquel apellido no era inglés, sino irlandés y que un irlandés —o su descendencia— era una entidad completamente diferente la de un inglés. Por añadidura, a último momento, el teniente había sido notificado por la comandancia de que el voluntario Rattaghan tenía un hermano mayor cuyo paradero aquella misma comandancia decía desconocer, aunque se presumía —según un parte del ministerio— que su denunciada desaparición había sido voluntaria y ahora, quizá, se hallara en el exterior o, quién sabe, tal vez hubiera sido muerto por sus propios camaradas de armas marxistas-leninistas. Lo cierto es que el soldado Rattaghan había presenciado, siete años antes, cómo su hermano había sido sacado de su cuarto, arrastrado por los pelos los pelos escaleras abajo hasta la calle y molido a patadas por incontables borceguíes iguales a los que él mismo ahora llevaba puestos y así, medio muerto y a la rastra, lo habían tirado sobre la caja de un Unimog idéntico al que había transportado al soldado Rattaghan a la base aérea. Desde entonces, jamás volvió a ver a su hermano mayor.

El segundo día de espera y para ilustrar a la tropa de cómo se procedía con aquellos que contravinieran órdenes, el teniente hizo formar a la tropa delante de las trincheras y, hecho una hiena, furioso y vociferante, a ver manga de putas, pedazos de mierda, decía, pronto vamos a tener visitas, decía, vamos a ver, imbéciles, cómo se trata a un inglés y entonces, con una rama que usaba como bastón, señaló al soldado Rattaghan y ladró, a ver, Rata, rata inglesa hija de puta, al frente. El soldado Rattaghan avanzó un paso. Entonces Severino Sosa ordenó que lo estaquearan. Crucificado el soldado contra la nieve, el teniente se encargó de sujetar los nudos atados a sus muñecas hasta que la soga se metió en la carne. Rattaghan no despegaba la vista de los ojos de su superior y aun cuando el sisal había empezado a teñirse de rojo, el soldado no había siquiera lanzado un gemido. Permaneció crucificado por el término de doce horas.

Si faltaba una lata de conservas, el ladrón había sido el soldado Rattaghan; si se oía un murmullo cuando el teniente había ordenado silencio, el soldado Rattaghan había sido el contraventor y si llovía o, peor, nevaba, la culpa era, desde luego, de Rattaghan. En una ocasión desapareció una barra de chocolate que el teniente se tenía reservada para sí. Severino Sosa hizo formar a la tropa y se encaminó derecho al soldado Rattaghan.

—Rata inmunda —le dijo—, abra la boca.

Entonces toda la tropa pudo ver cómo Severino Sosa le arrancaba los dos incisivos superiores con una tenaza de sacar clavos y los guardaba, a guisa de trofeo, en un bolsillo de la chaqueta. El soldado Segundo Manuel Rattaghan, sangrante, tembloroso pero erguido, no emitió siquiera una queja. De no haber tenido un único, secreto e inquebrantable propósito, se hubiese desmayado del dolor. En otra oportunidad, el teniente notó que faltaba un atado de los habanitos que acostumbraba a fumar. Entonces decidió usar como cenicero al soldado Rattaghan: uno por uno, apagó los trece cigarros que se fumó en el día, en los huevos de su subordinado.


Al quinto día, desde el fondo del horizonte, se escuchó un tronar creciente, apocalíptico. Una formación de Harriers, poco menos, afeitó las nucas de los soldados. Inmediatamente después sobrevino un destello cadmio que encegueció al soldado Rattaghan.
Fue una explosión cuyo estruendo fue tal que ni siquiera la oyó; el soldado Rattaghan voló, literalmente, a una distancia de sesenta metros. Intentó ponerse de pie pero no pudo. Estaba sordo y completamente ciego. Conforme fue recuperando la visión, pudo descubrir el panorama más aterrador que jamás hubiera visto: desparramados alrededor de un cráter todavía incandescente, yacían, desmembrados y humeantes, los restos de sus compañeros. A pesar de que había perdido toda noción de tiempo y espacio —la conmoción fue tal que tuvo que hacer esfuerzos para recordar su propio nombre— no olvidó cuál era su propósito, en ese lugar que ahora ni siquiera reconocía. Rattaghan se arrastró apoyado sobre los codos, buscando quién sabe qué. Se acercó hasta un obús retorcido que brillaba como una brasa y ahí, al calor de aquella hoguera metálica, intentó recuperar aliento. Tenía una necesidad de dormir como nunca antes había experimentado. Entonces tuvo la certeza de que aquello no era sueño, sino el dulce arrullo que precede a la muerte. De no haber tenido un único y secreto propósito hubiese cedido a la tentación del sueño fatal.


