martes, 30 de septiembre de 2008

cuando los egos se encuentran ....

No he posteado en algunos días, cuestiones de trabajo no me han permitido prestarle la debida atención a este espacio, sin embargo creo que es mi deber explicar mi poca dedicación a este sitio.

He tenido muchas ideas para postear, muchas de ellas eran sobre la situación política de mi país, pero me he detenido por una cuestión de respeto y, otra para no caer en ese parroquialismo tan latinoamericano que verdaderamente me avergüenza, pero que intento cada vez más ser cosmopolita y olvidarme que mi entorno no es el de los demás.

El mundillo del arte no deja de ser exactamente eso, un espacio pequeño, díscolo y absolutamente parroquiano, nadie se pondrá de acuerdo con absolutamente nada ya que cada uno defiende su posición (preñada de intereses personales) que es inamovible, pero de alguna manera es comprensible por parte de los artistas, total ellos son los hacedores del arte y que existan intereses cruzados es muy normal y hasta obvio, pero que los “curators” se la tomen a pecho y que tengan posiciones mezquinas eso es inadmisible.

En verdad no me gusta el terminejo “curador”, me parece más apropiado el de “comisario de muestra”, o sea quien da un orden, establece un guión para una muestra museable o no, pero la coherencia es necesaria y ante todo en el arte aquella necesidad se hace imperiosa. Cosa extremadamente difícil, compleja y a ratos casi imposible en un medio latinoamericano como es el nuestro, atravesado por amiguismo miserables, intereses económicos obscenos, corrupción cotidiana de la peor ralea, sin embargo, ahí estamos en la brega, intentando hacer, esperando que la miseria (humana) cambie y tengamos un rostro más mundano que la estrechez abyecta de nuestra cotidianidad.

En Quito se ha convocado a una muestra llamada “30 años del otro arte” y obviamente se ha alborotado el gallinero, se ha empezado a cuestionar (con absoluta razón) que es ese nombre; ¿cuál es el uno para que exista el otro arte? Pregunta justificada en lo absoluto, que por mi parte no ha provocado sino una sonrisa cargada de mucha sorna, pero de mueca no ha pasado porque creo que el problema no radica en el nombre, sino que éste no es más que el síntoma de lo que está en verdad por detrás, que el concepto es precario y que es por ahí donde deberíamos comenzar a cuestionar, y deberíamos cuestionarlo no para pararlo sino para que la muestra llegue a buen puerto y tenga no solo buena calidad, sino que ésta sea exquisita.

Sí, se ha dicho que está en evidencia criterios de la pelea pasada, y creo que es verdad aquello, pero lo que es también cierto es que los “curators” erigidos a si mismos en críticos (figuras absolutamente diferentes y que no deben mezclarse) adolecen de algo que me atrevería a decir que es un tipo de “ignorancia ilustrada” atrevida y arrogante. Digo “ignorancia ilustrada” porque aquellos hacen gala de una “citología” descontextualizada , que convenientemente usada puede justificar absolutamente todo, pero con una carencia total de fundamento filosófico, casi como aquellos vendedores de plumas de los mercados de antaño.

Alguien por ahí ya ha levantado polvareda porque no le permiten tomar el poder de una parte de aquella muestra, porque según su criterio ella debería presentar un “dossier” de videos de diferentes autores y que están afiliados al archivo que ella maneja, cosa ridícula por no decir otra cosa, pero que deja ver el juego de poder de los intereses que comienzan a aparecer en la construcción de una muestra que ni siquiera todavía ha tomado cuerpo.

Sí, es un problema de la pelea pasada anacrónica y obtusa frente a la nueva llena de “curators” dueños de la verdad y con intereses evidentes, arrogantes y que hacen gala de la “ignorancia ilustrada” más reaccionaria.

martes, 23 de septiembre de 2008

discursos interrumpidos en la obra de arte / 5

Walter Benjamin


La recepción de las obras de arte sucede bajo diversos acentos entre los cuales hay dos que destacan por su polaridad. Uno de esos acentos reside en el valor cultural, el otro en el valor exhibitivo de la obra artística. La producción artística comienza con hechuras que están al servicio del culto. Presumimos que es más importante que dichas hechuras estén presentes y menos que sean vistas. El alce que el hombre de la Edad de Piedra dibuja en las paredes de su cueva es un instrumento mágico. Claro que lo exhibe ante sus congéneres; pero está sobre todo destinado a los espíritus. Hoy nos parece que el valor cultural empuja a la obra de arte a mantenerse oculta: ciertas estatuas de dioses sólo son accesibles a los sacerdotes en la “cella”. Ciertas imágenes de Vírgenes permanecen casi todo el año encubiertas, y determinadas esculturas de catedrales medievales no son visibles para el espectador que pisa el santo suelo. A medida que las ejercitaciones artísticas se emancipan del regazo ritual, aumentan las ocasiones de exhibición de sus productos. La capacidad exhibitiva de un retrato de medio cuerpo, que puede enviarse de aquí para allá, es mayor que la de la estatua de un dios, cuyo puesto fijo es el interior del templo. Y si quizás la capacidad exhibitiva de una misa no es de por sí menor que la de una sinfonía, la sinfonía ha surgido en un tiempo en el que su exhibición prometía ser mayor que la de una misa.

