*José María Avilés
Este pequeño texto no pretende ser una investigación exhaustiva del tema que trata, no pretende afirmar teorías o negarlas, al contrario surge de la inspiración que la lectura de un par de ensayos de diversos autores, que han reflexionado sobre la historia del cine, me han dejado. Entonces; la intención del presente se comporta como un germen que busca infectar a su víctima –en este caso ustedes lectores (de haberlos). Antes de empezar quisiera aclarar un último punto. Me resulta difícil dada la amplitud de espacio abarcado por la evolución del cine, delimitar territorios, o presentar certezas, sucede que, el siguiente ensayo se encarga de ver líneas en el tiempo, cuyos márgenes son permeables y a menudo ambiguos. Planteo hipótesis que espero sean igual de sugerentes que lo fueron los textos que tomé de base. No es un ensayo histórico.
No recuerdo precisamente si fue en un baño o en un colectivo. Pero más o menos en octubre del año pasado (2008) leía un libro que me produjo muchísimo placer. Se trata de una pequeña edición realizada por el séptimo festival de cine independiente de Buenos Aires, se titulaba “del primer grito a la última protesta”, escribe André S. Labarthe. Hasta entonces su nombre apenas me resultaba familiar dentro del mundillo de críticos franceses.
Con un humor admirable, profundamente crítico, Labarthe aborda varios temas que conciernen al cine en los diversos textos que recopila el libro. Me detengo sobre uno en particular, “El paréntesis Lumiere” en el cual hace una aproximación a la historia del cine desde un punto de vista singular y ambicioso en su contundencia. El texto es escrito con motivo de algún festejo realizado en ocasión del centenario del nacimiento del cine, y Labarthe frente a una audiencia que no se cansa de sentenciar la muerte del cine se pregunta “¿el cine va a morir?”. Esta es la pregunta que todos se formulan. La respuesta es evidentemente: no. ¿pero es la pregunta correcta?... La verdadera pregunta sería más bien esta: ¿qué es lo que muere, qué es lo que no termina de morir, ante nuestra vista, desde hace veinte o treinta años?
La respuesta habrá que encontrarla en los orígenes, de lo que hoy entendemos por cine, bajo la lupa de otro gran crítico francés, otro André, Bazin, podremos hallar la clave del acertijo; en la obsesión de realismo integral con la que el cine se desarrolla desde sus inicios, “el mito que dirige la invención del cine…es el mito del realismo integral, de una recreación del mundo a su imagen, una imagen sobre la que no pesaría la hipoteca de la libertad de interpretación del artista ni la irreversibilidad del tiempo”; qué prefiguran estas palabras que sin duda las hemos empezado a vivir, de a poco las imágenes que producimos han dejado la “inofensividad” de la representación, para ser ellas mismas la imagen de la realidad, y viceversa lo real se ha vuelto indiscernible de las imágenes que producimos, qué es si no la televisión, la imagen omnipresente, omiapremiante de un gran hermano, por ejemplo. No hablamos de lo mismo cuando sabemos que por cada uno de nosotros hay un dispositivo tecnológico incansablemente registrando hasta nuestro mínimo gesto de desinterés, que son si no los mil y un modos de autentificación virtuales que desbordan la Web, el Facebook, etc.
Esta idea de un “cine total” esta presente en todos los medios de reproducción de la realidad que hicieron posible el surgimiento del cinematógrafo, desde el thaumatropio, el zootropo, la cronofotografía, el kinetógrafo y sin duda el kinetoscopio de Edison.