El soldado Rattaghan no hubiera podido precisar con cuántos cadáveres se topó en su marcha reptil hacia ninguna parte. Se había arrastrado en círculos. De pronto supo qué era, en verdad, lo que buscaba. Buscó en las caras desfiguradas y en los miembros desperdigados, buscó en los uniformes, reptando, siempre reptando, buscó en las formas de las mochilas y de los pertrechos, entre la nieve y revolviendo la chatarra de los restos de los armamentos; como un perro, elevó la nariz hacia el cielo y buscó en el olor del aire. Fue un ruido sutilísimo. Un suspiro. Entonces giró la cabeza y pudo ver un temblor finísimo en la nieve. Como un lagarto, corrió hacia aquel promontorio palpitante y hurgó en la escarcha con la yema —ya insensible— de los dedos; tocó un borceguí; giró sobre su eje ventral y cavó con ambas manos hasta tocar una barbilla pétrea. Entonces pudo descubrir que aquello era su teniente, Severino Sosa. Por primera vez desde su llegada a Malvinas, rió. Rió como jamás se había reído.
Enterrado como estaba su teniente, le cacheteó las mejillas y, cegado por la fiebre y el dolor, le dijo sin dejar de reírse, miráme hijo de puta y entonces, el soldado Rattaghan se levantó el labio y le mostró las cuencas vacías de los dientes que le había arrancado el día anterior y miráme hijo de puta, le gritó y le enseñaba las muñecas llagadas por el sisal de la cuerda con la que lo había estaqueado la tarde anterior y miráme hijo de puta, le decía sin dejar de reírse, a la vez que le abría los párpados yermos para que le viera los huevos escaldados. De no haber tenido un único y secreto propósito, lo habría matado ahí mismo. El soldado raso Rattaghan tomó a Severino por las axilas y arrastrándose con los codos y las rodillas, lo desenterró por completo. Lo sentó sobre un peñasco y, sosteniéndole la cabeza por los pelos, le dijo, no te vas a morir ahora hijo de puta, ahora no. El teniente se desplomó sobre sus propias rodillas. Severino Sosa se moría. Lo volvió a recostar, se llenó los pulmones con aquel aire filoso, le tapó la nariz y, labio contra labio, le dio de su propio aire para que respirara.

El soldado Rattaghan llenó una mochila con los víveres diseminados, improvisó una camilla hecha de trapos y madera sobre la cual recostó a Severino Sosa, se cruzó el FAL sobre el pecho y, como un perro de tiro, emprendió el descenso de aquel monte. Había caminado desde que el sol era una mancha difusa sobre el horizonte hasta que se clavó en medio de la bóveda plomiza del cielo. Caminaba entre las montañas sin saber adónde. Estaba completamente perdido.

