Diego Cifuentes
Publicado en la revista "País Secreto" #7
junio 2003
Publicado en la revista "País Secreto" #7
junio 2003
Mi padre murió hace tres años, víctima del mal de Alzheimer; compartir toda su dolencia hasta su muerte provocó en mí mucha reflexión respecto del olvido. Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, olvido es sinónimo de desmemoria, lo que significa, haciendo un simple silogismo, que el Alzheimer es el mal del olvido. Esta definición, en realidad, me parece demasiado simple; debo hacer una aclaración básica: el olvido es otra forma de construcción de la memoria.
Desde que Niepce hizo su primera fotografía, ha sido objeto de permanente debate el hecho de que la fotografía deba ser o no un registro de la realidad; esa ha sido la supuesta atadura de la que incluso sus cultores no han podido librarse, porque la fotografía es la realidad, el registro y, por tanto, la depositaria de la memoria visual.
La fotografía hizo con la pintura lo que la escritura hizo con la tradición oral en su momento: convertirla en un instrumento perfecto de la eternidad, que le permita al ser humano ser verdaderamente inmortal, y ocultar su terror a la desaparición, porque, como diría Mircea Eliade, el ser humano está cargado de historicidad.
La fotografía permitió en su momento la creencia en la vida eterna. Condenada a ser la depositaria de la inmortalidad de toda la especie, no pudo entrar en el campo del arte.
Ha sido considerada hasta ahora por algunos como un arte menor, y por otros como carente en absoluto de sentido estético. Fue el instrumento preferido del sovietismo y los pregonadores del realismo socialista. La trasposición mecánica de algunos párrafos de Marx de la tesis sobre Feuerbach la convirtió en la hija predilecta del "socialismo verdadero".
A tal punto es así que las manipulaciones orwellianas de las que fue objeto en el stalinismo y el nazismo -las desapariciones de Bujarin, en el primer caso, y de Rudolf Hess, en el segundo- pusieron de manifiesto la verdadera posibilidad de selectividad de la memoria, la fabricación de la verdad. Esto demostró que la fotografía es tan depositaria de la memoria, como lo es un gato de una tercena.
Desde la primera imagen fotográfica conseguida por Niepce, la manipulación de la realidad fue patente, como dice Christian Doelker: "...la realidad es realidad percibida. Ello quiere decir que la percepción marca de entrada unos límites." En tal caso, la fotografía no será registro, sino percepción. Esta característica la convierte en el documento perfecto de la apetencia sociológica, que le ha brindado interpretaciones limitadas y, en ocasiones, torpes.
A través de la fotografía se ha querido ver reflejada la identidad de grupos sociales, siempre desde el punto de vista sociológico, sin considerar que justamente ése es su límite, que por eso la fotografía es un documento de difícil veracidad. Es el instrumento de manipulación política por excelencia, sin importar cual fuere el bando en disputa.
Según Baudrillard, el hiperrealismo ha conducido a una especie de amortiguamiento, hasta los extremos de ver una guerra en directo mientras degustamos de una bandeja de canguil. Esto me lleva a reflexionar sobre la famosísima foto de Robert Cappa, El último combatiente, que ha sido cuestionada en innumerables ocasiones como una falsedad muy bien ejecutada. Sin embargo, esta fotografía me hace pensar también en una visión heroica de la guerra, que se contrapone de forma cruel con la también famosa foto de Huynh Cong sobre la guerra de Vietnam, que muestra los horrores que puede provocar la guerra en la población civil infantil.
La fotografía es lo que quien está detrás de ella quiere que sea. ¿Memoria?
El mundo se sorprende cuando observa la posibilidades de manipulación digital existentes hoy al alcance de quienquiera, pero no hay de qué sorprenderse, porque la fotografía ha sido manipulada desde su inicio y, es más, ha sido la gran manipuladora. Usa los mismos mecanismos de alteración que usa la historia, la escriben y editan los vencedores y cuenta las verdades que a sus propietarios interesan. Porque la fotografía no es verdad, sino verosimilitud. El primer fotógrafo en entender esta realidad fue Nadar; en su trabajo jamás pretendió hablar de la verdad, sino de contarnos cuentos extremos, llenos de un humor desbordante, mediante los relatos de la gente pudiente de su época.