Con los diversos métodos de su reproducción técnica han crecido en grado tan fuerte las posibilidades de exhibición de la obra de arte, que el corrimiento cuantitativo entre sus dos polos se torna, como en los tiempos primitivos, en una modificación cualitativa de su naturaleza. A saber, en los tiempos primitivos, y a causa de la preponderancia absoluta de su valor cultural, fue en primera línea un instrumento de magia que sólo más tarde se reconoció en cierto modo como obra artística; y hoy la preponderancia absoluta de su valor exhibitivo hace de ella una hechura con funciones por entero nuevas entre las cuales la artística -la que nos es consciente- se destaca como la que más tarde tal vez se reconozca en cuanto accesoria. Por lo menos es seguro que actualmente la fotografía y además el cine proporcionan las aplicaciones más útiles de ese conocimiento.

La recepción de las obras de arte sucede bajo diversos acentos entre los cuales hay dos que destacan por su polaridad. Uno de esos acentos reside en el valor cultural, el otro en el valor exhibitivo de la obra artística. La producción artística comienza con hechuras que están al servicio del culto. Presumimos que es más importante que dichas hechuras estén presentes y menos que sean vistas. El alce que el hombre de la Edad de Piedra dibuja en las paredes de su cueva es un instrumento mágico. Claro que lo exhibe ante sus congéneres; pero está sobre todo destinado a los espíritus. Hoy nos parece que el valor cultural empuja a la obra de arte a mantenerse oculta: ciertas estatuas de dioses sólo son accesibles a los sacerdotes en la “cella”. Ciertas imágenes de Vírgenes permanecen casi todo el año encubiertas, y determinadas esculturas de catedrales medievales no son visibles para el espectador que pisa el santo suelo. A medida que las ejercitaciones artísticas se emancipan del regazo ritual, aumentan las ocasiones de exhibición de sus productos. La capacidad exhibitiva de un retrato de medio cuerpo, que puede enviarse de aquí para allá, es mayor que la de la estatua de un dios, cuyo puesto fijo es el interior del templo. Y si quizás la capacidad exhibitiva de una misa no es de por sí menor que la de una sinfonía, la sinfonía ha surgido en un tiempo en el que su exhibición prometía ser mayor que la de una misa.

Con los diversos métodos de su reproducción técnica han crecido en grado tan fuerte las posibilidades de exhibición de la obra de arte, que el corrimiento cuantitativo entre sus dos polos se torna, como en los tiempos primitivos, en una modificación cualitativa de su naturaleza. A saber, en los tiempos primitivos, y a causa de la preponderancia absoluta de su valor cultural, fue en primera línea un instrumento de magia que sólo más tarde se reconoció en cierto modo como obra artística; y hoy la preponderancia absoluta de su valor exhibitivo hace de ella una hechura con funciones por entero nuevas entre las cuales la artística -la que nos es consciente- se destaca como la que más tarde tal vez se reconozca en cuanto accesoria. Por lo menos es seguro que actualmente la fotografía y además el cine proporcionan las aplicaciones más útiles de ese conocimiento.

el orden social es siempre frágil

Slavoj Zizek


El desastre que produjo el huracán Katrina puso en evidencia no sólo fallas de previsión y asistencia sino una brecha racial que parecía superada y la violencia de un sistema que nunca se atenúa.

Desafortunado ministro de Información de Irak, pero uno de los “héroes” de la guerra con los Estados Unidos, Mohammad Said Al-Sahat, hoy olvidado, negaba enfáticamente en sus diarias conferencias de prensa los hechos más evidentes: se ceñía a la línea política de su patrón. Así, mientras los carros de asalto estadounidenses llegaban a las proximidades de su despacho, continuaba afirmando que las imágenes de la televisión norteamericana no eran más que efectos especiales pergeñados en Hollywood. A veces enunciaba extrañas verdades y, a las afirmaciones sobre el control de ciertos barrios de Bagdad por el Ejército estadounidense, respondía: “No controlan nada de nada, ¡ni siquiera se controlan ellos mismos!”

Con el naufragio de Nueva Orleans, la réplica cómica de Al-Sahaf se ha vuelto trágica. Las autoridades estadounidenses perdieron el control de una parte de la metrópoli. Durante algunos días, Nueva Orleans retrocedió hasta convertirse en una reserva salvaje, librada al saqueo, el asesinato y la violación.

Habría mucho que decir sobre el miedo que se infiltra en nuestras vidas a causa de un accidente natural o tecnológico (corte de electricidad, terremoto...), el miedo de ver desintegrarse nuestro tejido social. Este sentimiento de fragilidad de nuestro vínculo social es, en sí mismo, un síntoma: en el preciso lugar donde uno esperaría un impulso de solidaridad frente a una catástrofe semejante, lo que estalla es el egoísmo más despiadado.