En el límite de sus fuerzas y cuando suponía que no podía dar un paso más, el soldado Rattaghan pudo ver una delgada columna de humo blanco en la ladera de una montaña; no era —se dijo— el vestigio de un bombardeo. Se acercó cautelosamente y entonces distinguió una breve chimenea de caño. Volvió a levantar el precario palanquín sobre el cual yacía el teniente y emprendió nuevamente la marcha. Cuando faltaban no más de diez pasos para llegar a la casa, exhausto, desfalleciente y casi congelado, el soldado Rattaghan se desmoronó.
Cuando abrió los ojos tuvo la alucinatoria certeza de que se encontraba en su casa. El soldado Rattaghan miró en derredor. Sobre la mesa de luz junto a la cama, pudo ver una imagen de Santa Brígida igual a la que tenía su madre en el dormitorio. Más allá, sobre una repisa hecha de listones, descansaba una Biblia en inglés y, en otro estante, pudo leer los lomos de otros libros ordenados sin demasiado criterio. Había obras de Joyce y de Yeats, de Synge y de Burke, de Goldsmith, de Swift y unos volúmenes de lomos marrones e ilegibles. Hubiera jurado que era la biblioteca de su hermano. Desde su perspectiva, sobre su cabeza, el soldado Rattaghan pudo ver la cruz invertida de un rosario celta. Era cierto —se dijo— que aquel techo de listones de madera tibia y hospitalaria no era el de su casa. Pero lo que le hacía suponer que todo aquello no era más que un desvarío, era el hecho de que estaba escuchando una vieja canción irlandesa en idioma gaélico que únicamente le había escuchado cantar a su abuelo. Se incorporó sobre los codos y entonces comprobó que estaba sobre una cama. Más allá, un hombre alimentaba una salamandra sobre cuyo crisol se cocinaba un guiso. Era un viejo que presentaba el porte de un dolmen: gigante, erguido y de una indiferencia que se diría pétrea. Tenía el pelo blanco recogido en una cola de caballo y unos ojos azules enmarcados en unas lentes montadas al aire sobre el puente y las patillas de oro. Llevaba un inadecuado sobretodo negro y bastante raído, largo hasta los tobillos, que le confería una apariencia cuáquera. Siguió los movimientos de aquel hombre enorme. Adonde iba, llevaba consigo un vaso repleto de whisky. Sin quitar la vista del fuego que ardía en la salamandra, el viejo musitó en un español sinuoso pero decidido:
—Puede llamarse afortunado. Apenas tiene una luxación en los hombros y las rodillas, dos falanges quebradas, una costilla fisurada, el tabique de la nariz roto y unos cuantos raspones. Mi nombre es Sean Flanaghan.
El soldado Rattaghan se contempló cuán largo era y, sólo entonces, pudo comprobar que estaba casi por completo entablillado.

—En cuanto a su compañero, soy menos optimista —dijo el viejo señalando a la derecha de Rattaghan.

El soldado giró la cabeza y, por sobre el promontorio de la almohada, pudo ver otra cama paralela donde yacía moribundo Severino Sosa. Tenía vendada la cabeza hasta las cejas, ambos brazos entablillados y la pierna derecha afirmada oblicua sobre la piecera de la cama. Estaba destrozado.

—Lo que ve no es nada, el problema son las hemorragias internas.
El viejo se puso de pie y caminó hasta el soldado Rattaghan. Se sentó en el borde de la cama y le abrió la boca, examinando el lugar vacante de los incisivos superiores.
Éstas no son heridas de guerra —musitó como para sí mientras le mojaba las encías con whisky—. Tampoco éstas —dijo a la vez que le examinaba las quemaduras de los testículos— esto parece más bien un cenicero.


El soldado Rattaghan bajó la vista. El viejo se levantó y caminó hasta la cama improvisada donde yacía el teniente. Lo señaló con la botella y preguntó:

—¿Fue él?

El soldado negó sin mirar a su interlocutor. El viejo se rascó la cabeza y musitó en inglés un "no comprendo". Fue hasta la salamandra y volvió frotándose el mentón.


—Fue él —afirmó, mirando por primera vez a los ojos del soldado. Rattaghan volvió a negar con la cabeza. El viejo se bebió el vaso de whisky de un solo sorbo, caminó hasta la mesa de luz, tomó algo del interior del cajón, exhibió su puño cerrado frente a las rotas narices del soldado y abrió suavemente la mano. Entonces Rattaghan pudo ver sus dos dientes.
Estaban en el bolsillo de la chaqueta de su amigo y creo que le pertenecen a usted.
Luego le mostró uno de los habanitos que había encontrado en las ropas del teniente, cuyo diámetro coincidía exactamente con las quemaduras que el soldado presentaba en la piel.

Sean Flanaghan fue hasta el fondo del cuarto hasta donde no llegaba la luz que brotaba del crisol abierto de la salamandra y regresó de la penumbra con un rifle de doble caño. Lo cargó con sendas balas, se acercó al teniente, apoyó los caños en la frente de Severino Sosa, amartilló y, en el mismo momento que estaba por disparar, escuchó el alarido del soldado Rattaghan.

—¡No! Por favor, le suplico que no lo haga.

El viejo miró al soldado con una mezcla de asombro y fastidio.

—¿Por qué no? -preguntó con la mayor naturalidad.

