Slavoj Zizek
En enero, cuando los Estados Unidos recordaron la trágica muerte del Reverendo Martin Luther King Jr., un profesor de historia urbana de la Universidad de Buffalo llamado Henry Louis Taylor recordó amargamente: “Todo lo que sabemos es que este tipo tenía un sueño. No sabemos cuál era ese sueño.”
Taylor se refería al borrado de la memoria histórica tras la muerte de King después la marcha a Washington en 1963, luego de que fuera celebrado como “el líder moral de nuestra nación”.
En los años previos a su muerte, King cambió su enfoque a la pobreza y al militarismo, porque pensaba que tratar estas cuestiones –una hermandad no sólo racial- era crítico para hacer real la igualdad. Y pagó el precio por este cambio, convirtiéndose cada vez más en un paria.
El peligro para el Senador Barack Obama es que ya se está haciendo a sí mismo lo que la censura histórica posterior le hizo a King: está limpiando su programa de contenidos polémicos para poder asegurarse su eligibilidad.
En un famoso diálogo de la parodia religiosa de La Vida de Brian de los Monthy Python que tiene lugar en Palestina en los tiempos de Cristo, el líder de una organización resistente revolucionaria judía argumenta apasionadamente que los romanos sólo han traído miseria a los judíos. Cuando sus seguidores destacan que sin embargo también introdujeron la educación, construyeron caminos, sistemas de irrigación, etcétera, el líder concluye triunfante: “Está bien, pero aparte de condiciones de salubridad, educación, vino, orden público, irrigación, caminos, el sistema de agua fresca y la salud pública, ¿qué han hecho los romanos por nosotros?”
¿No siguen las últimas proclamaciones de Obama la misma línea? “¡Estoy por una ruptura radical con la administración Bush!”. O: “SI, seguro, prometo apoyar incondicionalmente a Israel, mantener el boicot de Cuba, garantizar inmunidad a las corporaciones de telecomunicaciones que rompan la ley, ¡pero aun así estoy por una ruptura radical con la administración Bush!”
Cuando Obama habla sobre la “audacia de tener esperanza”, sobre “un cambio en el que podemos creer”, está usando una retórica de cambio que carece de contenidos específicos: ¿Esperanza para qué? ¿Cambiar qué?
Uno no debería culpar a Obama de su hipocresía. Dada la compleja situación de los Estados Unidos en el mundo de hoy, ¿hasta dónde puede llegar un nuevo presidente para imponer cambios reales sin dar pie a derrumbes económicos o a reacciones políticas violentas?
Pero sin embargo, este punto de vista tan pesimista se queda corto. Nuestra situación global no es sólo una realidad firme, también está definida por contornos ideológicos. En otras palabras, está definido por lo que se puede y lo que no se puede decir, o por lo que es visible e invisible.
Hace más de una década, cuando el periódico Ha’aretz en Israel preguntó al entonces líder laborista Ehud Barak qué habría hecho si hubiera nacido palestino, Barak respondió: “Me habría unido a una organización terrorista.”
Esta afirmación no tenía nada en absoluto que ver con justificar el terrorismo, y sí mucho con la apertura de un espacio para el diálogo real con los palestinos.
Lo mismo ocurrió cuando el Presidente soviético Mikhail Gorbachev lanzó las consignas de la glasnost (apertura) y la perestroika (reforma). No importó si Gorbachev “realmente quería” decir lo que dijo. Las propias palabras desataron una avalancha que cambió el mundo.
Hoy, incluso aquellos que se oponen a la tortura la legitiman cuando la aceptan como un tema que merezca la pena ser debatido públicamente; una inmensa regresión desde los Juicios de Nuremberg que siguieron a la Segunda Guerra Mundial y la subsiguiente Convención de Génova.
Las palabras nunca son “sólo palabras”. Importan, porque definen los contornos de lo que podemos hacer.
A este respecto, Obama ya ha demostrado una capacidad extraordinaria para cambiar los límites de lo que uno puede decir públicamente. Su mayor logro hasta la fecha es que a su manera refinada y no-provocativa ha introducido en el discurso público temas que en cierto momento eran innombrables: la continuidad de la importancia de la raza en la política, el papel positivo de los ateos en la vida pública, la necesidad de hablar con “enemigos” como Irán.
Y este es un gran logro, que cambia las coordenadas del campo de juego al completo. Incluso la administración Bush, habiendo criticado primero a Obama por esta propuesta, está hablando ahora directamente con Irán.
Si la política de los EEUU quiere romper sus coordenadas actuales, necesita nuevas palabras que cambien la forma en que pensamos y actuamos.
Incluso midiendo a través del deficiente nivel de la sabiduría popular, el viejo dicho de “¡No sólo hables, haz algo!” es una de las cosas más estúpidas que uno puede decir.