Desde lo racional, sabíamos que esto podía ocurrir pero no queríamos creerlo. Sin embargo, esto ya ha sucedido en los Estados Unidos: en Hollywood, en el cine, con las dos películas de ciencia ficción de John Carpenter, “Escape from New York 1997” y “Escape from Los Angeles 2013”, en los cuales una megalópolis, aislada del mundo del orden, cae bajo el dominio de bandas criminales. En este aspecto, “The Trigger Effect” (1996), filme de David Koepp, es aún más interesante. Al producirse un corte de energía en una gran ciudad, la sociedad comienza a desmoronarse. Con gran imaginación, la película trata las relaciones raciales y nuestros prejuicios hacia los extranjeros. “Cuando nada anda, todo sucede”, dice el trailer.

Una atmósfera extraña se cierne sobre Nueva Orleans, especie de ciudad de vampiros, de muertos-vivos y del vudú. Un tenebroso poder sobrenatural amenaza sin tregua con hacer estallar el tejido social. Una vez más, como el 11 de septiembre, la sorpresa no proviene del hecho de que la torre de marfil de la vida estadounidense haya sido destruida por la intrusión de la realidad del Tercer Mundo, hecha de caos social, violencia y hambre. La verdadera sorpresa proviene del hecho de que una cosa no perteneciente a nuestra realidad ha entrado brutalmente en ella.

¿Cuál fue entonces la catástrofe de Nueva Orleans? Lo primero que observamos es su extraño carácter temporal, suerte de reacción retardada. Inmediatamente después del paso del ciclón, hubo un alivio momentáneo: el ojo había pasado a unos 40 kilómetros de la ciudad, sólo se registraba una decena de muertos. Se había evitado lo peor. Luego todo se echó a perder: una parte de los diques de protección se derrumbó; la ciudad fue invadida por las aguas y el orden social se desintegró. El desastre natural sirvió de “revelador social”.

En primer lugar, tenemos buenas razones para pensar que Estados Unidos está expuesto más que de costumbre a ciclones a causa del calentamiento terrestre, del cual es responsable el hombre. Segundo, el efecto catastrófico inmediato del ciclón se debió, en gran parte, a negligencias humanas: las autoridades no estaban preparadas para dar respuesta a necesidades humanitarias fácilmente previsibles. Pero la verdadera conmoción —la desintegración del orden social— se produjo más tarde. Por una especie de acción diferida, la catástrofe natural se repitió bajo la forma de una catástrofe social.

¿Cómo se debe interpretar este derrumbe social? La primera reacción fue conservadora, como de costumbre. Los acontecimientos de Nueva Orleans confirman, una vez más, la fragilidad del orden social, la necesidad de hacer respetar la ley con severidad y la necesidad de la presión moral para impedir la explosión violenta de las pasiones.

En realidad, el caos de Nueva Orleans puso en evidencia la brecha racial que perdura en los Estados Unidos: el 68% de negros pobres y postergados que habitan la ciudad no tuvieron los medios necesarios para abandonarla a tiempo, fueron abandonados sin alimentos y sin asistencia. Por eso, no tiene nada de sorprendente que hayan “explotado”. Se debe considerar su violencia como una repetición de los disturbios ocurridos en Los Angeles luego del caso Rodney King, o incluso de las manifestaciones de Detroit y Newark de fines de los 60.

¿Y si, de manera más fundamental, la tensión que llevó a la explosión de violencia no fuera una tensión entre la “naturaleza humana” y la fuerza de la civilización que la controla sino una tensión entre dos aspectos de nuestra civilización? ¿Y si, al esforzarse por dominar explosiones como la de Nueva Orleans, las fuerzas del orden se vieran por el contrario enfrentadas a la “naturaleza” del capitalismo en su forma más pura, a la lógica de la competencia individualista, de la afirmación despiadada del yo, una “naturaleza” mucho más amenazante y violenta que todos los ciclones y los terremotos?

martes, 16 de septiembre de 2008

Richard Wright murió



Maestro fundador y tecladista de Pink Floyd.

viernes, 12 de septiembre de 2008

resistencia es rendición

Slavoj Zizek


Una de las lecciones más claras que dejaron las últimas décadas es que el capitalismo es indestructible. Marx lo comparaba con un vampiro, y uno de los aspectos más notables de la comparación parece estar en que los vampiros siempre vuelven a ponerse de pie después de que se los mató a puñaladas. Ni siquiera el intento de Mao de limpiar los restos de capitalismo en la Revolución Cultural tuvieron éxito.

La izquierda de nuestros días despliega una variedad de reacciones ante la hegemonía del capitalismo global y su suplemento político, la democracia liberal. Por ejemplo, podría aceptar la hegemonía pero mantener la lucha por reformar sus reglas de funcionamiento (de esto trata la socialdemocracia de Tercera Vía).

También puede aceptar que la hegemonía llegó para quedarse, pero que se le debe ofrecer resistencia en los "intersticios".

O, si acepta que toda lucha es fútil porque la hegemonía es tan abarcativa que en realidad nada puede hacerse, espera un estallido de "violencia divina" (una versión revolucionaria del heideggeriano "solo Dios puede salvarnos").

