viernes, 27 de mayo de 2016

Santiago, Coaque, la tierra sigue temblando


Santiago, un niño de Coaque de cinco años, me había marcado el alma, sabía que debería volver a la zona cero ya no para hablar sobre el desastre, quería hablar de un niño, de su particular manera de ver el mundo, de su experiencia luego del terremoto del pasado 16 de abril. Santiago me había cautivado porque me había dado muestra de una visión fantástica sobre el cosmos y las cosas, el terremoto había quedado atrás y Santiago se proyecta a futuro y eso era lo que yo quería contar.

El 17 de mayo emprendí viaje a Coaque junto a tres psicólogas, Adriana me había invitado a formar parte de su equipo y yo acepté sin vacilación, ella junto a Emilia y Mariana están trabajando en la contención psicológica con los niños de la zona, ellas iban a buscar niños, yo iba a buscar a tan solo uno, a él y a su familia, no sabíamos que la historia daría un giro inesperado y, por unos momentos, un tanto dramático.

Durante el camino era inevitable contar las experiencias que cada uno había tenido en la zona cero, llegamos a la tarde y cada uno se puso a trabajar en lo suyo, busqué y pregunté por Santiago hasta que di con su madre, ella fue a buscarlo y al rato regresó con él.

Vino con una mirada un tanto de reproche y luego musitó: "uté dijo que iba a volver". Acá estoy, contesté, luego le expliqué que mi regreso era exclusivamente para entrevistarlo y vi como sus ojos se abrieron como platos y al instante su expresión se suavizó, me miró y regaló una gran sonrisa, salió corriendo a contar al pueblo entero que lo iban a entrevistar. Así fue, regresó emocionado y le dije que al día siguiente iba a grabar la entrevista, que iría en la mañana y que estuviera atento porque quería contar su historia, me miró y su madre le dijo: Santiago, vas a ser famoso. Él solamente rió y empezó a jugar con un camioncito de juguete.

Unas fotos van, otras pocas vienen a él y otras a su mamá y nos despedimos hasta la mañana siguiente.

Mientras esperaba que Adriana y sus compañeras terminaran su labor, hacía en mi mente planes para poder contar la historia de Santiago, pensaba en que tal vez a nadie le interesaría dado que el terremoto cada vez se perdía más de las primeras planas, entretanto pensaba en que la historia de Santiago podría ser un tanto plana y limitada veía la expresividad de los niños, evaluaba en que tal vez podría contar la historia de todos ellos teniendo al pequeño como el eje central, posiblemente ahí tendría una historia más redonda y a mi gusto, decidí probar suerte y eché unos pocos cuadros.

Coaque sigue igual, hace ya un mes del terremoto y no ha pasado nada, bueno, hay más carpas en los campamentos de refugiados, han logrado limpiar los escombros de lo que alguna vez fueron sus casas, los desechos los han colocado en la calle, dicen que deberán pagar por las palas mecánicas y los camiones. No puedo creer que eso sea cierto, pienso que es el primer día y que más adelante podré descubrir qué mismo es lo que pasa, decido tomarlo con calma y solamente escucho.

El hostalero nos cuenta, algo indignado, sobre las reuniones que ha tenido, nos dice que hay demasiados ofrecimientos pero que hasta la fecha no hay visos de nada, nos menciona que hay un programa de créditos con un interés del 14%, a lo que interrumpo con el dato que a nivel bancario el interés es del 12% apenas, el hostalero me mira con atención y levanta la voz para decir: -ahí está el detalle-. Añade que él es el menos afectado y que necesitaría mínimo unos 150 mil dólares para volver a estar completamente operativo, que sus vecinos perdieron absolutamente todo, agrega, -¿cuánto van a necesitar ellos para volver a levantar sus hostales?-, pregunta. Apenas dos chocitas le han quedado, en ellas nos hospedamos nosotros, el resto nos cuenta que está con afectaciones.