Ultimamente hemos estado haciendo demasiado, interviniendo en países extranjeros y destruyendo el medio ambiente.
Taylor se refería al borrado de la memoria histórica tras la muerte de King después la marcha a Washington en 1963, luego de que fuera celebrado como “el líder moral de nuestra nación”.
En los años previos a su muerte, King cambió su enfoque a la pobreza y al militarismo, porque pensaba que tratar estas cuestiones –una hermandad no sólo racial- era crítico para hacer real la igualdad. Y pagó el precio por este cambio, convirtiéndose cada vez más en un paria.
El peligro para el Senador Barack Obama es que ya se está haciendo a sí mismo lo que la censura histórica posterior le hizo a King: está limpiando su programa de contenidos polémicos para poder asegurarse su eligibilidad.
En un famoso diálogo de la parodia religiosa de La Vida de Brian de los Monthy Python que tiene lugar en Palestina en los tiempos de Cristo, el líder de una organización resistente revolucionaria judía argumenta apasionadamente que los romanos sólo han traído miseria a los judíos. Cuando sus seguidores destacan que sin embargo también introdujeron la educación, construyeron caminos, sistemas de irrigación, etcétera, el líder concluye triunfante: “Está bien, pero aparte de condiciones de salubridad, educación, vino, orden público, irrigación, caminos, el sistema de agua fresca y la salud pública, ¿qué han hecho los romanos por nosotros?”
¿No siguen las últimas proclamaciones de Obama la misma línea? “¡Estoy por una ruptura radical con la administración Bush!”. O: “SI, seguro, prometo apoyar incondicionalmente a Israel, mantener el boicot de Cuba, garantizar inmunidad a las corporaciones de telecomunicaciones que rompan la ley, ¡pero aun así estoy por una ruptura radical con la administración Bush!”
Cuando Obama habla sobre la “audacia de tener esperanza”, sobre “un cambio en el que podemos creer”, está usando una retórica de cambio que carece de contenidos específicos: ¿Esperanza para qué? ¿Cambiar qué?
Uno no debería culpar a Obama de su hipocresía. Dada la compleja situación de los Estados Unidos en el mundo de hoy, ¿hasta dónde puede llegar un nuevo presidente para imponer cambios reales sin dar pie a derrumbes económicos o a reacciones políticas violentas?
Pero sin embargo, este punto de vista tan pesimista se queda corto. Nuestra situación global no es sólo una realidad firme, también está definida por contornos ideológicos. En otras palabras, está definido por lo que se puede y lo que no se puede decir, o por lo que es visible e invisible.
Hace más de una década, cuando el periódico Ha’aretz en Israel preguntó al entonces líder laborista Ehud Barak qué habría hecho si hubiera nacido palestino, Barak respondió: “Me habría unido a una organización terrorista.”
Esta afirmación no tenía nada en absoluto que ver con justificar el terrorismo, y sí mucho con la apertura de un espacio para el diálogo real con los palestinos.
Lo mismo ocurrió cuando el Presidente soviético Mikhail Gorbachev lanzó las consignas de la glasnost (apertura) y la perestroika (reforma). No importó si Gorbachev “realmente quería” decir lo que dijo. Las propias palabras desataron una avalancha que cambió el mundo.
Hoy, incluso aquellos que se oponen a la tortura la legitiman cuando la aceptan como un tema que merezca la pena ser debatido públicamente; una inmensa regresión desde los Juicios de Nuremberg que siguieron a la Segunda Guerra Mundial y la subsiguiente Convención de Génova.
Las palabras nunca son “sólo palabras”. Importan, porque definen los contornos de lo que podemos hacer.
A este respecto, Obama ya ha demostrado una capacidad extraordinaria para cambiar los límites de lo que uno puede decir públicamente. Su mayor logro hasta la fecha es que a su manera refinada y no-provocativa ha introducido en el discurso público temas que en cierto momento eran innombrables: la continuidad de la importancia de la raza en la política, el papel positivo de los ateos en la vida pública, la necesidad de hablar con “enemigos” como Irán.
Y este es un gran logro, que cambia las coordenadas del campo de juego al completo. Incluso la administración Bush, habiendo criticado primero a Obama por esta propuesta, está hablando ahora directamente con Irán.
Si la política de los EEUU quiere romper sus coordenadas actuales, necesita nuevas palabras que cambien la forma en que pensamos y actuamos.
Incluso midiendo a través del deficiente nivel de la sabiduría popular, el viejo dicho de “¡No sólo hables, haz algo!” es una de las cosas más estúpidas que uno puede decir.
Ultimamente hemos estado haciendo demasiado, interviniendo en países extranjeros y destruyendo el medio ambiente.
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