Entonces el soldado Rattaghan habló. Le contó lo que jamás había dicho a nadie. Le habló en un inglés clarísimo. Le explicó por qué no podía matarlo y cuál era su propósito en aquella guerra. Primero le contó que su abuelo había nacido en Belfast, que muy joven llegó a la Argentina, que su padre había sido casero de la estancia de los Anchorena, que la abuela había sido institutriz; le habló acerca de su madre y de la imagen de Santa Brígida, igual a la que ahora descansaba sobre su mesa de luz. Y le dijo, también, que había tenido un hermano. Entonces volvió a tomar aliento y habló. Le habló de su hermano mayor, le dijo que se llamaba Patricio, Patricio Rattaghan, que también leía a Joyce y Yeats, a Synge y a Burke, a Goldsmith, a Swift y a otro irlandés que era en realidad argentino, Rodolfo Walsh, que también su hermano escribía y entonces le recitó una poesía, podía recitar todo el libro, le contó que una noche de julio de 1976 un camión del ejército se estacionó en la puerta de su casa, que se bajaron diez hombres armados y se lo llevaron a la rastra, que lo molieron a patadas, que él, Segundo Manuel Rattaghan, escondido tras la puerta, tuvo pánico, que no entendía nada, que, literalmente se cagó de miedo, que, a través de sus ojos infantiles, Había visto todo y que jamás se perdonó no haber hecho nada, que nunca más lo volvió a ver. Le dijo que lo torturaba el hecho de que, con el paso de los años, se iba borrando de su memoria la cara de su hermano, pero que había un rostro que jamás había olvidado, que desde aquel día se le aparecía todos los días como un mal pensamiento, como una mosca pertinaz, le dijo que nunca había olvidado el rostro de aquel que daba las órdenes cuando se llevaron a su hermano. Le contó que, desde entonces, no había hecho más que buscar esa cara. En los subtes, en lo colectivos, entre los transeúntes, en todas partes, hasta que un buen día vio aquel rostro en la televisión, en una nota que les hacían a los heroicos soldados del batallón 63.3 que habían sido los primeros en pisar las islas recuperadas, entonces aquel rostro no pudo sustraerse al hambre de gloria y dijo su nombre mirando a cámara: Teniente Severino Sosa. Fue cuando él, Segundo Manuel Rattaghan, decidió presentarse como voluntario al batallón 63.3. Entonces, señalando al hombre que yacía a su lado, le dijo al viejo:

—Él secuestró a mi hermano.

Cuando el soldado Rattaghan hubo terminado de hablar, el viejo lo miró a los ojos y se quedó en silencio. Asintió, se bebió el contenido del vaso de un solo sorbo, se puso de pie. Fue y vino y, finalmente, habló:

—Entiendo su punto de vista, pero si le interesa saber lo que pienso, opino que hay que matarlo ahora.

Antes de que Rattaghan pudiese responder, Sean Flanaghan se sentó en la cama junto al soldado y le contó qué hacía un irlandés en el fin del mundo. Desde el mar llegaban las explosiones remotas de los bombardeos y los vuelos de los Harriers. Por primera vez el viejo pudo comprobar que no estaba contemplando a un soldado, sino a un niño. Le acercó un vaso, sirvió whisky —primero en su vaso, después en el de su huésped— y con el fusil sobre el regazo, se lo bebió de un solo sorbo, interpuso un interminable eructo y empezó a hablar. Fue escueto. Era como si hablara con su vaso, o más bien con el contenido, porque cada vez que se vaciaba, guardaba silencio y retomaba su soliloquio solo cuando volvía a llenarlo.
Contó que había nacido en Belfast, que a los veintiséis años se casó con una enfermera, la dueña del culo más espléndido de Irlanda y que al año siguiente nació su hijo, James; que eran católicos militantes, que integró distintos grupos políticos, que se había opuesto a la radicalización de la lucha, que había estado preso durante cinco años, que una noche volvió a su casa y se encontró con que ya no tenía casa, que una bomba del LVF había volado el edificio. Que la dueña del culo más espléndido de Belfast era una entidad calcinada a la que ni siquiera pudo reconocer, que su pequeño hijo, James... el viejo iba a seguir hablando pero no pudo.
Aquel gigante de ojos transparentes, aquel dolmen enorme e inexpresivo, se incorporó y se refugió en el ángulo del cuarto adonde no llegaba la luz de la salamandra. El soldado Rattaghan pudo escuchar un llanto apagado por el pudor y el desconsuelo. Eso fue todo lo que dijo.
Luego comieron en silencio. Antes de irse a dormir, Sean Flanaghan repitió:

—Si quiere saber mi opinión, pienso que hay matarlo. Eso no es un semejante.

