viernes, 20 de julio de 2007

La literatura también pierde

Adiós a Roberto Fontanarrosa

Mempo Giardinelli
La Nación, Argentina, julio de 2007

Desde los diez o doce años pasaba horas copiando los cuadritos de las revistas de historietas que todos leíamos en los 50 y 60: Rayo Rojo, Misterix, El Tony. En todas se destacaba, insistente, la publicidad de las clases por correspondencia de la Escuela Panamericana de Arte, que él cursó y desde donde se erigió en un dibujante excepcional, a la altura de Quino y en la preciosa tradición de Ramón Columba, Dante Quinterno y muchos otros que enaltecen la historieta y el humor gráfico argentinos.

Pero Roberto Fontanarrosa fue también un narrador original, personalísimo. Lo prueba su vasta y rica producción de cuentos, llena de personajes entrañables y aclamada por decenas de miles de lectores, a la vez que rigurosamente ignorada por la academia y el canon.

Siempre fue un gran escritor, además de dibujante genial, y tengo para mí que le habría gustado recibir el reconocimiento que, en este campo, no llegó a tener. Era serio a la hora de escribir, era exigente y conocía los secretos del oficio porque desde chico fue un lector competente, incesante, un curioso inagotable.

Y ojo que escritor fue siempre. Creo que fue en el 80 o el 81 cuando la Editorial Pomaire publicó en la Argentina Best Seller, su primera, encantadora novela. Por la misma época en la sucursal española (entonces las sucursales estaban en España) yo debutaba con La revolución en bicicleta. Alguna vez bromeamos acerca de esa casualidad, que se sumaba a las de ser hinchas de clubes "chicos" (Rosario Central y Vélez) y no vivir en Buenos Aires.

Ahora quedarán sus libros, y me atrevo a decir que lo sobrevivirán tanto como sus popularísimos personajes. Porque Inodoro, Mendieta, Boogie y alguno más perdurarán, sin dudas, como íconos de nuestro tiempo. Pero me parece que será en la literatura donde Roberto Fontanarrosa, escritor chispeante a la par que tozudamente conceptual, tendrá asegurada la memoria.

Se la ganó en buena ley. Y creo que él hubiera asentido ante esta afirmación, humilde y melancólico, un segundo antes de cambiar de tema con una ocurrencia. Su prosa vibrante, irónica y desaforada se va a extrañar ahora, por la sencilla razón de que era única.

Qué más decir en esta noche fría. Si es tan triste y duro, y sobre todo tan odioso, escribir la necrológica de un colega y amigo.

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