A las 02h58, ya del 18 de mayo, la tierra vuelve a temblar, nos despertamos algo sobresaltados, a lo lejos se puede escuchar como caen platos y ollas en la cocina; Juan, el ayudante de cocina, llega con una linterna a preguntarnos si es que estamos bien, -aunque para que se llegaren a caer estas chozas se necesitaría un terremoto de grado 10-, dice.

-No podía dormir, me despertó un silbido como de una serpiente-, cuenta, -los perros comenzaron a ladrar fuerte, luego un silencio para empezar a moverse la tierra otra vez-, agrega. Calculamos que la réplica fue de más de 6 grados, más tarde nos enteraríamos que fue de 6.8.

Un intenso dolor de cabeza me despierta antes de las 6, voy a la cocina a ver qué pasó en la madrugada, hay destrozos, hay algunos frascos rotos, platos también rotos, ollas y aceite de la freidora regado por todo el piso, preparo un café y decido procesar el material del día anterior, tengo tiempo, las mujeres han despertado tarde.

El desayuno se convierte en un relato de qué diablos sintió cada uno, me llama la atención la calma de Adriana, Emilia y Mariana están mucho más expresivas, compiten por el turno para hablar con el hostalero, Juan ya ha recogido todo lo que yo no levanté, me dicen que el anecdotario para mi artículo estará con un tanto más de condumio, mientras tanto pienso en que ese podría ser un buen inicio de conversación con Santiago.

Llegamos a Coaque, cada quien va a lo suyo, las mujeres se quedan con los niños del campo de refugiados de la cancha de fútbol, yo voy a buscar a Santiago, miro una niña jugando en un columpio entre los escombros, creo que es buena idea fotografiar, saco la cámara y capturo la escena, camino en dirección de la pequeña carpa donde duermen Santiago y Carmen (su mamá), una mujer policía inicia una conversación sobre el motivo de mi estadía en el lugar cuando grita -¡temblor!-, yo no siento nada y sigo caminando, ella me toma del brazo y me dice, -aléjese de los cables eléctricos-, regreso a ver y miro que los postes se mueven cual paja al viento, casi no puedo mantenerme en pie, la mujer policía me sostiene del brazo y dice -tranquilo, tranquilo-, delante de mí (unos 3 metros) un tanque grande de reserva de agua de aproximadamente unos 5 metros cúbicos se vira cual vaso y vierte todo su contenido, es inevitable que el torrente me mojara, la mujer policía me pregunta si estoy bien y contesto afirmativamente a lo que ella dice que se va a ver si alguien necesita de su ayuda.

La gente corre gritando, una mujer grita llorando -¡ya no más, por favor ya no más!-, mujeres que buscan a sus hijos, niños que corren con expresión de terror por todas partes, decido que voy a fotografiar como registro apenas, no quiero fotografiar nada, decido hacerlo como una obligación mas no porque quisiera, he disparado unos dos o tres cuadros y decido que ya no más, que debo buscar a Santiago, sigo caminando hacia la pequeña carpa roja y de pronto Santiago me recibe con una sonrisa amplia.

-¿No sentiste miedo?-, pregunto.

Santiago contesta con un lacónico -no-

Carmen, su madre llora junto a una amiga, cuentan que la muda de pueblo a pesar de ser muda es chismosa y que anda regando el rumor de que el terremoto y sus réplicas son castigo divino. No puedo creer en la ironía, muda pero chismosa, pienso.

Santiago me mira con un dejo de impaciencia, me pregunta si le voy a hacer la entrevista y le contestó que sí, enciendo la grabadora y el niño es completamente incoherente. Ya decía yo que no podía estar tan calmado, pienso. Derivamos a conversar de la vida, Santiago esboza una gran sonrisa y guiña un ojo, va un retrato, no han pasado ni siquiera cinco minutos del último sismo.

Salgo del refugio y un hombre dice que en Pedernales han caído edificios y hay heridos, un tuk tuk se acerca y decido tomar viaje hacia la ciudad.

Voy en tuk tuk y el viaje se hace eterno, pero me parece que a pesar de lo dramático de la jornada esta no deja de parecer una escena cinematográfica.

Ya en Pedernales y con señal de teléfono decido llamar a casa y reportarme.