También puede reconocer que por ahora su lucha es fútil. Según este planteo, con el triunfo del capitalismo global, no hay sitio a una verdadera resistencia, y todo lo que podemos hacer hasta que el espíritu revolucionario de la clase obrera mundial se renueve es defender lo que queda en pie del estado de bienestar, planteándole a los dueños del poder exigencias que sabemos que no pueden cumplir; aparte de eso, nos retiramos a los estudios culturales, donde se puede continuar en calma con la tarea crítica.

Otra posibilidad está en enfatizar el hecho de que el problema es más fundamental, que el capitalismo global, en último análisis, es un efecto de los principios subyacentes de la tecnología y la "razón instrumental".

O plantea que se puede minar el capitalismo global y el poder del estado, en vez de atacarlo directamente, redirigiendo el campo de batalla a las prácticas cotidianas, donde se puede "construir un mundo nuevo"; así, los cimientos del poder del capital y del estado se verán minados gradualmente y, en algún momento, el estado colapsará (el ejemplo típico es el movimiento zapatista).

Si elige la ruta "postmorderna", en vez de mantener el combate anticapitalista se dirigirá a las múltiples formas de combate político-ideológico por la hegemonía, poniendo énfasis en la importancia de la rearticulación discursiva.

O puede blandir el estandarte de que se puede repetir a nivel posmoderno el gesto marxista clásico: poner en acto la "negación determinada" del capitalismo, porque con el ascenso que vive en nuestro tiempo el "trabajo cognitivo", la contradicción entre producción social y relaciones capitalistas se hizo más dura que nunca, con lo cual por primera vez se hace posible la "democracia absoluta" (esta sería la posición de Hardt y Negri).

Ninguna de estas posiciones intenta evitar algún tipo de política de izquierdas "verdadera"; en realidad tratan de sortear el obstáculo que presenta la ausencia de esa posición. Pero esta derrota de la izquierda no cierra todo el balance de los últimos treinta años. De los comunistas chinos, que están dirigiendo lo que puede presentarse como el más explosivo desarrollo capitalista de la historia, y del crecimiento de la socialdemocracia europea occidental de Tercera Vía se puede sacar otra lección, no menos sorprendente: que lo podemos hacer mejor. En el Reino Unido, la revolución thatcherista fue, en su momento, caótica e impulsiva, plena de contingencias impredecibles. Quien la institucionalizó realmente fue Tony Blair o, para decirlo en términos hegelianos, quien elevó (lo que al principio aparecía como) una contingencia, un accidente de la historia, a una necesidad. Thatcher no era thatcherista, era solo ella misma; fue Blair, más que Major, quien dio al thatcherismo su verdadera forma.

En la izquierda posmoderna, algunos críticos de este planteo han optado por llamar a una nueva política de resistencia. Los que siguen insistiendo en combatir contra el poder del estado (ni hablar de los que hablan de tomarlo) siguen bajo la acusación de congelamiento en el "viejo paradigma". Hoy, dicen los críticos, la tarea consiste en resistir al poder del estado saliéndose de su terreno para crear nuevos espacios fuera de su control. Por supuesto, estamos ante una inversión formal pero no real ("obversión") de la aceptación del triunfo del capitalismo. La política de la resistencia no es más que un complemento moralizante a la izquierda de la Tercera Vía.

En su libro más reciente (Infinitely Demanding), Simon Critchley se ha convertido en la encarnación casi perfecta de este planteo.[*] Para él, el estado liberal democrático llegó para quedarse. Los intentos de abolirlo fallaron miserablemente; por lo tanto la nueva política tiene que ubicarse a cierta distancia del estado: movimientos antibélicos, organizaciones ecológicas, grupos de repudio contra los abusos racistas o sexistas, y otras formas similares de auto-organización. Tiene que ser una política de resistencia al estado, de bombardeo al estado con exigencias imposibles, de denuncia de las limitaciones de los mecanismos estatales. El argumento fundamental en defensa de una política de resistencia distanciada del estado depende de la dimensión ética del clamor, "infinitamente exigente", pro justicia: no hay un solo estado que pueda cumplir con este clamor, porque su fin último es de "realpolitik": asegurar su propia reproducción (su crecimiento económico, la seguridad pública, etc.) "Por supuesto", escribe Critchley, "quienes suelen escribir la historia son los que tienen los palos y las armas, y no se puede esperar derrotarlos con la sátira burlona o con plumeros. Pero, como lo ha mostrado con elocuencia la historia del nihilismo ultraizquierdista activo, al momento de tomar las armas y los palos uno está perdido. La resistencia política anárquica no debería intentar una copia mimética y especular de la soberanía violenta ("árquica") a la que se opone."

