sábado, 27 de abril de 2013

la fotografía, esa gran mentirosa por fortuna

Ponencia presentada en el marco de la FIL de Santo Domingo, República Dominicana 2013

Desde que en 1826 Nicéphore Niepce consigue congelar una imagen, el ser humano logra plasmar uno de los dos sueños que traía desde que bajó de los árboles para deambular por los llanos llamándose a si mismo homo sapiens sapiens, había soñado ser inmortal y, volar tal y como estaba reservado a las aves, hasta ese entonces supo que para vencer la finitud de su ser debía lograrlo a través de la metáfora, fue así como surgió la fotografía, como una metáfora de la realidad, de la vida  plasmada en una placa por procedimientos fotosensibles.

Mucha agua ha pasado bajo el puente, la fotografía ha inundado la realidad que nos rodea, es tan omnipresente que está incluso donde no es necesaria su presencia, no hay artículo de prensa, revista o inclusive literatura que no esté soportada por su presencia.

La fotografía fue inventada para ser “el reflejo” perfecto de la realidad, la poseedora del don que la pintura jamás tuvo, tal vez la venganza final de aquellos hombres en Altamira, al fin se había logrado capturar la realidad tal cual ella es. Al menos es como nos la han vendido y tal como nosotros la hemos querido comprar. No hay prueba más contundente o determinante que la fotografía, sino bastaría preguntar a varios testigos de las visitas extraterrestres, quienes no dudan en blandir cuanta imagen fotográfica poseen.

La fotografía falseó la realidad desde su creación misma, basta ver la primera imagen fotográfica elaborada por Niepce para constatar lo dicho, no aparece una sola persona. Alguien muy hábilmente sugerirá que las razones técnicas para la ausencia de imagen humana alguna, razones que todos quienes estamos involucrados en el quehacer las conocemos de sobra, dado que la exposición prolongada por la muy pobre sensibilidad que la emulsión de Niepce tenía provocó el no registro, en pocas palabras, el ser humano es demasiado rápido para haber sido registrado por tan primitiva emulsión.

Sí, así es, sin embargo, si echamos una mirada un tanto más aguda, bien podríamos decir que Niepce involuntariamente manipuló la imagen.

Ejemplos abundan en la historia de la fotografía, tanto así que su hijo natural, el cine, entendió esa naturaleza falsaria y la usó desde su inicio mismo. Eso dio pie al nacimiento del cine de ficción, y con él a la sana costumbre que tenemos de asistir a las salas de cine a admirar cine-literatura.

¿Necesita la fotografía ser la verdad?

Me atrevería a aseverar que no, sería como preguntar que si la palabra está condenada a ser la relatora imparcial de los hechos históricos, entonces la humanidad se habría perdido la literatura.

Justamente por ahí va, la fotografía no requiere ser imparcial, no debe, la fotografía no es el hecho mismo registrado en un papel por un proceso físico-químico, o en tiempos actuales, un archivo digital creado por un computador con lente al que pomposamente llamamos cámara. No, me niego rotundamente, porque nos estaríamos olvidando del factor humano.

¿Por qué decido hacer ese encuandre y no otro?

¿Por qué decido obturar en este instante y no antes o después?

Varios factores se cruzan, entre ellos están sesgos que todos los seres humanos cargamos, ideología, posición socio-económica, nivel cultural, intención, etc, etc, etc.

Generalmente a la fotografía la hemos relegado al mero acto fotográfico, cuando ante todo es un concepto.

¿Quién será un buen fotógrafo?

¿Cuál será entonces una buena fotografía?

Al igual que la literatura, la fotografía es lo que el espectador lee.

¿Por qué un libro nos llega más que otros?

Por la sencilla razón que a partir de su lectura, nos leemos a nosotros mismos.

Por tanto, la fotografía no es más que literatura en otro soporte, en ella podemos encontrar narrativa, poesía o crónica, todo dependerá de su operador.

Joan Fontcuberta llegó no solo a decir que la fotografía no es verdad, la llegó a comparar como “el beso de Judas”

No es cercana a la literatura, es literatura, pero tal y como buena hermana bastarda, no quiere ser reconocida dentro del entorno familiar, no solo es incomprendida, tal vez temida, poseedora de un lenguaje complejo con reglas de sintaxis muy rígidas, pero invisibles.

En su momento hubo un debate entre Henri Cartier-Bresson y Robert Capa, el primero negaba su aparente condición de foto documentalista, mientras Capa sostenía todo lo contrario.

¿Por qué el francés negaba su aparente condición?

