lunes, 8 de julio de 2013

¿un arma cargada?

Hay tantas frases hechas, tantas como el número de intenciones pueda tener el ser humano, cada uno se encarga de retorcer hasta que se ajuste a sus propios intereses. En el caso de la fotografía hay ocasiones que algunas frases pueden ser el resultado de algún tipo de paroxismo chauvinista, frases como “una imagen vale más que mil palabras” o talvez, “la cámara es un arma cargada”

Me atrevería a decir que la fotografía no vale más que mil palabras, hay imágenes que no llegan ni siquiera a un pequeño balbuceo de nada; otras obviamente que no suscitan mil palabras, sino historias completas. Hay más imágenes fotográficas que habitantes tiene el planeta, hay historias que pueden ser contadas, otras que deben serlo y las más que ni siquiera merecen un lánguido bostezo.

Lo cierto es que los seres humanos tenemos la tendencia a las fórmulas, y si éstas son lo más sucintas es mucho mejor, algo así como nuestro propio E=mc2, pero acomodado y descafeinado hasta que se pudiera ajustar a lo que cada uno llama: mi propia razón.

Pues sí, si fuese el caso de ser un arma, talvez un lápiz bastante bien afilado podría serlo, o talvez un pedazo de carbón no solo serviría para expresar nuestra disconformidad en algún muro, sino que molido convenientemente podría crear tal malestar estomacal que se podría considerar también un arma. Pero si hacemos una aproximación fría, podríamos decir que un arma de fuego cargada es tan inocua como lo es una piedra, para que adquiera su carácter letal requeriría de un operador.

Haciendo un silogismo podríamos decir que una cámara efectivamente si podría ser un arma cargada, pero dependería mucho de la puntería y la decisión de su operador, porque per sé no es más que un amasijo de cristales, piñones y circuitos que no tienen mucho de letal.

Habría que pensar que no solo cuenta con la decisión y puntería de su operador, sino que al mismo tiempo aquel estuviera ubicado en el lugar correcto, el momento adecuado y con las condiciones de luz convenientes, porque si uno de estos ingredientes llegase a faltar, el operador no sería más que un valiente y nada más.

La fotografía es lo que su operador quiere que ésta sea, nada más ni nada menos.

La cámara es apenas un instrumento, que dependiendo de en qué manos va a dar, podría efectivamente ser un arma letal, pero en otros casos podría ser el lápiz afilado de un poeta.

sábado, 27 de abril de 2013

la fotografía, esa gran mentirosa por fortuna

Ponencia presentada en el marco de la FIL de Santo Domingo, República Dominicana 2013

Desde que en 1826 Nicéphore Niepce consigue congelar una imagen, el ser humano logra plasmar uno de los dos sueños que traía desde que bajó de los árboles para deambular por los llanos llamándose a si mismo homo sapiens sapiens, había soñado ser inmortal y, volar tal y como estaba reservado a las aves, hasta ese entonces supo que para vencer la finitud de su ser debía lograrlo a través de la metáfora, fue así como surgió la fotografía, como una metáfora de la realidad, de la vida  plasmada en una placa por procedimientos fotosensibles.

Mucha agua ha pasado bajo el puente, la fotografía ha inundado la realidad que nos rodea, es tan omnipresente que está incluso donde no es necesaria su presencia, no hay artículo de prensa, revista o inclusive literatura que no esté soportada por su presencia.

La fotografía fue inventada para ser “el reflejo” perfecto de la realidad, la poseedora del don que la pintura jamás tuvo, tal vez la venganza final de aquellos hombres en Altamira, al fin se había logrado capturar la realidad tal cual ella es. Al menos es como nos la han vendido y tal como nosotros la hemos querido comprar. No hay prueba más contundente o determinante que la fotografía, sino bastaría preguntar a varios testigos de las visitas extraterrestres, quienes no dudan en blandir cuanta imagen fotográfica poseen.

La fotografía falseó la realidad desde su creación misma, basta ver la primera imagen fotográfica elaborada por Niepce para constatar lo dicho, no aparece una sola persona. Alguien muy hábilmente sugerirá que las razones técnicas para la ausencia de imagen humana alguna, razones que todos quienes estamos involucrados en el quehacer las conocemos de sobra, dado que la exposición prolongada por la muy pobre sensibilidad que la emulsión de Niepce tenía provocó el no registro, en pocas palabras, el ser humano es demasiado rápido para haber sido registrado por tan primitiva emulsión.