La invención realizada por los hermanos Lumiere en el plano técnico es mínima, pero como señala Labarthe, lo que inventan los hermanos Lumiere es un modo de aproximarse a las imágenes en movimiento, es decir, lo que los hermanos inventan, un día de diciembre de 1895, es la sala de cine, un cubo negro con una pantalla blanca sobre la cual se proyectaran imágenes animadas, dentro de esta sala habrá diez, cien , mil individuos “lo que inventa cada día desde hace un siglo el cine-de-Lumiere, es un espectador sin nombre” (¿no sucedía lo mismo a escala mayor en el mundo fuera de las salas, ese espectador sin nombre, no era el mismo que conformaba el surgimiento de la cultura de masas. Ese espectador sin nombre no hizo posible el desarrollo de los movimientos políticos y sociales totalitaristas, que se estaban gestando en el mundo moderno, o más bien en aquellas salas oscuras de proyección no es visible el procedimiento de proyección que los totalitarismos enfocaron sobre sociedades con individuos anulados…?)
Ahora bien, ese paréntesis enmarcado en la historia de los medios de registro de la realidad, que es el cine a lo Lumiere, que en gran medida, es lo que aun hoy entendemos por cine, no sería una metáfora de aquel paréntesis que en la historia del mundo moderno, se enmarca entre la médula ideológica del siglo XIX, cuando se gestaban los movimientos políticos que soñaban con sociedades supuestamente más justas, más practicas, más productivas o más puras. Y que empieza a cerrarse después de la segunda guerra mundial, que termina de morir con los intentos frustrados de los años 60, que queriendo rearticular la historia fueron absorbidos por la lógica del mercado y el consumo. (a propósito recomiendo una increíble película que Chris Marker termina en 1977, “El fondo del aire es rojo” – y a propósito de él introduzco el intermedio-)
Interrupción –Dylan (el gato) parece tener hambre. MAULLA y da vueltas alrededor de mis piernas. Esto me recuerda el intermedio de una gran película que Marker hace en homenaje de un gran cineasta ruso, Medevkin, del cual la historia se olvido.
Queda entonces por definir los extremos de este gran paréntesis, ¿qué se desarrollaba a su sombra, como se desarrolló y cual es su tradición?
Sencillamente diré que la historia de la reproducción fotográfica, (pero también de la historia en general, sabiendo que esto es imposible “historia general”) no es el producto de ingenuas invenciones científicas, si no que dichos inventos son contingentes a una ideología dominante, de la cual es prácticamente imposible no ser partidario. Noel Burch en su primer capitulo “Charles Baudelaire contra el Doctor Frankenstein” de su libro el tragaluz del infinito, nos dirá que los orígenes de la fotografía son hereditarios de una visión “propietaria”, y a la vez colonialista, de los sistemas de representación del espacio surgido del Quattrocento. Es dentro de este marco dominado por un capitalismo salvaje en ebullición, que se desarrollan las técnicas que hicieron posible el surgimiento del cinematógrafo. Es así que este espíritu de la época es visible en muchos de los grandes inventores del siglo, pero quien probablemente encarna precisamente este papel, es Edison, “el hombre de las mil patentes”, su empresa lo que buscaba era la comercialización de las imágenes; a partir de 1893, Edison inventa y comercializa el Kinetoskopio: “una caja, una pequeña imagen(algunos centímetros cuadrados), un espectador, solo o casi: lo que inventa Edison con el kinetoskopio, es… la televisión” (Labarthe). Es Edison uno de los primeros en alcanzar una visión global del cine, la concepción del cine sonoro como un espectáculo de masas “creo que en los años venideros…se podrán dar óperas en el Metropolitan de New York si que se diferencien en nada del original, pero con artistas y músicos fallecidos hace tiempo” a lo que Burch agrega “lo que no solamente es la ambición de un hábil líder industrial, sino también la búsqueda del fantasma de una clase convertido en el de una cultura”.
Es en este panorama que irrumpen los hermanos Lumiere. El cine que inventan, es decir un modo de aproximarse a él, se desarrolla plenamente en la primera mitad del siglo y crece vigoroso hasta los años 60, cuando la televisión (y todo lo que conlleva) empieza a abarcar cada vez más el dominio de las imágenes, relegando rápidamente el dispositivo Lumiere, que antes ocupaba un lugar hegemónico a un espacio limitado, cada vez más minoritario. A partir de entonces asistimos a la expansión del virus que lejos de haber dormido durante el paréntesis, parece haber cobrado fuerza bajo su sombra.
