miércoles, 13 de diciembre de 2017

el acto fotográfico (el instante decisivo)


Mi padre solía ser muy celoso, no aceptaba fácilmente nuevos personajes en el horizonte que él supo construir, sin embargo, en lo duro, extremadamente duro y demoledor que solía ser, se podía atisbar enseñanzas que alguien sin resentimiento debía saber leer. Entre las cosas que solía repetir constantemente, hasta que se me hiciera carne, estaban citas de Cartier-Bresson, que para mi padre era no solo un icono fotográfico, sino alguien que había dado ciertas pistas teóricas que debía ser tomadas en cuenta, entre los conocimientos del maestro francés estaba aquello del “instante decisivo”.

Durante años aquello representó un principio que me provocaba temor, tanto que no sabía si el verdadero instante decisivo lo había dejado pasar, o tal vez me hubiera adelantado y no lo hubiese tomado en cuenta llegado éste. Es entonces que surge la pregunta, ¿qué es el instante decisivo?

Según los cultores de Cartier-Bresson, el instante decisivo es aquel momento que hace que la foto sea. Entonces sería apenas una fracción de segundo que haría la diferencia entre lo banal y lo sublime.

¿Es tan así la situación?

Pero, ¿qué hace que esta fracción de segundo sea el instante decisivo y esta otra no?

Entonces, el instante decisivo será una construcción personal, cada fotógrafo establecerá cuál es su instante decisivo correspondiente a cada imagen. Una decisión.

¿Podría establecerse matemáticamente el instante decisivo?

No sé si sea posible establecer un algoritmo para llegar a él, pero lo que sí es posible es que matemáticamente es posible encontrar la imagen correspondiente a aquel instante.

¿Cómo es posible aquello?

Actualmente es fácil establecer ese encuentro, como ya no hay la limitación de los 36 cuadros correspondientes al magazine de 35 mm, o los 12 del 6x6, se puede programar la cámara para el disparo en ráfaga, lo que nos da una serie extensa de imágenes si preocuparnos por cambiar el magazine de película agotado. De diez mil cuadros, matemáticamente uno podría ajustarse a aquello del instante decisivo, es decir que matemáticamente es posible que un cuadro de diez mil pueda tener las características de imagen extraordinaria fuera de lo banal.

¿Instante decisivo?

Obviamente que no, porque se lo ha dejado al frío cálculo de probabilidades.

Pero, ¿qué lleva a la idea del instante decisivo?

Allí deberíamos abandonar por un momento al genial fotógrafo francés y adentrarnos un poco en uno de sus antagonistas, Ansel Adams (ese es tema para otro artículo).

Adams no hablaba del instante decisivo, obviamente que no porque lo suyo no era la fotografía documental, por tanto lo suyo era algo más laxo, algo que podía tomar semanas o hasta meses lograr encontrar, pero indefectiblemente llegaríamos a la idea del instante decisivo, el momento sin retorno, cuando se decide plasmar la imagen, una especie de salto de fe, un momento si retorno.
¿Cómo llegar hasta allí?

Adams no era críptico, por el contrario, ponía mucho énfasis en el concepto, tanto así que aseguraba que la fotografía es factura de su operador, o sea del fotógrafo, llegando a asegurar que la fotografía es creación.

Por tanto, el instante decisivo del que hablaba Cartier-Bresson carecería completamente de sentido sin haber elaborado previamente un concepto, una idea central, esa idea que es la que establece cuál es el instante decisivo, porque sin el concepto el acto fotográfico no existiría, la fotografía no sería tal creación, tal como lo aseguraba Ansel Adams.

Sin esa idea no habría instante decisivo, sería apenas un momento carente de sentido, pero a diferencia de lo que todos podrían pensar, esa idea central no es una guía de ruta, porque en el camino hacia el instante decisivo hay una serie de interacciones con situaciones y personas, un enfrentamiento con el azar, todo eso va construyendo ese momento de inflexión. Por tanto el instante decisivo será un compendio intelectual, cultural, ideológico, político.

Hasta ahí podríamos asegurar que el instante decisivo ha sido ya establecido, sin embargo no es así, la idea central en el momento de la construcción del instante decisivo debe ser puesta a prueba, y ésta generalmente es negada, debe ser negada, la idea central tal como la habíamos concebido es negada para transformarse en algo completamente distinto.

¿Entonces para qué sirve esa idea central?

Justamente para ser negada, porque sin ella no tendríamos qué negar. Esa idea central nos permite establecer la brújula, nos permite contestar las preguntas fundamentales en el quehacer fotográfico: qué, cómo, por qué, para qué, cuándo. Preguntas que deben necesariamente tener respuesta, aunque la idea central sea negada a posteriori.

El instante decisivo será entonces producto de la negación de esa idea, de esa idealización del momento fotográfico para adentrarse ahora sí en la literatura, en este caso la poesía. Será entonces cuando el instante deja de ser un momento y cobra trascendencia, un no hay marcha atrás, cuando la fotografía cobra sentido, cuando deja ya de ser mero registro y se transforma en algo diferente.

¿Qué sentido tendría el instante decisivo a no ser que sea por la metáfora? Porque el momento oportuno corresponderá al registro y el instante decisivo a la metáfora.

Porque el momento oportuno será justamente el instante que permita reforzar a través de la imagen al hecho social o noticioso, o tal vez el instante chusco, pero no habrá un juego poético de por medio, no así el instante decisivo  que alude a un juego mucho más dramático, negándose, negando la realidad objetiva y en ese juego establece una nueva realidad que no tiene nada, o tal vez muy poco, con todo aquello que suscitó su creación.

Diferenciándose así, tomado caminos diametralmente opuestos, porque parten de necesidades completamente distintas, por tanto hay que diferenciar entre lo oportuno y aquel instante decisivo que parte de su propia transgresión, de su propia negación, por tanto será un producto intelectual por excelencia.

Ese es el punto de encuentro de Cartier-Bresson con Weston y Ansel Adams, a pesar de que el punto de partida es diametralmente distinto, pero la meta es la misma.

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