Entonces, digamos, ¿qué tendrían que hacer los demócratas de EEUU? No competir más por el poder del estado, y retirarse a sus intersticios, para que los republicanos tengan el poder del estado, y entonces ¿iniciar una campaña de resistencia anárquica contra él? Y qué haría Critchley si tuviera que enfrentar un adversario como Hitler? Suponemos que en ese caso nadie debería darse a "una copia mimética y especular de la soberanía violenta ("árquica") a la que se opone", ¿no? Acaso no le convendría a la izquierda distinguir las circunstancias en las que hay que recurrir a la violencia contra el Estado de aquellas en las que solo se puede luchar "con la sátira burlona o con plumeros"? El centro de la ambigüedad de Critchley está en un silogismo extraño: el estado (o el capitalismo) están para quedarse; no hay modo de abolirlos; ¿porqué entonces retirarse de él? Porqué no actuar desde ad(en)tro mismo del Estado? Porqué no aceptar la premisa básica de la Tercera Vía? Porqué limitarse solamente a, como dice Critchley, "poner en cuestión el estado y al orden establecido, no para eliminar el estado por deseable que en cierto sentido utópico pudiera ser esto último, sino para mejorar su efecto pernicioso o atenuarlo"?

Estas palabras solo demuestran que el estado democrático liberal de nuestros días y el sueño de una política anárquica de "exigencia infinita" sostienen un vínculo de mutuo parasitismo: los agentes anárquicos se dedican al pensamiento ético, y el estado hace el trabajo de regular y gestionar la sociedad. El agente anárquico, ético-político, de Critchley actúa como un superyo, que bombardea constante y confortablemente con sus exigencias al estado; y cuanto más trata de satisfacerlas ese estado, más culpable parece ser. De acuerdo a esta lógica, los agentes anarquistas no concentran sus protestas en las dictaduras abiertas sino en la hipocresía de las democracias liberales, acusadas de traicionar los mismos principios que dicen profesar.

Unos años atrás hubo grandes marchas en Londres y Washington contra el ataque de EEUU a Iraq, que nos dan un caso típico de esta relación, extrañamente simbólica, entre poder y resistencia. Su resultado paradojal es que las dos partes quedaron satisfechas. Los manifestantes salvaron sus hermosas almas: dejaron en claro que no coinciden con la política de su gobierno en Iraq. El poder aceptó en calma la protesta, y es más, se benefició con la misma: no solo las protestas no impidieron de ninguna manera la decisión tomada de atacar a Iraq sino que sirvieron para legitimarla. Así, la reacción de George Bush frente a las manifestaciones masivas que repudiaban su llegada a Londres fue, en fecto: "Ven? Es por esto por lo que peleamos, para que lo que esta gente está haciendo aquí -protestar contra la política de su gobierno- sea posible en Iraq"

Debe notarse que el curso que tomó Hugo Chávez desde 2006 es el opuesto exacto al elegido por la izquierda posmoderna: lejos de resistir al poder del estado, lo tomó (primero intentó un golpe que fracasó; luego por vía democrática) y utilizó despiadadamente el aparato de estado venezolano para llegar a sus objetivos. Es más: está militarizando los barrios, y organiza -y entrena- en ellos unidades armadas. Y, terror de los terrores, ahora que siente los efectos económicos de la "resistencia" del capital a su gobierno (escaseces temporales de ciertos bienes en los supermercados subsidiados por el estado) ha anunciado planes para consolidar en un solo partido los 24 que lo apoyan. Esta movida provoca escepticismo incluso entre algunos de sus aliados. ¿Se dará a expensas de los movimientos populares que confirieron su vitalidad a la revolución venezolana? La elección, sin embargo, aunque riesgosa, merece todo nuestro apoyo: de lo que se trata es de asegurar que el nuevo partido no funcione como un partido típico de socialismo de estado (o peronista), sino como un vehículo de movilización de nuevas formas de hacer política (como los comités de base de los barrios). ¿Qué tendríamos que decirle a alguien en la situación de Chávez? "No, no tome el poder del estado; mejor, retírese, deje el estado y la situación actual en su sitio"? Se suele acusar de payasesco a Chávez, pero semejante retirada, ¿no lo reduciría a una versión del "Subcomandante Marcos", ése al que muchos izquierdistas mejicanos conocen hoy como el "Subcomediante Marcos"? Hoy, son los grandes capitalistas -Bill Gates, los contaminadores corporativos, los cazadores de zorros- los que "resisten" al estado.

La lección que se extrae es que lo verdaderamente subversivo no está en insistir en exigencias "infinitas" que sabemos que no pueden ser cubiertas por quienes tienen el poder. Dado que saben que lo sabemos, una actitud semejante no les genera el menor inconveniente: "Qué maravillosas que son vuestras exigencias críticas, nos recuerdan en qué clase de mundo desearíamos vivir todos. Por desgracia, vivimos en el mundo real, donde tenemos que hacer lo posible" Al contrario, lo que hay que hacer es bombardear a quienes detentan el poder con exigencias finitas, precisas, estratégicamente bien elegidas: a eso no se le puede oponer excusa semejante.

martes, 9 de septiembre de 2008

el amado líder

Tengo una relación extraña con Corea de Norte, es como un pariente lejano del que conozco algo pero que quiero mantener lejos y, mientras más lejos esté será mejor para los dos.