“El que ríe al ultimo ríe mejor”
* Cineasta novel, grande, amigo entrañable
No recuerdo precisamente si fue en un baño o en un colectivo. Pero más o menos en octubre del año pasado (2008) leía un libro que me produjo muchísimo placer. Se trata de una pequeña edición realizada por el séptimo festival de cine independiente de Buenos Aires, se titulaba “del primer grito a la última protesta”, escribe André S. Labarthe. Hasta entonces su nombre apenas me resultaba familiar dentro del mundillo de críticos franceses.
Con un humor admirable, profundamente crítico, Labarthe aborda varios temas que conciernen al cine en los diversos textos que recopila el libro. Me detengo sobre uno en particular, “El paréntesis Lumiere” en el cual hace una aproximación a la historia del cine desde un punto de vista singular y ambicioso en su contundencia. El texto es escrito con motivo de algún festejo realizado en ocasión del centenario del nacimiento del cine, y Labarthe frente a una audiencia que no se cansa de sentenciar la muerte del cine se pregunta “¿el cine va a morir?”. Esta es la pregunta que todos se formulan. La respuesta es evidentemente: no. ¿pero es la pregunta correcta?... La verdadera pregunta sería más bien esta: ¿qué es lo que muere, qué es lo que no termina de morir, ante nuestra vista, desde hace veinte o treinta años?
La respuesta habrá que encontrarla en los orígenes, de lo que hoy entendemos por cine, bajo la lupa de otro gran crítico francés, otro André, Bazin, podremos hallar la clave del acertijo; en la obsesión de realismo integral con la que el cine se desarrolla desde sus inicios, “el mito que dirige la invención del cine…es el mito del realismo integral, de una recreación del mundo a su imagen, una imagen sobre la que no pesaría la hipoteca de la libertad de interpretación del artista ni la irreversibilidad del tiempo”; qué prefiguran estas palabras que sin duda las hemos empezado a vivir, de a poco las imágenes que producimos han dejado la “inofensividad” de la representación, para ser ellas mismas la imagen de la realidad, y viceversa lo real se ha vuelto indiscernible de las imágenes que producimos, qué es si no la televisión, la imagen omnipresente, omiapremiante de un gran hermano, por ejemplo. No hablamos de lo mismo cuando sabemos que por cada uno de nosotros hay un dispositivo tecnológico incansablemente registrando hasta nuestro mínimo gesto de desinterés, que son si no los mil y un modos de autentificación virtuales que desbordan la Web, el Facebook, etc.
Esta idea de un “cine total” esta presente en todos los medios de reproducción de la realidad que hicieron posible el surgimiento del cinematógrafo, desde el thaumatropio, el zootropo, la cronofotografía, el kinetógrafo y sin duda el kinetoscopio de Edison.
La invención realizada por los hermanos Lumiere en el plano técnico es mínima, pero como señala Labarthe, lo que inventan los hermanos Lumiere es un modo de aproximarse a las imágenes en movimiento, es decir, lo que los hermanos inventan, un día de diciembre de 1895, es la sala de cine, un cubo negro con una pantalla blanca sobre la cual se proyectaran imágenes animadas, dentro de esta sala habrá diez, cien , mil individuos “lo que inventa cada día desde hace un siglo el cine-de-Lumiere, es un espectador sin nombre” (¿no sucedía lo mismo a escala mayor en el mundo fuera de las salas, ese espectador sin nombre, no era el mismo que conformaba el surgimiento de la cultura de masas. Ese espectador sin nombre no hizo posible el desarrollo de los movimientos políticos y sociales totalitaristas, que se estaban gestando en el mundo moderno, o más bien en aquellas salas oscuras de proyección no es visible el procedimiento de proyección que los totalitarismos enfocaron sobre sociedades con individuos anulados…?)