A la medianoche, el soldado Rattaghan se despertó sobresaltado. Hubiera jurado que percibió un ruido, un movimiento brusco proveniente de la cama donde yacía Severino Sosa. Se incorporó un poco y vio que el teniente permanecía en la misma, exacta e idéntica posición que antes. Sin embargo, en la semi penumbra, creyó ver un levísimo cambio en el rictus del teniente.
Con enormes dificultades, el soldado Rattaghan se puso de pie. Le dolía hasta el pelo. Caminó hasta la cama vecina. Había algo diferente, aunque no podía precisar qué. De pronto lo sobrecogió la idea de que Severino Sosa hubiese muerto. Posó su índice sobre la carótida de su superior y entonces respiró tranquilo: su corazón latía sereno, acompasado. Rattaghan volvió a acostarse no sin cierta inexplicable desazón. Se le cruzó la absurda ocurrencia de que el teniente no sólo se había movido, sino que, en algún momento se había levantado. No, hubiese sido imposible, pensó. Se disuadió de la idea y se dispuso a dormir. Estaba por conciliar el sueño cuando escuchó que decían su nombre. Era la voz inconfundible del Teniente Severino Sosa. Se le congeló la sangre.

—Soldado Rattaghan —repitió la voz.

Segundo Manuel Rattaghan se levantó como un resorte y corrió a despertar al viejo. Sean Flanaghan fue por la botella de whisky, se calzó los lentes y una manta por encima de los hombros, caminó hasta el camastro del teniente y lo examinó. Por detrás de su hombro, Rattaghan asomaba su pánico.
—Este hombre se está muriendo —fue el veredicto del viejo.
—Agua, por favor, agua —suplicó Severino Sosa.
Sean Flanaghan trajo un cucharón con agua y, en el mismo momento en que estaba por apoyarlo sobre los labios del teniente, el soldado Rattaghan, tomó la mano del viejo y la alejó de la boca reseca de Severino Sosa. Se acercó a su oído y le susurró: ahora, hijo de puta, me vas a decir qué hiciste con mi hermano. El teniente no hacía más que implorar por agua. Rattaghan exhibía ahora el cucharón frente a los ojos del teniente y le repetía, decime, hijo de puta, qué hiciste con mi hermano. La proximidad del cucharón parecía devolverlo a la realidad. Por fin dijo:
—No sé de qué me habla, soldado.
Había dicho esto último con un sino de sarcasmo que se traslució en una sonrisa imperceptible, involuntaria. El soldado Rattaghan tuvo la inmediata certeza de que el teniente no sólo sabía de qué le hablaba, sino que sabía de quién le hablaba. Siempre lo supo. Ese era el motivo del odio que le prodigaba desde el día en que lo vio, desde el momento en que escuchó el apellido Rattaghan. Siempre supo que era el hermano de su víctima. Entonces, Segundo Manuel Rattaghan tomó una resolución: lo iba a torturar hasta que hablara.
Se acercó a la salamandra y puso a calentar en el crisol el fierro del atizador. El viejo se había sentado en la mecedora y bebía indiferente. El hierro pasó de negro a rojo y de rojo a blanco. Rattaghan lo retiró y lo acerco a la cara del teniente, me vas decir, hijo de puta, qué hicieron con mi hermano. Severino Sosa no hacía más que negar todos los cargos y pedir agua. Conforme se encolerizaba, el soldado Rattaghan, en la misma proporción, descubría que era incapaz de torturar. Ni sabía cómo se hacía ni podría hacerlo aunque supiera.
Lloró de impotencia.

—Yo podría hacerlo por usted —dijo el viejo sin mirarlo— pero esta es su guerra.

Derrotado por su misma ineptitud, Rattaghan dejó el atizador en su lugar. Entonces Severino Sosa, con una voz inédita, afable y calma, empezó a hablar. Voy a decirle, soldado qué fue de su hermano, pero antes quiero agradecerle que me haya salvado la vida. El corazón de Rattaghan se sobresaltó primero y luego latió con ansiedad. El viejo se incorporó sobresaltado por una inquietud indecible. Le voy a decir qué pasó con su hermano, siguió diciendo el teniente, pero quiero que sepa que jamás voy a olvidar que si no hubiera sido por usted, soldado, ahora yo estaría muerto. El viejo buscaba algo desesperadamente. Soldado, voy a decirle de una vez qué fue de su hermano, pero antes quiero que sepa que estoy en deuda con usted; sucede, dijo, que odio tener deudas, entonces sacó el brazo por debajo de las cobijas y extrajo el rifle de doble caño del viejo, levantó el arma y apuntando al pecho de Segundo Manuel Rattaghan dijo: esto fue lo que pasó con su hermano, entonces disparó. En el mismo momento en que Sean Flanaghan corría hacia el soldado, Severino Sosa volvió a disparar al centro de los ojos del viejo. Cayó como lo hiciera un dolmen, sin quebrarse, sin emitir una sola queja.