Mi padre tuvo mucha simpatía por el comunismo de tinte maoísta (aberraciones que todos tenemos), no lo ocultó, aunque era una mezcla muy extraña entre chino y anarquista (agua y aceite), cosa que hasta ahora no logro entender del todo y, creo que hasta el último de mis días seguiré en mi porfía de entender a mi viejo, cosa que a ratos me asusta mucho pero justamente por su naturaleza mórbida me atrae mucho.

Mi padre un día comenzó a recibir por correo revistas propagándisticas de Corea del Norte, y como buen guagua inquieto le pregunté sobre cuál era su relación con ese país, él me contestó que estaba tan desconcertado como yo. Las revistas llegaban mes a mes y en gran cantidad, mi padre optó por ponerlas en el recibidor de su taller, aunque siempre hablaba con un profundo desdén sobre esa sociedad. Los reparos del viejo a aquel país era que tenían un tinte fascistoide inocultable, que la forma tan reverencial en el trato al dictador Kim Il Sung era algo abyecto y miserable y que solamente era el síntoma visible de una sociedad fascista.

El mismo reparo ponía a Stalin o Mao, detestaba la revolución cultural, sostenía que los comunistas eran seres horribles, sin embargo, se autoproclamaba maoísta, comunista, etc, etc.

Yo por mi parte me devoraba aquellas revistas, no entendía bien lo referente a la "Idea Juche", pero era algo como un cuento de hadas, sentía que leía sobre un país ilusorio.

Cuando decidí entrar a la universidad, tuve la idea de elegir las "Ciencias Políticas" como lo mío (errores que comete uno) y a partir de la Teoría del Estado pude intentar entender qué mismo era eso de la "Idea Juche".

La República Popular Democrática de Corea no es un estado marxista-leninista, sino es un estado que ha desarrolado su propio modelo de socialismo, un modelo que Kim Il Sung estableció (Idea Juche), un modelo "autárquico", un modelo autoritario que la China de Mao vio con mucha simpatía.

Hoy se celebran los 60 años de la fundación de Corea de Norte como estado, y recordé a mi padre y sus objeciones sobre el totalitarismo.

Aprendí que las ideas hay que defenderlas hasta con los dientes, que de lo único que somos propietarios es de ellas, pero al mismo tiempo que hay que defenderlas denodadamente también hay que ver que el resto tiene las suyas propias, y que el resto tiene el derecho a defender sus ideas con el mismo ímpetú que yo. Sin embargo, las ideas de uno deben ser defendidas y tan defendidas que cuando se esté en un error habrá que reconocer aquel error.

En América Latina convivimos con la antropofagia, somo unos antropófagos absolutos y Ecuador no es la excepción. En una sociedad antropófaga el arma fundamental es el descrédito del otro, llega a los extremos de ser parte del hogar mismo, y es allí en donde la política ecuatoriana se desenvuelve, los lados en disputa siempre están desacreditando al otro sin argumento alguno, esa ha sido la historia política de Ecuador y América Latina. El descrédito toma su forma más brutal cuando el oponente tiene argumentos válidos, entonces hay que echar mano del recurso propio, hay que desacreditarlo y serrucharlo por debajo, pero cuando se tiene poder no es necesario hacerlo oculto, el descrédito es acto público.

No es de sorprenderse que Ecuador tenga los presidentes que ha tenido y tiene actualmente, fruto de esta sociedad de irrespeto a los demás, de la inexistencia del otro, de la supremacía de mi pensamiento sobre el de los demás. No es asunto de izquierdas o derechas, los dos tienen exactamente las mismas prácticas, son animales de la misma camada.

Si profundizamos un poco, desvestimos de la forma y nos quedamos con el contenido, llegaremos a ver que los líderes de la "izquierda" latinoamericana fundamentan su odio a los gringos argumentando el carácter imperialista del Estado norteamericano, y cuando comenzamos a escarbar un poco encontramos que la gringolandia ya ni siquiera es un estado imperialista, que incluso ellos son víctimas del fenómeno del poder de los conglomerados transnacionales. Que los Estados Unidos cumplen apenas con el rol histórico de la potencia hegemónica, y que inclusive aquello es mera pantalla, que el poder está en los lugares más insospechados. Cuando uno entiende la naturaleza de ese poder puede desarrollar armas diferentes para combatirlo

Patria, patria y más patria, una bandera, un himno y el amor irrestricto a algo que siempre ha sido mezquino con todos, no es más que un atado de argumentos de consolidación de poder de diferentes sectores beneficiados con aquel discurso, sean estos sectores los que fueren, simplemente que con los años mutan, los poderosos de hoy son los subyugados de mañana.

¿Qué tiene el poder que envilece al poderoso?

Con los años me reconocí como un anarquista, con un repudio por el poder (sea de la naturaleza que fuere), y me declaré ciudadano del mundo, sin bandera, sin himno, habitante del planeta y orgulloso de no defender los intereses de ningún "líder" (sea éste quien fuere).

Siempre que veo algún "amado líder" tengo un profundo sentimiento de ternura, lo veo (sin querer) como un ser minúsculo, aferrado a las veleidades del poder.

