lunes, 10 de noviembre de 2008

ciudadanía y poder

Soy un admirador de George Orwell y eso es algo evidente en mis conversaciones y las cosas que escribo.

El siglo XX se caraterizó por ser el de las revoluciones, el siglo en que algunos creyeron entender y aplicar los postulados de Carlos Marx, cosa que desde hace años he creído que no ha sido así, que los marxistas nunca tuvieron una cercanía mínima con Marx, les faltó tener una lectura marxiana de Marx.

Sin embargo, hemos oído hablar de socialismo y revolución, y en la adolescencia fui cabezonamente consecuente con el pensamiento unipolar que algunos mediocres de algún "polit buró", y defendí lo indefendible considerando que eran males menores frente al futuro digno de un mundo gobernado por campesinos y obreros.

La decepción se presentó antes de entrar a las aulas universitarias, aunque sin mucha conciencia, más bien era un grito desordenado de resistencia frente a lo que llegase a sonar "revolucionario", cosa absurda si la miro desde la distacia, pero cosas de joven impetuoso que se hace preguntas.

No tenía mucha conciencia de qué era lo que me disgustaba del comunismo, pero era algo que estaba allí todavía sin identificar.

Pasan los años, las hormonas hacen lo suyo y se superponen a las neuronas, terminé migrando por amor a tierras escandinavas, relación que fracasó estrepitosamente, pero que la experiencia por esa tierra me sirvió para entender lo que hasta ese entonces me era difuso.

Mi padre nos dio una formación prusiana, y aquello me sirvió para adaptarme fácilmente, aunque jamás me pude adaptar a la mujer que me llevó, pero la sociedad la podía entender con cierta facilidad. Me sorpedió la capacidad de ese pueblo para apropiarse de su entorno, del empoderamiento de su espacio físico y social, de la persistencia pública en el ámbito de lo político, era algo inusual para alguien proveniente de tierras equinocciales, aquello que tanto me agradaba no más que la expresión de la "ciudadanía"

Los regímenes totalitarios siempre han buscado eliminar aquello, porque la ciudadanía es la expresión máxima de la libertad. Tanto fue asñi que Hitler expresó en reiteradas ocasiones que "...los problemas del pueblo alemán serán resueltos en tanto dependan de una voluntad individual...", que no significaban más que la abolición de todo aquello que pudiera ser ciudadanía. Cosa parecida han hecho los comunistas, lo hicieron los soviéticos, los chinos, y por supuesto que los cubanos.

Siempre he hecho una relación con lo que sucede a nivel de la informática, el proyecto del software libre frente a los grandes conglomerados.

Para mí el único proyecto verdaeramente socialista es el de GNU/Linux, el empoderamiento de cada uno de los miembros de la comunidad, asumir como propio el proyecto de millones de colaboradores anónimos alrededor del globo, todo eso sin un dueño de la verdad, sino como una opción libertaria de todos frente a lo absoluto. Se podría decir que es un proyecto de ciudadanía informática, eficiente y real.

Por estas tierras se escucha gritar a diario sobre una supuesta revolución, y le han puesto el mote de ciudadana, obviamante dictaminada desde el buró de los poderosos del momento, dictando leyes a la medida y disposiciones de felicidad perpetua.

El problema es que su modelo es vertical, mientras que lo ciudadano es horizontal, por lo que no se aproximan en lo más mínimo.

Somos pueblos a los que nos han impuesto siempre algo, llegaron los Incas e incanizaron a sangre y fuego, lo mismo ocurrió después con los españoles, para más tarde ser engañados y reprimidos por los intereses más perversos y aquello lo llamaron independencia. Ahora reivindican como símbolos a aquellos que se enriquecieron con semejante cosa, me refiero a Bolívar y los demás.

Los orígenes republicanos de nuestros países son lo más aberrante, fueron y siguen siendo estados oligárquicos, aunque las oligarquías siempre mutan, cambian y se acomodan. Antes fueron los hacendados, dieron paso a los empresarios y, ahora tocó el turno del polt buró. Son exactamente los mismos intereses, las mismas prácticas, pero los discursos son distintos.

El poder, el sabor del poder, y para conseguir perpetuarse en él, habrá que remozarlo aparente, darle un tinte de cambio, de darle el color de no ser la misma colada, aunque los ingredientes sigan siendo los mismos.

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