viernes, 25 de julio de 2008

los olores de la revolución

Ángel Berlanga

"Los progresistas, personas de clase media alta, están a favor de la revolución siempre y cuando la revolución no tenga un olor desagradable", dijo Slavoj Žižek, y en la sala Victoria Ocampo, repleta de gente apiñada hasta por los rincones, se oyó otro aplauso. “Cayeron en la trampa: estaba seguro de que iban a aplaudir en este punto”, sorprendió el filósofo esloveno, y entonces se rieron hasta los que estiraban el cuello desde las puertas desbordantes. “Uno de los mayores monumentos que conozco respecto de esta simpatía ambigua en torno de las víctimas de la tiranía total es el clásico de ustedes: El matadero, de Estaban Echeverría”, retrucó, y entonces sobrevino un murmullo que dio pie a su explicación: “Si alguna vez existió una obra racista, totalmente despreciativa de la gente común, es ésta. Por supuesto que oficialmente es una protesta contra la tiranía de Rosas, pero en realidad el foco está puesto en la descripción de los habitantes del matadero, con esos sucios y bárbaros hábitos, la cruenta manera en que matan a los animales. La gran queja contra Rosas no es tanto que fuera un tirano, sino cómo podía reunirse y codearse con lo más bajo de la sociedad. Porque, y ustedes lo sabrán mejor que yo, la gente de la Mazorca era pobre, aunque bendecida”.

Žižek presentó el sábado pasado en la feria Violencia en acto, una compilación de las conferencias que dio en noviembre del año pasado en Buenos Aires, y demostró, mucho más allá del contundente ejemplo de aplauso, carcajada y murmullo provocados en menos de un minuto, una capacidad oratoria cautivante que para desarrollar sus ideas recurre a disciplinas tan disímiles como el boxeo, la historia, el cine, la filosofía, la música clásica, el psicoanálisis y la televisión. “Cautivante” acaso resulte paradójico, porque Žižek más bien buscó sacudir, y hasta se ilusionó con que algún “piquetero intelectual” hubiera interrumpido la “libre circulación” de su propio discurso que, al principio, planteó que no debe abandonarse el sueño utópico de encontrar un espacio en el que confluyan el movimiento revolucionario y el arte de vanguardia. ¿Dónde? “En las zonas de emergencia, las villas de las grandes ciudades, que ya no son un fenómeno marginal, porque concentran la mayor cantidad de habitantes en el tercer mundo”, dijo Žižek. “Ellos se encuentran en una situación proletaria: como dijo Marx, literalmente no tienen nada más que perder que sus cadenas”.

Luego de subrayar que estas zonas de emergencia crecen debido a lo que se llama globalización o mercado mundial, y de destacar que en esas comunidades surgen nuevas formas de organización (aunque también “gangsters”), el filósofo enfatizó que es preciso detectar “qué nuevas formas de autoconciencia e ideología surgirán allí, porque hacia las utopías se avanza cuando no queda más remedio que inventar otra forma de vida”. Ante ese hipotético escenario, ¿cómo se posicionarán los ciudadanos de la clase media alta? “Aunque tengan una simpatía hipócrita y un poco paternalista –dijo Žižek– el problema para ellos es la brutalidad de la violencia en estos sectores.” Y ahí citó el ejemplo de El matadero.

En la noción liberal de la tiranía siempre se combina a la persona demonizada del dictador con el disgusto por las clases bajas de la población”, prosiguió. “El matadero pone luz al transfondo de odio liberal que existe hacia esa tiranía, hacia las clases bajas. Y creo que eso encubre, en realidad, un disgusto casi metafísico por la vida misma, que es brutal, huele mal, sangra. Los liberales quieren café descafeinado, que no tiene gusto ni huele a nada. El tema es que hasta la ideología más noble se basa en una obscenidad oscura.” Hasta el gobierno más democrático, señaló Žižek, se sostiene por una “amenaza”, por un “hilo invisible” que, entre líneas, es siempre el mismo: la “posibilidad” de ser arbitrario. “El significante de la autoridad simbólica siempre se sostiene por una fantasía, cuya dimensión es la de este hilo invisible”, dijo Žižek citando a Lacan. “Piensen en qué pasa si alguien los amenaza: para que esa amenaza sea efectiva tiene que quedar flotando, como un poco abstracta”, explicó, y aseveró que el mecanismo, tan visto a lo largo del siglo XX, hoy es más evidente que nunca. “La función de este hilo invisible es justificar medidas muy materiales y visibles”, concluyó. “Por ejemplo, la llamada guerra contra el terror. Es interesante cómo todo el mundo tiene temor de especificar al enemigo. Si alguien culpa demasiado al Islam, aun gente como Sharon o Bush explotan en pasión y dicen ‘no, el Islam se basa en la compasión’. Yo creo que el sentido de eso no es la tolerancia políticamente correcta: más bien se busca que el enemigo no sea identificado, que no pierda su condición fantasmal”.


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