yo, el supremo

Fragmento de "Yo, el supremo"
Augusto Roa Bastos



Yo el Supremo Dictador de la República Ordeno que al acaecer mi muerte, mi cadáver sea decapitado; la cabeza puesta en una pica por tres días en la Plaza de la República donde se convocará al pueblo al son de las campanas echadas al vuelo

Todos mis servidores civiles y militares sufrirán pena de horca. Sus cadáveres serán enterrados en potreros de extramuros sin cruz ni marca que memore sus nombres.
Al término del dicho plazo, mando que mis restos sean quemados y las cenizas arrojadas al río....

¿Dónde encontraron eso? Clavado en la puerta de la catedral, Excelencia. Una partida de granaderos lo descubrió esta madruga­da y lo retiró llevándolo a la comandancia. Felizmente nadie al­canzó a leerlo. No te he preguntado eso ni es cosa que importe. Tiene razón Usía, la tinta de los pasquines se vuelve agria más pronto que la leche. Tampoco es hoja de Gaceta porteña ni arran­cada de libros, señor. ¡Qué libros va a haber aquí fuera de los míos!.....


Cualquier parecido .....

lunes, 15 de junio de 2009

móvil del ataque

Friedrich Nietzsche

No se ataca únicamente para herir a alguien, para vencerlo, sino, a veces, sólo para tomar conciencia de la propia fuerza

espergesia

César Vallejo


Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.

Todos saben que vivo,
que soy malo; y no saben
del diciembre de ese enero.
Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo. Hay un vacío
en mi aire metafísico
que nadie ha de palpar:
el claustro de un silencio
que habló a flor de fuego.

Yo nací un día
que Díos estuvo enfermo.

Hermano, escucha, escucha...
Bueno. Y que no me vaya
sin llevar diciembres,
sin dejar eneros.

Pues yo nací un día
que Díos estuvo enfermo.

Todos saben que vivo,
que mastico... Y no saben
por qué en mi verso chirrían,
oscuro sinsabor de féretro,
luyidos vientos
desenroscados de la Esfinge
preguntona del Desierto.

Todos saben... Y no saben
que la luz es tísica,
y la Sombra gorda...
Y no saben que el Misterio sintetiza...
que él es la joroba
musical y triste que a distancia denuncia
el paso meridiano de las lindes a las Lindes.

Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo,
grave.

viernes, 12 de junio de 2009

el matón del barrio

El 15 de septiembre de 1935 el Reichtag por unanimidad aprobó las leyes que darían paso a toda la política antisemita del Tercer Reich, todo este grupo de normativas se las conoce como las “leyes de Nüremberg”.

Pues sí, todo el proceso por crímenes de lesa humanidad que se estableció contra los jerarcas nazis una vez terminada la guerra en la misma ciudad de Nüremberg es absolutamente ilegal, es ilegal porque la Alemania nazi tenía todo un marco legal que no solo la protegía, sino que ese mismo marco legal obligó a implantar el modelo de genocidio, y no solo eso, sino que un estado extranjero no puede juzgar las normas legales de estado alguno.

¡Ahjá!

Claro, es ilegal haber juzgado a los criminales nazis pero no es ilícito.

Éticamente fue lícito juzgar por el holocausto a los jerarcas nazis y a algunos de ellos hasta llevarles a la horca.

Adolfo Hitler asciende al poder el 1933, asciende al poder en medio de la peor crisis económica y política de Alemania, al poco tiempo de aquello (1934) muere el Mariscal Paul von Hindenburg que era el presidente de la Segunda República y de aquella Hitler era su canciller, o sea, Hindenburg era el jefe de Estado mientras que Hitler era el jefe de gobierno. A la muerte del mariscal, Hitler asume todos los poderes y forja una nueva constitución que es refrendada en referendum con el 95% de los votos.