A igual que en una computadora, donde la memoria es selectiva, la fotografía solo guarda lo que su operador quiere. Pero, al mismo tiempo, nos permite almacenar todo aquello que queremos olvidar, o al menos no recordar permanentemente; nos libera de las ataduras del pensamiento y la memoria, es decir, nos permite olvidar, aunque sea de forma momentánea.
Entonces, ¿qué es el olvido? No es otra cosa que la reconstrucción de la memoria o, si se me permite, una forma de memoria alterna, lo que no es de ninguna manera lo mismo que desmemoria. El olvido permite, la amnesia anula.
Joan Fontcuberta llega a extremos cuando habla de fotografía, cuando compara al fotógrafo a un vampiro que busca reflejarse en el otro, condenado a contar y jamás contarse. La clave de todo esto está en que la materia prima de la fotografía no es la realidad, sino la metáfora.
Basta recordar la foto vieja de la abuela, colgada en la pared, en la que de ninguna manera vemos a la abuela tal como ella fue, sino tal como ella quiso ser vista, o como ella quiso ser. O quizás aquella foto que nos hicimos frente a la Torre Eiffel, en la que no cuenta que estuvimos allí, sino que éramos París y yo frente al mundo.
La fotografía ha sido la expresión más manoseada, tanto así que todo el mundo ha disparado una cámara alguna vez en su vida, inclusive el pigmeo más refundido en la selva del África ecuatorial. Justamente aquello ha sido lo que nos ha permitido creer en ella, tal como lo hacemos con una prostituta con rostro de doncella.
La fotografía es y será la más grande farsante de la historia, por eso mimo seguiremos creyendo en ella tal como lo hemos hecho. Seguiremos elaborando metáforas a través de ella y pintándolas como verdades absolutas.
Justamente allí la fotografía se toma por asalto el mundo del arte, cuando se reconoce a sí mima. Es la venganza más excelsa, la más sublime. Negarse para vivir, negarse para mostrarse con el más sublime de los descaros.
Cuando ha llegado a este punto, ya no le importa saber en qué bando se encuentra. Ser memoria ha perdido sentido, ser parte del olvido se vuelve sumamente tentador. Pero también sabemos que jamás será desmemoria.
La obra de arte es, como dice Panofsky, "lo que exige ser percibido estéticamente". Ese es el reto.
Desde que Niepce hizo su primera fotografía, ha sido objeto de permanente debate el hecho de que la fotografía deba ser o no un registro de la realidad; esa ha sido la supuesta atadura de la que incluso sus cultores no han podido librarse, porque la fotografía es la realidad, el registro y, por tanto, la depositaria de la memoria visual.
La fotografía hizo con la pintura lo que la escritura hizo con la tradición oral en su momento: convertirla en un instrumento perfecto de la eternidad, que le permita al ser humano ser verdaderamente inmortal, y ocultar su terror a la desaparición, porque, como diría Mircea Eliade, el ser humano está cargado de historicidad.
La fotografía permitió en su momento la creencia en la vida eterna. Condenada a ser la depositaria de la inmortalidad de toda la especie, no pudo entrar en el campo del arte.
Ha sido considerada hasta ahora por algunos como un arte menor, y por otros como carente en absoluto de sentido estético. Fue el instrumento preferido del sovietismo y los pregonadores del realismo socialista. La trasposición mecánica de algunos párrafos de Marx de la tesis sobre Feuerbach la convirtió en la hija predilecta del "socialismo verdadero".
A tal punto es así que las manipulaciones orwellianas de las que fue objeto en el stalinismo y el nazismo -las desapariciones de Bujarin, en el primer caso, y de Rudolf Hess, en el segundo- pusieron de manifiesto la verdadera posibilidad de selectividad de la memoria, la fabricación de la verdad. Esto demostró que la fotografía es tan depositaria de la memoria, como lo es un gato de una tercena.
Desde la primera imagen fotográfica conseguida por Niepce, la manipulación de la realidad fue patente, como dice Christian Doelker: "...la realidad es realidad percibida. Ello quiere decir que la percepción marca de entrada unos límites." En tal caso, la fotografía no será registro, sino percepción. Esta característica la convierte en el documento perfecto de la apetencia sociológica, que le ha brindado interpretaciones limitadas y, en ocasiones, torpes.