Ahora bien, ese paréntesis enmarcado en la historia de los medios de registro de la realidad, que es el cine a lo Lumiere, que en gran medida, es lo que aun hoy entendemos por cine, no sería una metáfora de aquel paréntesis que en la historia del mundo moderno, se enmarca entre la médula ideológica del siglo XIX, cuando se gestaban los movimientos políticos que soñaban con sociedades supuestamente más justas, más practicas, más productivas o más puras. Y que empieza a cerrarse después de la segunda guerra mundial, que termina de morir con los intentos frustrados de los años 60, que queriendo rearticular la historia fueron absorbidos por la lógica del mercado y el consumo. (a propósito recomiendo una increíble película que Chris Marker termina en 1977, “El fondo del aire es rojo” – y a propósito de él introduzco el intermedio-)
Interrupción –Dylan (el gato) parece tener hambre. MAULLA y da vueltas alrededor de mis piernas. Esto me recuerda el intermedio de una gran película que Marker hace en homenaje de un gran cineasta ruso, Medevkin, del cual la historia se olvido.
Queda entonces por definir los extremos de este gran paréntesis, ¿qué se desarrollaba a su sombra, como se desarrolló y cual es su tradición?
Sencillamente diré que la historia de la reproducción fotográfica, (pero también de la historia en general, sabiendo que esto es imposible “historia general”) no es el producto de ingenuas invenciones científicas, si no que dichos inventos son contingentes a una ideología dominante, de la cual es prácticamente imposible no ser partidario. Noel Burch en su primer capitulo “Charles Baudelaire contra el Doctor Frankenstein” de su libro el tragaluz del infinito, nos dirá que los orígenes de la fotografía son hereditarios de una visión “propietaria”, y a la vez colonialista, de los sistemas de representación del espacio surgido del Quattrocento. Es dentro de este marco dominado por un capitalismo salvaje en ebullición, que se desarrollan las técnicas que hicieron posible el surgimiento del cinematógrafo. Es así que este espíritu de la época es visible en muchos de los grandes inventores del siglo, pero quien probablemente encarna precisamente este papel, es Edison, “el hombre de las mil patentes”, su empresa lo que buscaba era la comercialización de las imágenes; a partir de 1893, Edison inventa y comercializa el Kinetoskopio: “una caja, una pequeña imagen(algunos centímetros cuadrados), un espectador, solo o casi: lo que inventa Edison con el kinetoskopio, es… la televisión” (Labarthe). Es Edison uno de los primeros en alcanzar una visión global del cine, la concepción del cine sonoro como un espectáculo de masas “creo que en los años venideros…se podrán dar óperas en el Metropolitan de New York si que se diferencien en nada del original, pero con artistas y músicos fallecidos hace tiempo” a lo que Burch agrega “lo que no solamente es la ambición de un hábil líder industrial, sino también la búsqueda del fantasma de una clase convertido en el de una cultura”.
Es en este panorama que irrumpen los hermanos Lumiere. El cine que inventan, es decir un modo de aproximarse a él, se desarrolla plenamente en la primera mitad del siglo y crece vigoroso hasta los años 60, cuando la televisión (y todo lo que conlleva) empieza a abarcar cada vez más el dominio de las imágenes, relegando rápidamente el dispositivo Lumiere, que antes ocupaba un lugar hegemónico a un espacio limitado, cada vez más minoritario. A partir de entonces asistimos a la expansión del virus que lejos de haber dormido durante el paréntesis, parece haber cobrado fuerza bajo su sombra.
“El que ríe al ultimo ríe mejor”
* Cineasta novel, grande, amigo entrañable
1 comentario:
Bresson: El cinematógrafo es una escritura con imágenes en movimiento y sonidos.
En la sala oscura del salón Indien de París, donde ocurrió la primera proyección, nació al mismo tiempo y en un mismo movimiento, el cine como espectáculo y el cine como escritura. Como bien marcás, José, el espectáculo avanza sobre la escritura, más aún desde los años 60 para acá, pero la escritura, componente ontológico del cine no podrá ser borrada o negada por más fuerza espectacular que lo domine, al contrario, la escritura como potencia de cine, lugar de la duda, evidencia su carácter espectacular.
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