Han pasado tantas cosas en este tiempo, tantas cosas y demasiadas ideas fluyendo por mi testa, los dolores de las pérdidas, Manuco Calisto ya no cabalgará más por las llanuras de la patafísca, aunque tuvo un acercamiento un tanto extraño, pero se asumió como tal, en fin, tantas cosas y dolores acumulados.
Me impuse silencio, las cosas uno las debe madurar con calma, sobre todo cuando se está trabajando con ideas frescas y renovando obra, me disculpo con quien haya que hacerlo, la verdad no me siento mal, todo lo contrario, el silencio auto impuesto es sano y nos hace ver las cosas con otra óptica.
Cuando era chico miraba con atención los campamentos de los boy scouts, les miraba desayunando y tenía cierta envidia frente a la posibilidad de vivir en contacto con la naturaleza, pero en realidad me llamaba la aventura, o al menos eso creía que aquella gente tenía. Le dije a mi padre que me gustaría ser parte de ellos, él me contestó muy duramente que eso tenía un tinte fascista que no le gustaba. Obviamente no entendí de qué rayos me hablaba, la palabra fascismo estaba presente en el vocabulario paterno, más tarde entendí toda la connotación de aquella declaración.
Cuando fui creciendo le tome encanto al análisis político, hasta llegué a creer que me convertiría en politólogo, cosa que afortunadamente no sucedió, sin embargo, el gusto por entender la estructura del poder, del quehacer y deshacer del manejo político no se perdió, tomando en cuenta que tempranamente repudié la izquierda para abrazarme dentro de las ideas libertarias del anarquismo y posteriormente auto denominarme patafísico.
Es sorprendente cuando el lenguaje se devalúa, pero es catastrófico cuando eso les sucede a los conceptos.
La realidad latinoamericana es mucho más perversa que la cándida visión del “realismo mágico”, la miopía de los “analistas sesudos” que se empeñan todavía en calificar a Pinochet de fascista, cuando era un personaje bastante lejano al fascismo, cuya práctica criminal era cercana a las SS, pero solo en su accionar y no en su esencia.
Cada vez que escucho a alguien el término: revolución, me corre un frío por la espalda, me hace referencia directa a Pol Pot, Stalin, Kim Jong Il, los hermanos Castro, hoy por hoy el concepto revolución ha perdido tanto valor que personajes como Perón, Chávez o el mismísimo Correa tuvieron y tienen el terminejo en la punta de su lengua. Recuerdo al Padre Ubú (Ubú encadenado) que llega a crear una realidad distópica, cuando decide ser esclavo y termina sometiendo a quien él decide que sería su amo.
Sin embargo, el otro día sin querer encontré la clave de todo lo que llaman revolución, fue tan casual como escuchar a un guía scout hablar del principio escutista: el buen vivir. El concepto sembrado en la mente de un niño, de un monaguillo, de un líder de tropa scout, trasladado como concepto fundamental de lo que hoy día dan por llamar: revolución. Tan fácil como traducir al kichwa: sumac kausai.
En la tropa scout no se discute el liderato, digo liderato y no liderazgo, el primero no se discute, el guía es quien lleva a la tropa a buen puerto, vela por su seguridad, promueve los valores del buen vivir, su dirección no es colegiada, es única.
Pero, ¿acaso Hitler en su momento no dijo lo mismo?
¿No mató a 20 millones de soviéticos en busca del tan necesario espacio vital para su pueblo?
¿O no fue Pol Pot quien exterminó a la cuarta parte de la población camboyana, liberándolos del pernicioso pensamiento burgués, llevando a Camboya al año cero de la nueva era?
Total, hasta ahora lo único que puedo ver del socialismo del siglo XXI es que constantemente le sacan la lengua a Estados Unidos, quizá sea su único mérito, tomando en cuenta que los gringos se hacen los bobos mientras sus intereses económicos estén intactos, o porque saben que todo el andamiaje teórico de los revolucionarios del siglo XXI proviene de “Las Venas Abiertas de América Latina”.
