domingo, 24 de julio de 2011

algo olía mal

Mi encuentro con la ciudad de Oslo fue agridulce, jamás hubiera pensado que algún día terminaría caminando las calles de una ciudad, que para mí, no tenía ningún atractivo hasta entonces, sin embargo, mi experiencia noruega habría de transformar el resto de mi vida de forma dramática.

Digo agridulce porque no pude escapar de sentir la frialdad no solo del clima escandinavo, sino de su gente que tal vez son más inclementes que el rigor de las temperaturas de aquellas latitudes. Pero al mismo tiempo el exceso de “amabilidad” aparentemente contrastaba con el quehacer diario.

Nunca recibí una sonrisa amable de un cajero de supermercado, ni siquiera un saludo frío, solamente los recibía de los inmigrantes asimilados: paquistaníes, españoles, africanos y uno que otro latinoamericano.

La “amabilidad” noruega la sentía como algo impuesto, como parte de lo políticamente correcto: “recibir pero ignorar”, cosa en verdad incómoda y desconcertante.

La novela negra es un género de culto en toda Escandinavia, sobre todo en Semana Santa cuando los ávidos lectores se lanzan a las librerías en pos de ejemplares de algún best seller del género favorito, la televisión emite películas policíacas en las que los crímenes están presentes, aunque no de forma evidente. Violadores, sicópatas, criminales de todos los calibres y en los últimos años no han escapado los terroristas de todas las nacionalidades, sin excluir los de propia cosecha.

Siempre tuve la sensación de que algo bullía, sin embargo, no tenía certeza de la naturaleza del guiso, pero ese sentimiento que algo no marcha bien, que se ocultan cosas, que tanta “amabilidad” no puede ser cierta, que tanta auto-referencia a la paz no podía ser normal

Me llamaba la atención que el único sector de Oslo con vida (en cualquier época de año) era Grønland, ese barrio donde se concentraban todos los migrantes, donde se sentían libres de gritar y escuchar música en volumen sin recato, donde a pesar del invierno, los libaneses jugaban ajedrez o damas en las mesitas a la calle, donde podía encontrar frijol negro para preparar Taku-taku, aceite de oliva hasta saciar mis más perversos delirios culinarios, donde la vida fluía a pesar de todo.

Nunca me olvidaré que mi primera impresión fue que los perros no ladraban jamás, era como que hasta ellos habían caído en el letargo de lo políticamente correcto, pero que los pájaros nunca habían sido cooptados y que a pesar del frío tenían brío para gorjear hasta el delirio anarquista, fue allí cuando encontré refugio en aquellos animalitos y en el maravilloso chocolate, pero nunca dejé de sentir que estaba en tierras áridas.

La masacre de Oslo me ha llenado de estupor, de nostalgia, de indignación, pero al mismo tiempo sentí que la olla apenas comenzaba a destaparse, que ese hervor soterrado apenas comenzaba a notarse, que algo olía mal desde hacía rato.

martes, 19 de julio de 2011

si me permiten hablar

Han pasado tantas cosas en este tiempo, tantas cosas y demasiadas ideas fluyendo por mi testa, los dolores de las pérdidas, Manuco Calisto ya no cabalgará más por las llanuras de la patafísca, aunque tuvo un acercamiento un tanto extraño, pero se asumió como tal, en fin, tantas cosas y dolores acumulados.

Me impuse silencio, las cosas uno las debe madurar con calma, sobre todo cuando se está trabajando con ideas frescas y renovando obra, me disculpo con quien haya que hacerlo, la verdad no me siento mal, todo lo contrario, el silencio auto impuesto es sano y nos hace ver las cosas con otra óptica.

Cuando era chico miraba con atención los campamentos de los boy scouts, les miraba desayunando y tenía cierta envidia frente a la posibilidad de vivir en contacto con la naturaleza, pero en realidad me llamaba la aventura, o al menos eso creía que aquella gente tenía. Le dije a mi padre que me gustaría ser parte de ellos, él me contestó muy duramente que eso tenía un tinte fascista que no le gustaba. Obviamente no entendí de qué rayos me hablaba, la palabra fascismo estaba presente en el vocabulario paterno, más tarde entendí toda la connotación de aquella declaración.

Cuando fui creciendo le tome encanto al análisis político, hasta llegué a creer que me convertiría en politólogo, cosa que afortunadamente no sucedió, sin embargo, el gusto por entender la estructura del poder, del quehacer y deshacer del manejo político no se perdió, tomando en cuenta que tempranamente repudié la izquierda para abrazarme dentro de las ideas libertarias del anarquismo y posteriormente auto denominarme patafísico.

Es sorprendente cuando el lenguaje se devalúa, pero es catastrófico cuando eso les sucede a los conceptos.

La realidad latinoamericana es mucho más perversa que la cándida visión del “realismo mágico”, la miopía de los “analistas sesudos” que se empeñan todavía en calificar a Pinochet de fascista, cuando era un personaje bastante lejano al fascismo, cuya práctica criminal era cercana a las SS, pero solo en su accionar y no en su esencia.

Cada vez que escucho a alguien el término: revolución, me corre un frío por la espalda, me hace referencia directa a Pol Pot, Stalin, Kim Jong Il, los hermanos Castro, hoy por hoy el concepto revolución ha perdido tanto valor que personajes como Perón, Chávez o el mismísimo Correa tuvieron y tienen el terminejo en la punta de su lengua. Recuerdo al Padre Ubú (Ubú encadenado) que llega a crear una realidad distópica, cuando decide ser esclavo y termina sometiendo a quien él decide que sería su amo.

Sin embargo, el otro día sin querer encontré la clave de todo lo que llaman revolución, fue tan casual como escuchar a un guía scout hablar del principio escutista: el buen vivir. El concepto sembrado en la mente de un niño, de un monaguillo, de un líder de tropa scout, trasladado como concepto fundamental de lo que hoy día dan por llamar: revolución. Tan fácil como traducir al kichwa: sumac kausai.

En la tropa scout no se discute el liderato, digo liderato y no liderazgo, el primero no se discute, el guía es quien lleva a la tropa a buen puerto, vela por su seguridad, promueve los valores del buen vivir, su dirección no es colegiada, es única.

Pero, ¿acaso Hitler en su momento no dijo lo mismo?

¿No mató a 20 millones de soviéticos en busca del tan necesario espacio vital para su pueblo?

¿O no fue Pol Pot quien exterminó a la cuarta parte de la población camboyana, liberándolos del pernicioso pensamiento burgués, llevando a Camboya al año cero de la nueva era?

Total, hasta ahora lo único que puedo ver del socialismo del siglo XXI es que constantemente le sacan la lengua a Estados Unidos, quizá sea su único mérito, tomando en cuenta que los gringos se hacen los bobos mientras sus intereses económicos estén intactos, o porque saben que todo el andamiaje teórico de los revolucionarios del siglo XXI proviene de “Las Venas Abiertas de América Latina”.