viernes, 23 de mayo de 2014

empezares

“¿Cuándo empezaste?” solía ser la pregunta de cajón que detestaba, ahora ya no porque me ha provocado algún tipo de reflexión.

Los más seguro es que todo para mí habría empezado tras la fecundación de un óvulo de mi madre por un espermatozoide de mi padre, lo más seguro es que ahí habrá empezado pero que tuvo que pasar una vida para que alguien me hiciera esa pregunta, seguramente que no se la hacen a cualquiera y que por esa razón no habría de molestarme por epidérmica que pudiese parecer.

No importa cuál habrá sido mi primera fotografía, lo más seguro es que era digna de ir a la basura como cualquier primera fotografía de cualquier persona en el planeta, con una que otra honrosa y matemática excepción.

Mucha gente pensará casi de manera mecánica que mi oficio se lo debo a mi padre, lo que he de aclarar con énfasis y honestidad que no se lo debo a él, aunque en su momento las conversaciones que generalmente terminaban en peleas casi irreconciliables tuvieron bastante de ingrediente, pero mi amor por la fotografía nació cuando cayó en mis manos un libro con imágenes de Agustín Casasola y ahí empezó todo.

Como buen muchacho que cree haber descubierto la piedra filosofal y haber visto lo que el viejo no fue capaz de ver, empecé a discutir con mi padre, habré botado más de un molón miserable y habré expuesto alguna idea de perogrullo tal y como hubiera sido de mi cosecha, afortunadamente para mí  ya he olvidado el contenido de esas largas discusiones campales con mi padre, la vergüenza de los años ha hecho que replantee mejor mis argumentos.

Lo cierto es que las imágenes de Casasola me transportaron a un momento de la realidad mexicana, la viví, pude escuchar a su gente hablar, sus olores, sus colores, he cerrado más de una vez mis ojos para volar al lado de Casasola y mirar lo que él vio.

Los empezares siempre están llenos de error, en algunos casos hasta de horror, varias veces tuve que transportar mi archivo en un momento de vida gitana, en esos avatares se perdieron muchos negativos de las primeras imágenes, cosa que nunca extrañé y que de alguna manera alivió mi vergüenza de volver a caminar por los horrores de la juventud.

Ahí empezó mi amor, sí, pero como en toda relación hubo también desamor, el portazo con el consabido “no vuelvo más”, en ese proceso entendí que con amor no avanzaría muy lejos, que lo que debía hacer era entender, descifrar, aprender su sintaxis y que para conseguir aquello el amor no era muy buena herramienta, por tanto el portazo sirvió de mucho.

El viejo ayudó mucho con su crítica demoledora, él sí criticaba, él daba consejos, cosa que yo no hago, no me gusta opinar, menos todavía criticar el trabajo de los demás, aunque alguien alguna vez me dijo que en mi rostro se podía leer claramente lo que yo sentía al ver el trabajo de alguien, pero ese es un tema del que no me puedo abstraer, pero evito ser la última palabra, no me gusta ser alguien que pontifique o peor aún que santifique el trabajo de alguien,  mi proceso ha sido solitario y quiero que siga siendo así. Posiblemente si tuviera un hijo con inquietudes fotográficas me vería obligado a emitir una opinión, intentar darle la mano, cosa harto difícil porque es como caminar por terreno minado, podría provocarse rencores irresolubles con la vida, afortunadamente ese no es el caso y puedo seguir con mi silencio auto-impuesto.

Ya no importa cuándo o cómo empecé en la fotografía, eso me parece un tanto egocéntrico y carente de importancia, tanto que ni siquiera recuerdo cuándo o cómo fue la primera foto que hice, lo que importa, a mi modo de ver, es qué es la fotografía o hacia dónde se dirige y obviamente habrá tantas interpretaciones como fotógrafos pueda tener el planeta, la mía es apenas una voz perdida en el desierto, pero no por eso no he de gritarla y exponerla en ésta u otras formas.

¿Que el fotoperiodismo está en crisis?, creo que sí, pero creo que es una maravilla que esté en crisis, que sus hacedores puedan cuestionar su oficio, que la verdad tan cacareada sea expuesta como una falacia que la fotografía no necesita, porque la razón de existir es la verdad o la creencia en ella, el registro de la realidad objetiva es dejar en la epidermis todo el lenguaje fotográfico. Muchas veces escucho a alguna gente que con preocupación habla del tema, tal como si del Apocalipsis se tratara, sin embargo percibo que no existe la reflexión del porqué de la crisis.

Hace algunos años dije que la fotografía estaba muerta, y sigo creyendo que sí, que murió esa forma de concebirla, que el periodismo debe revisar esa forma de entenderla, como si un elemento alegórico de la noticia se tratara, pero no como protagonista de ella.

En un mundo de preceptos estéticos prefabricados, de fórmulas prediseñadas en las universidades para dar efectos dramáticos a imágenes inocuas, para dejar al espectador con el sabor de habilidad extrema frente a la ausencia de historia, la fotografía se rebela a si misma, entra en crisis y es necesario revisarla.

Los empezares en la fotografía son a diario, tienen que ver consigo misma, con sus verdades que afortunadamente no son tan verdaderas