Sí, así es, sin embargo, si echamos una mirada un tanto más aguda, bien podríamos decir que Niepce involuntariamente manipuló la imagen.

Ejemplos abundan en la historia de la fotografía, tanto así que su hijo natural, el cine, entendió esa naturaleza falsaria y la usó desde su inicio mismo. Eso dio pie al nacimiento del cine de ficción, y con él a la sana costumbre que tenemos de asistir a las salas de cine a admirar cine-literatura.

¿Necesita la fotografía ser la verdad?

Me atrevería a aseverar que no, sería como preguntar que si la palabra está condenada a ser la relatora imparcial de los hechos históricos, entonces la humanidad se habría perdido la literatura.

Justamente por ahí va, la fotografía no requiere ser imparcial, no debe, la fotografía no es el hecho mismo registrado en un papel por un proceso físico-químico, o en tiempos actuales, un archivo digital creado por un computador con lente al que pomposamente llamamos cámara. No, me niego rotundamente, porque nos estaríamos olvidando del factor humano.

¿Por qué decido hacer ese encuandre y no otro?

¿Por qué decido obturar en este instante y no antes o después?

Varios factores se cruzan, entre ellos están sesgos que todos los seres humanos cargamos, ideología, posición socio-económica, nivel cultural, intención, etc, etc, etc.

Generalmente a la fotografía la hemos relegado al mero acto fotográfico, cuando ante todo es un concepto.

¿Quién será un buen fotógrafo?

¿Cuál será entonces una buena fotografía?

Al igual que la literatura, la fotografía es lo que el espectador lee.

¿Por qué un libro nos llega más que otros?

Por la sencilla razón que a partir de su lectura, nos leemos a nosotros mismos.

Por tanto, la fotografía no es más que literatura en otro soporte, en ella podemos encontrar narrativa, poesía o crónica, todo dependerá de su operador.

Joan Fontcuberta llegó no solo a decir que la fotografía no es verdad, la llegó a comparar como “el beso de Judas”

No es cercana a la literatura, es literatura, pero tal y como buena hermana bastarda, no quiere ser reconocida dentro del entorno familiar, no solo es incomprendida, tal vez temida, poseedora de un lenguaje complejo con reglas de sintaxis muy rígidas, pero invisibles.

En su momento hubo un debate entre Henri Cartier-Bresson y Robert Capa, el primero negaba su aparente condición de foto documentalista, mientras Capa sostenía todo lo contrario.

¿Por qué el francés negaba su aparente condición?

Porque había logrado entender que a partir de la realidad objetiva, él había logrado establecer relatos que iban más allá de la imagen evidente, entendió que el metarrelato en la fotografía no solo era posible, que las fronteras no estaban donde se creía, al mismo tiempo Capa también estaba haciendo lo mismo, pero intelectualmente él todavía estaba atado a la verdad verdadera, olvidándose de la cuestionada imagen de “el último combatiente”, imagen que no lo deslegitima de ninguna manera, sino que le coloca en el andarivel contrario.

En una conversación con mi padre, él me sugirió algo que hoy considero un gran acierto, había dicho que para hacer fotografía se requiere mucho de la lectura, que se puede observar de manera casi dramática el alma del fotógrafo y no de lo fotografiado. Al igual que cualquier escritor, el fotógrafo pone en evidencia sus gustos, pesares y posición frente a la vida.

Al igual que la literatura, la fotografía se nos presenta como una ventana, pero que no nos permite ver desde dentro hacia afuera, sino al revés.

Una foto no vale más que mil palabras, una foto vale todo lo que su observador se pueda contar, pueda descubrir de si dentro de la imagen, lo que te sugiere y no te impone.

La verdad se impone, la literatura sugiere.

“Tan cierto como la muerte misma”, detesto las frases, pueden tener el sentido de un recetario para el alma, sin embargo, he de reconocer que esta, en particular, es tan veraz como aquella verdad que no existe. Solo esa certeza de finitud es la que mueve al ser humano a realizar lo mejor y lo peor, a partir de ese conocimiento nace la ciencia misma y el arte, gracias a la muerte es que el mundo se mueve, que a los amantes impele a amar, al arribista a trepar a cualquier precio y a los asesinos a matar, la muerte no es el fin, es el motor de todo esto que llamamos humanidad.

