martes, 12 de agosto de 2008

un eclipse de cordura

Estas semanas he estado trabajando en un hospital psiquiátrico, ha sido mi tercera experiencia en un sitio así, me provoca una serie de sensaciones y reflexiones.

Un manicomio es una bodega social, allí donde los seres de bien echan a los diferentes, los desperdicios, lo que huele mal. Los separados del mundo de cordura, de lo "racional".

La locura está atravesada por una serie de posturas románticas y otras no tantas, el miedo que mueve a los demás a separar a todos estos seres de los "cuerdos". Las posturas que exhibe la izquierda, aquella de comprensión y mirada distinta de estos parias sociales, no es más que el parapeto de exactamente lo mismo.

Un manicomio es el sitio perfecto para desaparecer a un indeseado, y así lo entendieron los comunistas, ellos encerraban a los que les representaban mayor peligro. Acusar de loco a alguien es descalificarlo por completo, anularlo en la única posesión que tuviere, la razón y la inteligencia. Además, nadie regresa a ver a los locos, nadie hurga en los hospitales psquiátricos, cosa muy distinta con las cárceles.

Cada vez que salgo de allí entro en un torbellino de estupidez, de aceleración absurda, de indolencia obscena. El perogrullo sugeriría descalificar al resto y reinsertar a los locos en el aspecto de la cordura, cosa tan torpe como rechazarlos.

Los discursos lamentables de los padres hacia sus hijos pidiéndoles "coraje", para acto seguido sepultarlos en lo lamentable del ejemplo patético de la sumisión más abyecta. Sin embargo, los padres coadyuvan al castramiento sistemático de su prole, y a eso se le llama educación a futuro.

No encuentro que los unos y los otros sean locos, solo puedo percibir que los del manicomio están locos, y los que están fuera son solamente estúpidos y cobardes.

No puedo decir que me siento más cómodo con los locos, por el contrario, lo que puedo asegurar es que en ninguno de los dos lados me siento a gusto.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Primo:

Tu experiencia me hizo acuerdo de una similar que tuve en Baltimore en el invierno del 2007. Había un centro diurno para personas sin hogar, con enfermedades mentales. La gran mayoría de ellas había sido diagnosticada con el desorden maniático-depresivo. Pero sus síntomas variaban mucho de persona a persona. Me di cuenta que maniático-depresivo era una categoría lo suficientemente ancha como para abarcar todos los casos posibles. Los psiquiatras, por conveniencia, asignaban esa categoría a todos los indeseables que vagaban por las frías calles, y no era ninguna coincidencia que el centro hubiera abierto sus puertas simultáneamente con la regeneración del barrio y la llegada a él de los profesionales de clase media.

el gato que fuma dijo...

Cuando salgo del manicomio no encuentro diferencia alguna, bueno sí hay una, en el manicomio hay más silencio.
Ver la cara desesperada de la gente, es algo que me enferma, no puedo entender como todos estamos dentro de una maquinaria estúpida e insensible.
Creo que hay pocas cosas del producto huamno que me gustan de verdad: la literatura, la música y, obviamente un buen vino.

Hernan dijo...

Hola Señor!
Entiendo tu punto, hace unos meses habían internado a una amiga por solo hablar y se comió un mes adentro de una clínica privada más los gastos de los medicamentos que la hacen dormir doce horas.
Lo pero es que ahí dentro ella tenía conciencia de lo que era ese lugar y todas las personas que tenía alrededor, pero ahora se conforma con sólo mirar televisión (estando afuera).

Salúd!

Hernán.

zanktasantorum dijo...

la locura no creo ke existe...mas bien es una forma distinta de ver las cosas