Porque había logrado entender que a partir de la realidad objetiva, él había logrado establecer relatos que iban más allá de la imagen evidente, entendió que el metarrelato en la fotografía no solo era posible, que las fronteras no estaban donde se creía, al mismo tiempo Capa también estaba haciendo lo mismo, pero intelectualmente él todavía estaba atado a la verdad verdadera, olvidándose de la cuestionada imagen de “el último combatiente”, imagen que no lo deslegitima de ninguna manera, sino que le coloca en el andarivel contrario.

En una conversación con mi padre, él me sugirió algo que hoy considero un gran acierto, había dicho que para hacer fotografía se requiere mucho de la lectura, que se puede observar de manera casi dramática el alma del fotógrafo y no de lo fotografiado. Al igual que cualquier escritor, el fotógrafo pone en evidencia sus gustos, pesares y posición frente a la vida.

Al igual que la literatura, la fotografía se nos presenta como una ventana, pero que no nos permite ver desde dentro hacia afuera, sino al revés.

Una foto no vale más que mil palabras, una foto vale todo lo que su observador se pueda contar, pueda descubrir de si dentro de la imagen, lo que te sugiere y no te impone.

La verdad se impone, la literatura sugiere.

“Tan cierto como la muerte misma”, detesto las frases, pueden tener el sentido de un recetario para el alma, sin embargo, he de reconocer que esta, en particular, es tan veraz como aquella verdad que no existe. Solo esa certeza de finitud es la que mueve al ser humano a realizar lo mejor y lo peor, a partir de ese conocimiento nace la ciencia misma y el arte, gracias a la muerte es que el mundo se mueve, que a los amantes impele a amar, al arribista a trepar a cualquier precio y a los asesinos a matar, la muerte no es el fin, es el motor de todo esto que llamamos humanidad.

Uno muere muchas veces

Tal y como un matrimonio, con rupturas y reconciliaciones, así ha sido mi relación con la fotografía. La dejé por un tiempo, me divorcié de ella pensando en no volver jamás a ver su rostro, volví no solo porque la extrañaba, volví porque no concibo mi vida de forma distinta, volví porque la vida me metió otra vez en su lecho, porque sus aromas son los que quiero para los míos.

Man Ray había dicho que el fotógrafo empieza a los cuarentas, antes me pareció una declaración retórica, ahora la comparto por completo, los años previos han sido aprendizaje, no solo haciendo, leyendo, abandonándola, reconquistándola. Solo entrado en canas he podido entender que la fotografía es lo más lejano a hacer fotos, que no es más que un soporte, que su fin está ligado de forma indefectible y dramático a la literatura, a la narrativa, a la poesía y la crónica, sin embargo, a pesar de ser literatura tiene su sintaxis propia, se desarrolló bastarda y aparte.

Bastarda sí, porque es maravillosamente falsa, porque se rebeló frente al designio de ser la portadora de la verdad indiscutible, porque rompió con su destino y se permitió a si misma la posibilidad de ser contadora de historias, de seducir con sus formas, de mentir al oído como una diosa del embauque.

“Todo termina bien cuando parece estar mal, es porque todavía no ha terminado” de la película “Dios es brasileño”

¿Por qué aquel miliciano de Robert Capa sigue muriendo?, quedó suspendido entre la vida y la muerte, en un estadio indefinido, suelo mirarlo como quien destapa un viejo y delicioso perfume solo para percibir momentáneamente su dulce aroma. No importa si murió o no, no es de mi interés, es un ser atrapado en una historia sin fin, una metáfora.

La fotografía no es el reflejo de la realidad objetiva, la fotografía es metáfora de esa realidad. Lo logra en tanto se rompe a si misma, lo logra cuando su operador quiebra su autorreferencialidad y se  mira desde lo literario, mas no desde lo literal. Si no estuviera tan ligada a la literatura no habría fotógrafos ciegos, la realidad objetiva les arrebataría cualquier posibilidad, sin embargo, su condición de metáfora les permite.

Es ahí donde el “último combatiente” de Capa logra salirse de la historia para adentrarse en el relato de otra muy distinta.

Tantas veces me he encontrado con gente que dice: “pero es necesario tener buen ojo”, no solo que me parece una reflexión cliché, sino que no le hace justicia a quien hasta ahora ha gritado silenciosamente y, lo seguirá haciendo porque no pretende ser verdad, porque no busca ser milagro ni peor ser dios, no es necesario tener buen ojo, los ciegos carecen de ese sentido, sin embargo usan la imagen para contar.

Cada vez que me titulan como fotógrafo, yo reniego de esa condición, porque hago fotos no como un fin, sino como un medio para poder contar, hablar a través de un lenguaje distinto, pero contar es el fin, es mi destino.