lunes, 20 de agosto de 2007

Santa palabra

Para nadie es misterio que el arte está atravesando tal vez su peor crisis, eso ni los críticos más conspicuos lo pueden negar.

Fruto de esta crisis en Ecuador los espacios son cada vez menores, las ciudades son carentes de galerías, el estado es carente en absoluto de una política cultural y sus funcionarios cobardemente echan la pelotita a quien le precedió. Ahora el Municipio de Quito ha decidido cerrar de una vez y por todas el Salón de Arte Contemporáneo “Mariano Aguilera”, ojalá y la información que tenga sea errónea.

Es muy triste que los espacios se vayan perdiendo, pero más triste que que la culpa se le eche al mal arte que en Ecuador se practica (como en una ocasión se atrevió a decir Rodolfo Kronfle), pobre reflexión, y no solo diría pobre sino que cobarde por no decir otras cosas aún peores.

En el mundo siempre ha habido gente talentosa (pocos) y los que carecen de talento (muchos), por lo que habrá en cualquier parte del mundo mayor producción de obras de calidad dudosa (por no decir malas), es una mera cuestión matemática, y es allí donde se supone que entra el crítico o estudioso del arte para poder decantar entre la obra de peso y la carente de calidad.

Cobardes digo las declaraciones de Kronfle tomando en cuenta que es él uno de los críticos y también co-responsable de la crisis que aqueja a esta parte del planeta respecto al quehacer del arte.

El ecuatoriano adolece del gravísimo defecto del olvido, del adulo y, la falta de criterio propio en muchos de los casos, y se podría poner como ejemplo las equivocaciones persistentes respecto a la elección de sus gobernantes, que hasta ahora no son otra cosa que unos pobres papanatas con banda presidencial. Justamente el defecto del olvido y el interés propio hace que sigamos dando cabida a los críticos responsables de lo que nos viene aconteciendo, y uno de ellos es el propio señor Kronfle, responsable de algunos juicios de algunos eventos de arte que se han destacado por los veredictos vergonzosos, sino cabe recordar los cartones sucios del Mariano Aguilera 2004.

Así también no habría que olvidar que el actual decano de la facultad de artes de la Universidad Central del Ecuador, Pablo Barriga, fue uno de los que dio el puntillazo final al antes mencionado salón de arte quiteño, calificando como obra ganadora a un trabajo que ni siquiera llega a ser un producto artesanal, ya que para ser artesanía debería cumplir con cierto nivel de factura, no se diga en el plano conceptual.

Pablo Barriga sigue siendo decano, sigue impartiendo clase como si no hubiera pasado nada, tomando en cuenta que quien imparte clase en una universidad está investido de autoridad en su ramo, autoridad que Barriga con sus actos él mismo se la ha quitado. Por decencia debería renunciar al decanato y a la cátedra que imparte.

Pero ¿qué pasa? ¿por qué toman ese tipo de decisiones?

Bueno habría que remitirse a la teoría del arte, a algunos autores.

Pero lo que no se toma en cuenta que la teoría no es santa palabra, que la teoría está para ser rebatida, ser cuestionada, y que son justamente ellos los que pueden dar el paso más allá y cuestionar a ese posmodernismo de receta, como que la posmodernidad fuera una obligación y no un estadio de la modernidad ulterior, o lo que Todorov daría por llamar ultramodernidad.

He escuchado barbaridades dichas por los críticos, perlas cultivadas como: “esto es posmoderno, pero esto no”, tomando solamente como referencia el soporte de la obra.

Triste opinión, por no decir demencial o delincuencial, y digo delincuencial porque ello afecta al desarrollo ulterior del quehacer artístico de un país, y no se diga de las repercusiones internacionales de tales actos.

Lo que verdaderamente sorprende es el análisis de los nexos que uno encuentra entre los premiados y los jurados, cuando aparecen amistades, parentescos, relaciones amorosas, laborales y educativas. Basta escarbar un poco y la podredumbre salta.

Si no me creen, simplemente investiguen y encontrarán algo por ahí.

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