El mundo ha entrado en una espiral extraña, cualquier cosa es justificada y defendida como válida, sino simplemente vean lo que pasa con el "arte contemporáneo".

lunes, 8 de septiembre de 2008

vendrá la muerte y tendrá tus ojos

En el centenario de un maestro de la literatura italiana.

Cesare Pavese

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
esa muerte que nos acompaña
desde el alba a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un absurdo defecto. Tus ojos
serán una palabra inútil,
un grito callado, un silencio.

Así los ves cada mañana
cuando sola te inclinas
ante el espejo. Oh, cara esperanza,
aquel día sabremos, también,
que eres la vida y eres la nada.

Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como dejar un vicio,
como ver en el espejo
asomar un rostro muerto,
como escuchar un labio ya cerrado.
Mudos, descenderemos al abismo.

sábado, 6 de septiembre de 2008

aforismo

Franz Kafka

El mundo horrible que tengo en la cabeza. Pero cómo liberarme y liberarle sin tener que desgarrar. Y es mil veces mejor desgarrar que retenerlo o enterrarlo en mi interior. Para eso estoy aquí, eso me es del todo claro.

jueves, 4 de septiembre de 2008

los sueños de los otros

Slavoj Zizek, 18 de mayo de 2007

La vida de los otros de Florian Henckel von Donnersmarck – la película que gano este año el Oscar, y que trata acerca de la vida bajo la Stasi, la policía secreta de la Alemania del Este – ha sido comparada favorablemente con la comedia del 2003 ¡Adiós a Lenin! de Ulrich Becker. Lo que se dice es que proporciona el correctivo necesario a la sentimental Ostalgie (nostalgia por el este) de Adiós a Lenin. Ilustrando como el terror de la Stasi penetró cada poro de las vidas privadas de los alemanes del este. Pero, ¿es realmente el caso?

Como en muchas otras películas que representan la dureza de los regímenes comunistas, La vida de los otros equivoca su verdadero horror. ¿Cómo es esto? Primero, el que la película ponga en el centro de la trama la conspiración del corrupto ministro de cultura, que quiere deshacerse de uno de los principales escritores de la República Democrática Alemana (RDA), Georg Dreyman, para que así pueda él perseguir sin obstáculos un affaire con la pareja de Dreyman, la actriz Chista-Maria. De esta manera, el horror que estuvo inscrito en la propia estructura del sistema alemán del este, es relegado a un mero capricho personal. Lo que se pierde es el hecho de que el sistema no sería menos terrorífico sin la corrupción personal de algún ministro, aunque solo hubiese únicamente burócratas dedicados y “honestos”.

Igualmente molesto resulta el retrato de Dreyman en la película. Él es idealizado en la dirección opuesta – un gran escritor, honesto y sinceramente dedicado al sistema comunista, que es personalmente cercano a las principales figuras del régimen (vemos que Margot Honnecker,la esposa del líder del Partido, le proporciona un libro de Solzhenitsyn, estrictamente prohibido para la gente ordinaria). Uno no puede aquí sino recordar una ingeniosa formula de vida bajo un duro régimen comunista: de las tres características – honestidad personal, apoyo sincero al régimen e inteligencia – solamente era posible combinar dos, nunca la serie entera de las tres características. Si uno era honesto y apoyaba al régimen, uno no era muy brillante; si uno era brillante y apoyaba al régimen, uno no era honesto; si uno era honesto y brillante, uno no podía apoyar al régimen. El problema con Dreyman es que él combina las tres características.

Hagamos unas preguntas obvias: ¿si él era un escritor tan honesto y de gran alcance, cómo es qué él no entro en problemas con el régimen desde mucho tiempo antes? ¿Por qué no fue considerado por el régimen, por lo menos un poco, algo problemático, con sus excesos tolerados a causa de su fama internacional, como fue el caso con famosos autores de la RDA como Bertolt Brecht, Heiner Muller y Christa Wolf? El film tiene lugar en 1984 – entonces, ¿dónde estaba él en 1976 cuando el régimen de la RDA no permitió a Wolf Biermann regresar luego de su viaje a Alemania Occidental, conduciendo a todos los grandes escritores alemanes del este a firmar una petición de protesta por esta medida?

Asimismo, durante una recepción al principio de la película, un disidente confronta directa y agresivamente a un ministro de cultura, sin ninguna consecuencia. Si una cosa semejante era posible, como se asume en la película, ¿era el régimen tan terrible? Finalmente hay una torcedura extraña a la historia que evidentemente contradice los hechos históricos. En todos los casos de una pareja casada donde uno de ellos traicionó a su pareja, fue siempre un hombre el que se hizo informante – en La vida de los otros, es la mujer, Christa-Maria quien se vuelve informante y traiciona a su esposo.