A través de la fotografía se ha querido ver reflejada la identidad de grupos sociales, siempre desde el punto de vista sociológico, sin considerar que justamente ése es su límite, que por eso la fotografía es un documento de difícil veracidad. Es el instrumento de manipulación política por excelencia, sin importar cual fuere el bando en disputa.
Según Baudrillard, el hiperrealismo ha conducido a una especie de amortiguamiento, hasta los extremos de ver una guerra en directo mientras degustamos de una bandeja de canguil. Esto me lleva a reflexionar sobre la famosísima foto de Robert Cappa, El último combatiente, que ha sido cuestionada en innumerables ocasiones como una falsedad muy bien ejecutada. Sin embargo, esta fotografía me hace pensar también en una visión heroica de la guerra, que se contrapone de forma cruel con la también famosa foto de Huynh Cong sobre la guerra de Vietnam, que muestra los horrores que puede provocar la guerra en la población civil infantil.
La fotografía es lo que quien está detrás de ella quiere que sea. ¿Memoria?
El mundo se sorprende cuando observa la posibilidades de manipulación digital existentes hoy al alcance de quienquiera, pero no hay de qué sorprenderse, porque la fotografía ha sido manipulada desde su inicio y, es más, ha sido la gran manipuladora. Usa los mismos mecanismos de alteración que usa la historia, la escriben y editan los vencedores y cuenta las verdades que a sus propietarios interesan. Porque la fotografía no es verdad, sino verosimilitud. El primer fotógrafo en entender esta realidad fue Nadar; en su trabajo jamás pretendió hablar de la verdad, sino de contarnos cuentos extremos, llenos de un humor desbordante, mediante los relatos de la gente pudiente de su época.
A igual que en una computadora, donde la memoria es selectiva, la fotografía solo guarda lo que su operador quiere. Pero, al mismo tiempo, nos permite almacenar todo aquello que queremos olvidar, o al menos no recordar permanentemente; nos libera de las ataduras del pensamiento y la memoria, es decir, nos permite olvidar, aunque sea de forma momentánea.
Entonces, ¿qué es el olvido? No es otra cosa que la reconstrucción de la memoria o, si se me permite, una forma de memoria alterna, lo que no es de ninguna manera lo mismo que desmemoria. El olvido permite, la amnesia anula.
Joan Fontcuberta llega a extremos cuando habla de fotografía, cuando compara al fotógrafo a un vampiro que busca reflejarse en el otro, condenado a contar y jamás contarse. La clave de todo esto está en que la materia prima de la fotografía no es la realidad, sino la metáfora.
Basta recordar la foto vieja de la abuela, colgada en la pared, en la que de ninguna manera vemos a la abuela tal como ella fue, sino tal como ella quiso ser vista, o como ella quiso ser. O quizás aquella foto que nos hicimos frente a la Torre Eiffel, en la que no cuenta que estuvimos allí, sino que éramos París y yo frente al mundo.
La fotografía ha sido la expresión más manoseada, tanto así que todo el mundo ha disparado una cámara alguna vez en su vida, inclusive el pigmeo más refundido en la selva del África ecuatorial. Justamente aquello ha sido lo que nos ha permitido creer en ella, tal como lo hacemos con una prostituta con rostro de doncella.
La fotografía es y será la más grande farsante de la historia, por eso mimo seguiremos creyendo en ella tal como lo hemos hecho. Seguiremos elaborando metáforas a través de ella y pintándolas como verdades absolutas.
Justamente allí la fotografía se toma por asalto el mundo del arte, cuando se reconoce a sí mima. Es la venganza más excelsa, la más sublime. Negarse para vivir, negarse para mostrarse con el más sublime de los descaros.
Cuando ha llegado a este punto, ya no le importa saber en qué bando se encuentra. Ser memoria ha perdido sentido, ser parte del olvido se vuelve sumamente tentador. Pero también sabemos que jamás será desmemoria.
La obra de arte es, como dice Panofsky, "lo que exige ser percibido estéticamente". Ese es el reto.
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