Me impuse silencio, las cosas uno las debe madurar con calma, sobre todo cuando se está trabajando con ideas frescas y renovando obra, me disculpo con quien haya que hacerlo, la verdad no me siento mal, todo lo contrario, el silencio auto impuesto es sano y nos hace ver las cosas con otra óptica.
Cuando era chico miraba con atención los campamentos de los boy scouts, les miraba desayunando y tenía cierta envidia frente a la posibilidad de vivir en contacto con la naturaleza, pero en realidad me llamaba la aventura, o al menos eso creía que aquella gente tenía. Le dije a mi padre que me gustaría ser parte de ellos, él me contestó muy duramente que eso tenía un tinte fascista que no le gustaba. Obviamente no entendí de qué rayos me hablaba, la palabra fascismo estaba presente en el vocabulario paterno, más tarde entendí toda la connotación de aquella declaración.
Cuando fui creciendo le tome encanto al análisis político, hasta llegué a creer que me convertiría en politólogo, cosa que afortunadamente no sucedió, sin embargo, el gusto por entender la estructura del poder, del quehacer y deshacer del manejo político no se perdió, tomando en cuenta que tempranamente repudié la izquierda para abrazarme dentro de las ideas libertarias del anarquismo y posteriormente auto denominarme patafísico.
Es sorprendente cuando el lenguaje se devalúa, pero es catastrófico cuando eso les sucede a los conceptos.
La realidad latinoamericana es mucho más perversa que la cándida visión del “realismo mágico”, la miopía de los “analistas sesudos” que se empeñan todavía en calificar a Pinochet de fascista, cuando era un personaje bastante lejano al fascismo, cuya práctica criminal era cercana a las SS, pero solo en su accionar y no en su esencia.
Cada vez que escucho a alguien el término: revolución, me corre un frío por la espalda, me hace referencia directa a Pol Pot, Stalin, Kim Jong Il, los hermanos Castro, hoy por hoy el concepto revolución ha perdido tanto valor que personajes como Perón, Chávez o el mismísimo Correa tuvieron y tienen el terminejo en la punta de su lengua. Recuerdo al Padre Ubú (Ubú encadenado) que llega a crear una realidad distópica, cuando decide ser esclavo y termina sometiendo a quien él decide que sería su amo.
Sin embargo, el otro día sin querer encontré la clave de todo lo que llaman revolución, fue tan casual como escuchar a un guía scout hablar del principio escutista: el buen vivir. El concepto sembrado en la mente de un niño, de un monaguillo, de un líder de tropa scout, trasladado como concepto fundamental de lo que hoy día dan por llamar: revolución. Tan fácil como traducir al kichwa: sumac kausai.
En la tropa scout no se discute el liderato, digo liderato y no liderazgo, el primero no se discute, el guía es quien lleva a la tropa a buen puerto, vela por su seguridad, promueve los valores del buen vivir, su dirección no es colegiada, es única.
Pero, ¿acaso Hitler en su momento no dijo lo mismo?
¿No mató a 20 millones de soviéticos en busca del tan necesario espacio vital para su pueblo?
¿O no fue Pol Pot quien exterminó a la cuarta parte de la población camboyana, liberándolos del pernicioso pensamiento burgués, llevando a Camboya al año cero de la nueva era?
Total, hasta ahora lo único que puedo ver del socialismo del siglo XXI es que constantemente le sacan la lengua a Estados Unidos, quizá sea su único mérito, tomando en cuenta que los gringos se hacen los bobos mientras sus intereses económicos estén intactos, o porque saben que todo el andamiaje teórico de los revolucionarios del siglo XXI proviene de “Las Venas Abiertas de América Latina”.
1 comentario:
El país no sabe lo que perdió con la partida de Manuel Calisto, porque no tiene capacidad para entenderlo.
Su partida fué un premio para él: consiguió lo que quiso siempre: salir de aquí, sin nostalgias. Y se ahorró presenciar los acontecimientos de estos últimos días. Seguramente no se los merecía, era demasiado limpio para todo este lodo.
Yo perdí un pilar que sostenía mi impaciencia por vivir en este absurdo, ahora estoy tuerta y asi me toca quedarme. Así nos toca quedarnos, algo tendremos que hacer.
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