¿No es la razón para esta extraña distorsión el secreto trasfondo homosexual de la película? El héroe de la película, Gerd Wiesler, un agente de la Stasi que debe instalar micrófonos y escuchar todas las conversaciones de la pareja, comienza a ser atraído por Dreyman. Es este afecto el que lo conduce gradualmente a ayudar a Dreyman. Después, die Wende, - el “momento crucial” es cuando el muro se viene abajo – Dreyman descubre lo que sucedió al tener acceso a sus archivos. Él regresa el interés de amor de Wiesler, secretamente sigue a Wiesler, quien ahora trabaja como un modesto cartero. La situación es así invertida con eficacia: la víctima observada es ahora el observador. En la última escena de la película, Wiesler va a una librería (la legendaria Karl-Marx-Buchhandlung sobre la Stalin Alee, por supuesto), a comprar la nueva novela del escritor, Sonata para un hombre honesto, y descubre que está dedicado a él (designado por su código secreto de la Stasi). Esto da rienda a entregarse a una cruel ironía, el final de La vida de los otros recuerda el famoso final de Casablanca. Con el “comienzo de una bonita amistad” entre Dreyman y Wiesler, ahora que el obstáculo impuesto de una mujer está convenientemente fuera del camino – una verdadera Christ – como gesto de sacrificio de su parte (¡no es ninguna sorpresa que su nombre sea Christa-Maria!).

En contraste con este idilio, la aparentemente mucho más superficial, poco seria comedia nostálgica ¡Adiós a Lenin!, es una pantalla que cubre una realidad subyacente mucho más áspera (señalada en la apertura de la película por la intrusión brutal de la Stasi en el hogar de la familia, luego de que el marido escapara a occidente) La lección es así mucho más desesperada que en La vida de los otros: ninguna resistencia heroica al régimen de la RDA podía ser sostenida. La única manera de sobrevivir era escaparse en la locura, la desconexión de la realidad.

¡Adiós a Lenin!, cuenta la historia de un hijo cuya madre, una honesta creyente en la RDA, sufre un ataque de corazón la noche en que se lleva a cabo una manifestación que condujo, en última instancia, a la caída del régimen en 1991. Ella sobrevive, pero el doctor le advierte al hijo que cualquier experiencia traumática podría causar su muerte. Con la ayuda de un amigo, el hijo monta un escenario para su madre, el cual está contenido en su apartamento, la afable continuación de la RDA: Cada tarde, reproducen noticias falsas en video acerca de la RDA. Hacía el final de la película, el héroe dice que el juego se le fue de las manos - la ficción organizada para la madre agonizante se volvió en una RDA alterna, reinventada, de como ella, la república, debió de haber sido.

En esto reside la cuestión clave política, más allá del tópico de la Ostalgie (que no es una añoranza real por la RDA, sino una promulgación de la verdadera partida de ésta, al adquirir una distancia, una des-traumatización): ¿era este sueño de una “RDA alterna” inherente a la RDA en sí misma? Cuándo, en el final ficticio del reporte de TV, el nuevo líder de la RDA (el primer astronauta de la RDA) decide abrir el muro, permitiendo que los ciudadanos alemanes de occidente escapen del terrorismo del consumo, la lucha desesperada por la vida y el racismo, es claro que la necesidad por un escape utópico semejante es verdadero.

Para ponerlo lo suficientemente brutal, la Ostalgie es practicada extensivamente en la Alemania actual sin causar ningún problema ético, uno (de momento, por lo menos) no puede imaginar a alguien mostrar públicamente una nostalgia nazi: ¡Adiós a Hitler! en lugar de ¡Adiós a Lenin! ¿No es este un testimonio del hecho de que aún estamos enterados del potencial emancipatorio en el comunismo, que, distorsionado y torcido como tuvo lugar, falto en el fondo del fascismo? La epifanía cuasi-metafísica hacía el final de la película (cuando la madre, en su primera caminata fuera de su apartamento, se encuentra cara a cara con una estatua de Lenin cargada por un helicóptero, que extiende su mano para dirigirse a ella directamente) debe ser tomado más seriamente de lo que puede parecer.

Esto, por supuesto, no implica que ¡Adiós a Lenin! se encuentre sin fallas. El punto débil de la película es que (como en La vida es bella de Roberto Beningni) sostiene la ética de proteger las ilusiones: manipula la amenaza de un nuevo ataque al corazón como un medio para chantajearnos en aceptar la necesidad de proteger su fantasía como el deber ético más alto. ¿La película entonces, no está endosando inesperadamente la tesis de Leo Strauss acerca de la necesidad de una “noble mentira”? Entonces, ¿es realmente el potencial emancipatorio del comunismo solamente una “noble mentira” que se efectuará y se sostendrá para los creyentes ingenuos, una mentira que enmascarará con eficacia la despiadada violencia del reino comunista? Aquí la madre es el “sujeto que supuestamente cree”: a través de ella, otros sostienen su creencia. (La ironía del asunto es que generalmente es la madre quien se supone es la vigilante, quien protege a los niños de la cruel realidad.)

¿Cuál es la lección de todo esto? Todavía estamos esperando una película que proporcione una descripción completa del terror de la RDA, una película que haga a la Stasi lo qué Varlam Shalamov, en sus insuperables Relatos de Kolyma, hizo al Gulag.