viernes, 30 de junio de 2017

fotografía y acto fotográfico (la era de la posfotografía)

Mucho se ha escrito sobre el acto fotográfico, entre los más famosos textos está el de Philippe Dubois, pero no es mi intención profundizar sobre las ideas del belga, sino por el contrario, intento salirme y reflexionar sobre la fotografía misma, fuera del acto.

Estos son los tiempos de la posfotografía, cuando la fotografía digital no solo cambió el soporte sino que cambió la manera de concebir la fotografía, para bien y para mal, ha creado un ejército de nostálgicos de lo analógico y del acto fotográfico.

La imagen fotográfica omnipresente impone con violencia su existencia, pero al mismo tiempo cual un dios su presencia brutal se vuelve invisible, nuestro cerebro tiende a eliminar lo que considera cacofónico, en su estructura está el germen de su pérdida.

La nostalgia hace su aparición en escena, pero ella siempre se ha alimentado de la anécdota, la fotografía por tanto se desviste de su naturaleza para transformarse en una puesta en escena, en un anecdotario del cómo se hizo, una imposición del acto fotográfico ya no como experiencia sino como anécdota.

Sin embargo la posfotografía nos lleva al plano de prescindir del acto fotográfico, no solo como un hecho, sino también desde lo simbólico.

¿Puede haber fotografía sin acto fotográfico?

Evidentemente sí, y no lo es de ahora, el collage, el montaje, fueron formas primitivas de fotografía divorciada del acto fotográfico, alimentándose de imágenes, desechando así al acto fotográfico que las concibió, eliminando así la anécdota para centrarse en el discurso de su operador. Ya no importa el cómo se hizo, sino qué representa.

La fotografía venía cambiando, el advenimiento del soporte digital no es su gestor, es parte del cambio, de su propia ruptura, no obstante la fotografía había tenido el proceso de masificación sostenida aunque tenía la preñez todavía de la alquimia reservada para un grupo de conocedores del "secreto". Sin embargo, hoy por hoy la alquimia se ha convertido en anécdota, desnudando completamente de su contenido, de su esencia y dejándola como una mero acontecimiento de habilidades nostálgicas.

¿Acaso la escritura murió con el aparecimiento de la máquina de escribir y la pérdida de importancia de la hermosa caligrafía?

¿Por qué la caligrafía es un problema nimio para la literatura?

Porque con el advenimiento de la imprenta la caligrafía pasó a un segundo plano, a uno eminentemente estético, la imprenta no solo masificó la publicación, sino que liberó a la escritura de semejante atadura y se centró en el contenido. Tanto es así que ahora nadie tiene esa inquietud, a no ser que sea por cuestiones de diseño.

Sin embargo la fotografía nació preñada de la anécdota, fue creada justamente para que cumpliera esa función, pero con el avance de su propio lenguaje el sentido accesorio del acto fotográfico pierde cada vez más fuerza, o si no es así, gestores cada vez más buscan anular aquella condición. Sin embargo, el fotoperiodismo sigue ligado, sin intenciones de que esto cambie en algunos casos, mas en otros hay la urgencia de liberarse de semejante vínculo, por ejemplo el caso más sobresaliente de Robert Frank.

¿El objetivo de la fotografía es documentar la realidad objetiva?

Sí, pero ya no.

En tiempos de la posfotografía aquello carece de sentido, porque la fotografía, como lo habíamos dicho antes, está sesgada desde su concepción, desde el momento en que el fotógrafo decide hacer tal o cual fotografía y no de manera distinta, porque el acto fotográfico será entonces un problema de sesgo, de condición social, cultural, económica, política y obviamente filosófica.

Sin embargo ya todo está fotografiado, todo está hecho y lo único que quedaría sería contar la cotidianidad de una realidad insulsa, pero hay la idea de que el resultado de esa realidad insípida sería también imágenes insulsas, aunque sabemos de que aquello no es un axioma, ni nunca lo será.

La fotografía entonces se trasladaría a la espectacularidad del paisajismo o la naturaleza, que per se dan para el efectismo por su propia esencia, al mismo tiempo también migraría a la espectacularidad del hecho, aunque como habíamos dicho la realidad se presenta como insulsa, por tanto lo hará hacia el acto fotográfico transformado en espectáculo.

Será por tanto el momento del acto heroico, de la adversidad, ya no de la esencia de la imagen sino de la anécdota de cómo y en qué circunstancias adversas la imagen fue lograda, la anécdota arrebataría por tanto el peso específico a la poesía, porque la condición sine qua non para lo poético es la deconstucción, mientras que la anécdota es un bálsamo de estuco que tapa la ausencia del metalenguaje poético.

Pero si la imagen fotográfica no logra ni siquiera grandeza a través de la anécdota del acto fotográfico, lo hará entonces en su presentación formal, se mostrará grandilocuente, rimbombante, con la pompa y circunstancia del efecto de su montaje, o sea de la portada que logre ya no como fotografía sino como acto de prestidigitación del diseño.

La anécdota arrebataría así a la fotografía de su esencia, la dejaría como mera constatación de que "así fue porque estuve allí", por tanto la imagen perdería sentido para trasladárselo a su operador en este caso al fotógrafo como obra, lo cual haría que el ingreso al museo ya no sería de la obra fotográfica, sino de su autor como obra misma y la fotografía como un mero elemento alegórico, como accesorio de semejante anecdotario.

En tiempos de la posfotografía será necesaria entonces la esencia anecdótica del color, la potencia de los rojos encendidos o los amarillos rayo o la profundidad del azul del cielo, porque necesita de ellos para lograr fabricar el espectáculo, tampoco será necesario el silencio del espectador al contemplar la imagen, sino que apelará a contar en qué circunstancias o sobre qué es la imagen, porque por si misma carece de performatividad. En la era de lo utilitario la anécdota cumple cabalmente su función.

¿Es preocupante?

Para nada, es el sino de los tiempos, siempre habrá espacio para la poesía, sino pregúntenle a Sebastião Salgado.

Fontcuberta dirá entonces: "Que la fotografía que nos queda, más que el arte de la luz, devenga el arte de la lucidez".

1 comentario:

Unknown dijo...

Un apropiado texto en todo su contenido. Coincido en que el acto fotográfico existe sin necesidad de disparar ningún aparato y a su vez mucho de lo que se dispara no llega a ser fotografía. El rigor fotográfico se determina a partir visiones curiosas y la Visión no tiene nada que ver con una lente o los pixeles; sin embargo, que ganas de volver a tomar fotos con la Leica!,
abrazo Diego