Seguimos y Pedernales me parece igual, vamos más adelante y la desolación vuelve a imponerse, encontramos un par de edificios por los suelos, en uno de ellos cuentan que apenas veinte minutos atrás la gente había sacado sus últimas pertenencias, un hombre sentado sobre las orugas de una pala mecánica me recuerda que el realismo mágico sigue en Manabí, damos algunas vueltas y decido regresar a Coaque, entre tantas cosas nunca averigüé cómo estaban las chicas. Llegamos a Coaque y ellas siguen en sus actividades, juegan y cantan con los niños.

Almorzamos con los damnificados, todos ellos en su pobreza comparten con nosotros lo poco que tienen, por primera vez pruebo fresco de vinagre de plátano y me parece delicioso, repito una y otra y otra vez. En la radio entra la noticia de que el último sismo había sido de 7.5, casi inmediatamente es desmentido por los órganos oficiales que lo ubican en 6.8 (intensidad en Quito), todos en la mesa coinciden en que este fue muchísimo más fuerte que el de la noche y que ni de lejos puede haber tenido la misma intensidad.

Yo solo cuento historias, pienso, ¿qué puedo saber de eso?, pero este último fue muchísimo mayor que el de la madrugada.

A la tarde voy a buscar a Rogelia, una mujer muy inteligente, en mi anterior viaje me había sorprendido por su lucidez, quiero saber qué futuro vislumbra ella para Coaque. Ella habla del turismo y de la reconstrucción con esa perspectiva, para mis adentros pienso que el turismo en estos dos últimos sismos ha quedado herido de muerte, ella habla y de pronto suspende la entrevista, regreso a ver y alguien ha llegado y no sé quién pudiera ser.

Al principio pienso que no es mi asunto y sigo sentado en su refugio, luego percibo cámaras de televisión y gente que está tomando fotografías, alguien grita -¡qué viva la doctora!-

Me acerco con algo de pudor, me percato que es la ex-vicepresidenta del defenestrado presidente Abdalá Bucaram, Rosalía Arteaga, está entregando paquetes de toallas higiénicas, pañales y ollas, tiene una sonrisa casi pegada con cemento, pienso en fotografiar el hecho pero el asco me vence, atino a mirar que Rogelia llama a la gente para que se retratara con la doctora Arteaga y grita vivas, decido que es mejor irme, el asco me invade.

En Coaque el 80% de los hombres se dedica a la albañilería, con estos dos últimos sismos todos los proyectos inmobiliarios y hoteleros se quedarán ahí, pienso. ¿Qué va a pasar con ellos, cómo podrán salir adelante con sus familias?. Por ahora el sostén económico está en manos de las mujeres, muchas de ellas trabajan en la empacadora de camarón de Coaque, pero el papá de Santiago es albañil y la madre no trabaja, ¿qué será de ellos?. El drama humano está servido, ya es un mes y poco se ha hecho, es una bomba que comienza a calentarse.

Jueves 19 llegamos a la tarde, un derrumbe no nos había dejado llegar en la mañana, encontramos un grupo del Ministerio de Salud que con megáfono en mano arengan a la gente cual si fuera un mitin político, que Coaque es el "crisol de la nacionalidad", dicen, que el país entero se siente orgulloso porque desde Coaque partió la Misión Geodésica Francesa, allá en el siglo XVIII, y por tanto Coaque es el "crisol de la patria". ¡Viva el Ecuador, viva Coaque!. Yo no entiendo nada.

Muy poco se ha hecho, el drama humano está por empezar y al parecer nadie quiere verlo, es un pueblo que le apuesta al turismo, un turismo que después de los dos últimos sismos se comenzó a mostrar no solo esquivo, sino extremadamente mezquino, la cada vez más certeza de que las cosas quedarán tal como estuvieron antes se me mete en la piel, la angustia de no poder hacer nada más que escribir y contar la historia de esta gente, una historia sesgada desde mis ojos.

Es hora de regresar y ni apenas comenzamos a alejarnos ya quiero volver.