El ser humano ha tenido dos grandes sueños: volar y ser inmortal.
Los dos sueños los ha cumplido, ha inventado artefactos para poder volar, sin embargo la inmortalidad la ha conseguido apelando a lo simbólico.
La fotografía es la única expresión humana capaz de jugar con el tiempo, lo usa, lo modifica, lo captura, lo extiende, lo congela. Parte de una fracción de segundo para jugar con la perpetuidad, una fracción de tiempo la convierte en eterna, burla la mortalidad, dejándola para la cuestión humana, asume lo reservado a los dioses y convierte al humano en inmortal.
Los ojos de la abuela conservan el brillo de la vida, su piel su lozanía, la mirada está viva y así permanecerá más allá de nuestros propios límites, la abuela nos sobrevivirá, se transformará en atemporal.
La fotografía juega con el tiempo, el cine hace uso del tempo, dos conceptos absolutamente distintos, el tiempo está reservado solo a los dioses porque no es instrumento, es su propia naturaleza.
Sin embargo va más allá, no solo juega con el tiempo, se adentra en nuestras mentes, nos cuenta historias que no son, que jamás fueron, alude a la literatura, se convierte en ella, no solo por su capacidad narrativa, sino porque sobre todo puede ser poesía, porque cuando logra adentrarse en lo poético ya es arte.
Porque nació siendo apenas un instrumento para ser registro frío de la realidad, capturar lo que es, para arrebatarle la perfección al dibujo y a la pintura, liberándoles para que pudiesen volar y ser lo que la realidad no se los permitía, sin embargo, la fotografía, como un monstruo, se rebeló de su tarea, de su propósito, porque la realidad, la verdad está reservada para aquellos de naturaleza terrenal, porque la fotografía reniega de esa verdad y se asume como verosimilitud y de esa manera se proyecta hacia lo onírico.
Porque para burlar a la verdad debe mentir, y debe saber mentir muy bien, tan bien como para crear verdades propias, suyas, dejar LA verdad porque es única y solitaria, porque no hay literatura posible en la verdad, las puertas del arte no se abren a la verdad, aunque sí a LAS verdades, que no son otra cosa que medias verdades, disfrazándolas hábilmente con la verosimilitud.
Se rompe a si misma, reniega de su naturaleza, considera una condena la realidad objetiva, el hecho noticioso, miente, y miente descaradamente para contar no lo que es, sino lo que su operador quiere contar.
Vuelve a jugar nuevamente con el tiempo, aunque ahora lo hace dentro de nuestras mentes, apela a nuestras experiencias, a nuestros sueños, los más sublimes y los más perversos, nos sugiere al oído historias que fueron o que jamás sucederán, se apropia de nuestras mentes, de nuestra memoria, la estruja para vomitar sus verdades, sus falsas verdades, luego nos regresa al ahora, nos deposita otra vez en nuestras vidas, así en una historia sin fin.
Porque muy a diferencia del cine que apela al tempo para desarrollar una historia, la fotografía arrebata al tiempo y lo fracciona, se apropia y lo extiende cual melcocha, no apela a la historia que el director quiere contar, sugiere al oído la historia que el espectador se quiere contar.
Hoy por hoy la fotografía se enfrenta a su propio ocultamiento, fruto de su éxito, es tan omnipresente que cada vez más se transforma en ruido visual, el cerebro humano tiene la capacidad de eliminar los ruidos, lo mismo hace con el ruido visual, lo elimina, la fotografía pierde su performatividad, su éxito la ha eliminado.
¿Qué tan cierto es eso?
De pronto usar el verbo eliminar podría ser un tanto radical e inexacto, debería decir que se oculta tras de si misma, tal cual lo hiciera un niño tímido, sin embargo ese no es el único mal del que adolece, la prensa la ha vuelto otra vez a ser un instrumento, pero esta vez en algo redundante, el terremoto de 2016 fue un gran ejemplo de aquello en nuestro país, las noticias hablaban de una gran devastación y nuestras mentes ya exigían ver edificios en ruinas y justamente eso es lo que los medios nos lo mostraban, el ser humano apenas como un accesorio de lo trágico, porque si no estaba con heridas evidentes, al menos debía estar compungido frente a su hogar en ruinas. La fotografía apenas como un accesorio reiterativo de la noticia.
El salto de la fotografía analógica a lo digital trajo consigo el advenimiento de la posfotografía, el ciudadano de a pie como testigo de su realidad, ahora llevamos todos una cámara fotográfica en nuestros bolsillos, ya no hay alquimia, solo se debe oprimir el botón de un obturador y tenemos una imagen.
Pero justamente esta condición posfotográfica nos ha sobrecargado de imágenes, y la fotografía en lugar de rendirse se reinventa a si misma, vuelve a romperse, se divorcia de si misma y aparecen conceptos distintos: imagen y fotografía.
En momentos de la posfotografía el blanco y negro toma el control, toma partido por lo onírico porque su naturaleza así lo permite, sin quererlo o saberlo se liberó de la anécdota del color, pero hoy toma consciencia de ello y lo exhibe con descaro.