miércoles, 5 de diciembre de 2007

Domesticación de las masas en las religiones universales

Elías Canetti

Las religiones cuyas pretensiones de universalidad han sido reconocidas cambian pronto de táctica propagandística para ganarse adeptos. Al principio les interesa abordar y convencer a todos los que puedan ser abordados y convencidos. Aspiran a constituir una masa universal; cada una de las almas es importante y deberá pertenecerle. Pero la lucha que han de sostener lleva poco a poco a una especie de respeto encubierto por los adversarios y sus instituciones. Advierten lo difícil que es mantenerse, y cada vez consideran más importantes las instituciones que les aseguran solidaridad y permanencia. Estimuladas por ello, hacen todo lo posible por introducir entre las instituciones de los adversarios algunas propias, y si lo consiguen, tales instituciones se convierten con el tiempo en la preocupación fundamental. El peso específico de las instituciones, que acaban adquiriendo vida propia, aplaca poco a poco el inicial ímpetu propagandístico. Se construyen iglesias que puedan acoger a los fieles ya existentes. Se las amplía con reserva y cautela, solo cuando hay una necesidad real de hacerlo. Hay una marcada tendencia a reagrupar a los fieles existentes en unidades separadas. Precisamente porque han llegado a ser tantos, la tendencia a la desintegración es muy fuerte y constituye un peligro que es preciso contrarrestar permanentemente.


Las religiones universales históricas llevan en la sangre, por así decirlo, el sentimiento de desconfianza ante las insidias de la masa. Sus propias tradiciones, que tienen carácter vinculante, les enseñan cuán rápida e inesperadamente han crecido. Sus historias de conversiones masivas les parecen milagrosas, y de hecho lo son. En los movimientos de apostasía, que las iglesias temen y persiguen, la misma clase de milagro se vuelve contra ellas, y las heridas que de este modo reciben en carne propia resultan dolorosas e inolvidables. Ambas cosas, el rápido crecimiento en sus albores y más tarde las no menos rápidas apostasías, mantienen siempre viva su desconfianza hacia la masa. Lo que por el contrario desean es un rebaño obediente. Es habitual considerar a los fieles como ovejas y alabarlos por su obediencia. Renuncian por completo a la tendencia esencial de la masa, es decir, al crecimiento rápido. Se conforman con una pasajera ficción de igualdad entre los fieles -que, sin embargo, nunca se mantiene de manera estricta-, con una determinada densidad sostenida dentro de unos límites moderados, y con una dirección firmemente definida. Gustan de colocar la meta a gran distancia, en un más allá al que no hay forma de acceder por el momento, mientras se está vivo, y que es preciso ganarse con muchos esfuerzos y sumisiones. La dirección se convierte gradualmente en lo más importante. Cuanto más lejana sea la meta, mayor será su posibilidad de perdurar. En lugar del principio de crecimiento, al parecer imprescindible, se coloca algo muy distinto: la repetición.


En determinados espacios y momentos, los fieles se congregan y, mediante el cumplimiento de actos siempre iguales, acaban recalando en un estado de masa mitigado que los impresiona sin llegar a ser peligroso, y al cual se acostumbran. Su sensación de unidad les es suministrada en dosis. De la exactitud de esta dosificación dependerá la persistencia de la iglesia.


Esta experiencia, repetida con precisión y limitada con exactitud en iglesias y templos, les resultará imprescindible a los hombres que dondequiera que sea se hayan acostumbrado a ella, y la necesitarán como los alimentos y todo cuanto asegura su existencia. Una prohibición inesperada de su culto, o la represión de su religión por un edicto oficial, son hechos que no pueden quedar sin consecuencias. La alteración de una configuración de masa cuidadosamente equilibrada llevará por fuerza, al cabo de cierto tiempo, al estallido de una masa abierta. Esta mostrará entonces todas las características elementales que ya conocemos. Se expandirá con rapidez, implantará una igualdad real en vez de la ficticia, se agenciará densidades nuevas y ahora mucho más sustanciosas. Abandonará de momento aquella meta lejana y difícil de alcanzar para la que había sido adiestrada y se fijará una aquí, en el entorno inmediato de esta vida concreta. Todas las religiones prohibidas de golpe se vengan con una especie de secularización: en un estallido de violencia intenso e inesperado, el carácter de su fe cambia por completo sin que ellas mismas entiendan la naturaleza de tal cambio. Lo toman por su antigua fe y piensan que no hacen sino aferrarse a sus convicciones más profundas. Pero en realidad se han convertido de pronto en algo muy distinto, con la aguda y singular sensación de esa masa abierta que ahora constituyen y a la que no quieren renunciar a ningún precio.

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