¿La historia no les es parecida?

Con nueva constitución, el 100% de los diputados del Reichtag, Hitler asume todos los poderes para si, y crea la figura de Fürher (líder, guía, aluminado o como le quieran llamar), en 1935 se aprueban las leyes de Nüremberg y en 1939 se desata la Segunda Guerra Mundial, el resto de la historia ya la conocen por demás.

Pues bien, Alemania tenía todo el andamiaje legal que le permitió hacer lo que al Fürher y sus compinches les dio la real gana.

Ahora bien, volviendo a estas tierras más tropicales y equinocciales, la coyuntura que se presenta respecto a los medios de comunicación es muy parecida a lo que acabo de exponer, hay una ley, hecha en 1975 por la dictadura de entonces, que “reglamenta” el contenido de la parrilla televisiva, y justamente el presidente Correa se ha valido de aquella ley para buscar sancionar a un medio crítico de su gobierno.

Lo que está detrás es obvio, crear un ambiente de mordaza y temor generalizado ya que habría un precedente que justificaría cualquier posterior acción frente a cualquier otro medio de comunicación.

¿Legal? Sí.

¿Lícito? NO

No es mi intención defender a Teleamazonas ni a ningún otro negocio, solo que quiero que mis libertades individuales no sean a posteriori conculcadas por ningún funcionario obsecuente con el poder imperante.

La reflexión que hace Correa respecto a la propiedad de Teleamazonas solo me puede hacer esbozar una sonrisa cargada de sorna, es obvio que para poder montar cualquier medio de comunicación en cualquier parte del mundo se necesita de capital, y no solo de capital sino de bastante de él, incluso yo para poder postear en este blog he debido invertir modestamente en una computadora y una conexión decente a Internet, no se diga para montar una radio, un canal de televisión o un periódico, se necesita mucho dinero y el dinero está en manos de los ricos.

O sea, es tan simple como elaborar un silogismo de lo más elemental, eso ocurre en cualquier parte de mundo, incluso en la “amorosa” Corea del Norte, los medios están en manos del que tiene la plata, es ese caso final el Estado, y en los dos casos del poder.

Así que la reflexión que hace el ciudadano Correa peca de pobre, torpe y no es más que un sofisma muy mal elaborado.

¿Que los medios defienden los intereses de sus propietarios?. ¡Obvio!, así como el diario cubano Granma defiende y ensalza al gobierno cubano, ¿o no?. ¿O como El Telégrafo de Guayaquil no deja de glorificar al gobierno del ciudadano Correa?

Correa nunca me gustó, y eso lo sabe mucha gente, desde que era candidato dije que su sesgo fascista era evidente, lo dije y lo sostengo.

Lo que no me deja de sorprender es que los colaboradores más dóciles y obsecuentes proviene de la misma clase media alta que yo, solo que soy el pobretón del grupo, pero conozco a casi todos ellos y fui compañero universitario de la mayoría de los ministros que componen el gabinete de Correa, y de algunos no fui compañero pero sí que soy amigo. Me sorprende que esta gente sea la más atenta al momento que hacer de perro guardián del amo, que sean ellos los ejecutores de la política claramente concentradora de poder y con claro tinte fascista.

“Prohibido prohibir”, frase célebre del mayo del 68, frase que teníamos pintada en una pared de nuestra facultad en la Universidad Católica de Quito, justamente los que pintaron la frase son los que ahora fungen de perros de caza del dictador constitucional.

Lo dicho, en Ecuador jamás ha existido atisbo alguno de democracia, la democracia apenas es un escenario, un tinglado para que cualquier mequetrefe del color que fuere pretenda hacerse el propietario de este país tropical y equinoccial. La democracia es apenas la fachada para que desde 1830 una serie de gañanes quieran apropiarse del país, obviamente las expresiones patrióticas no son sino expresiones ideológicas que no hacen otra cosa que encubrir los intereses del grupúsculo de turno.

Es esa la naturaleza y el origen de la repúblicas de la región, sus orígenes son protervos, solo hemos sido parte de un sainete económico del que se han aprovechado diferentes grupos en diferentes momentos de la historia, toda la parafernalia de la patria y el orgullo no son más que palabrejas vacías.

Yo protesto porque si no lo hago ahora, nadie protestará cuando me toque a mí, parafraseando mal a Brecht.