Uno muere muchas veces

Tal y como un matrimonio, con rupturas y reconciliaciones, así ha sido mi relación con la fotografía. La dejé por un tiempo, me divorcié de ella pensando en no volver jamás a ver su rostro, volví no solo porque la extrañaba, volví porque no concibo mi vida de forma distinta, volví porque la vida me metió otra vez en su lecho, porque sus aromas son los que quiero para los míos.

Man Ray había dicho que el fotógrafo empieza a los cuarentas, antes me pareció una declaración retórica, ahora la comparto por completo, los años previos han sido aprendizaje, no solo haciendo, leyendo, abandonándola, reconquistándola. Solo entrado en canas he podido entender que la fotografía es lo más lejano a hacer fotos, que no es más que un soporte, que su fin está ligado de forma indefectible y dramático a la literatura, a la narrativa, a la poesía y la crónica, sin embargo, a pesar de ser literatura tiene su sintaxis propia, se desarrolló bastarda y aparte.

Bastarda sí, porque es maravillosamente falsa, porque se rebeló frente al designio de ser la portadora de la verdad indiscutible, porque rompió con su destino y se permitió a si misma la posibilidad de ser contadora de historias, de seducir con sus formas, de mentir al oído como una diosa del embauque.

“Todo termina bien cuando parece estar mal, es porque todavía no ha terminado” de la película “Dios es brasileño”

¿Por qué aquel miliciano de Robert Capa sigue muriendo?, quedó suspendido entre la vida y la muerte, en un estadio indefinido, suelo mirarlo como quien destapa un viejo y delicioso perfume solo para percibir momentáneamente su dulce aroma. No importa si murió o no, no es de mi interés, es un ser atrapado en una historia sin fin, una metáfora.

La fotografía no es el reflejo de la realidad objetiva, la fotografía es metáfora de esa realidad. Lo logra en tanto se rompe a si misma, lo logra cuando su operador quiebra su autorreferencialidad y se  mira desde lo literario, mas no desde lo literal. Si no estuviera tan ligada a la literatura no habría fotógrafos ciegos, la realidad objetiva les arrebataría cualquier posibilidad, sin embargo, su condición de metáfora les permite.

Es ahí donde el “último combatiente” de Capa logra salirse de la historia para adentrarse en el relato de otra muy distinta.

Tantas veces me he encontrado con gente que dice: “pero es necesario tener buen ojo”, no solo que me parece una reflexión cliché, sino que no le hace justicia a quien hasta ahora ha gritado silenciosamente y, lo seguirá haciendo porque no pretende ser verdad, porque no busca ser milagro ni peor ser dios, no es necesario tener buen ojo, los ciegos carecen de ese sentido, sin embargo usan la imagen para contar.

Cada vez que me titulan como fotógrafo, yo reniego de esa condición, porque hago fotos no como un fin, sino como un medio para poder contar, hablar a través de un lenguaje distinto, pero contar es el fin, es mi destino.

martes, 26 de marzo de 2013

las razones para un adiós

Todo lo que empieza lleva el germen de su fin desde el mismo hecho del inicio, eso para el disgusto de muchos es dialéctica pura. Mi entrada a twitter estuvo preñada de su fin desde el inicio, un hecho lamentable de alguien que de una manera delirante me acusó de plagio. No viene al caso entrar en detalles que ahora para mí son absolutamente ridículos, sin embargo, los evoco porque considero que ahí empieza mi retirada de esta sociedad llamada twitter.

Para mí fue un espacio muy similar a un ágora, allí donde alguien se encaramaba en un banquito virtual y simplemente exponía, a quien quisiera escuchar, su pensamiento, talvez funcionó así en un inicio, eso incrementó mi motivación y fui desarrollando una postura siempre ligada a la filosofía política. Recibí ataques viscerales de los espantosos “trolles”, gente que insulta sin tener siquiera conocimiento de lo que es la filosofía política, solo basta que no se concuerde con el discurso oficial para ser insultado de la manera más procaz.

En su momento tuve que hacer la aclaración que mi elección de vida está en la minoría, que desde hace mucho tiempo atrás me reconozco como un anarquista y, como tal no puedo estar en ninguno de los bandos, que los “anarcos” somos críticos con todos los bandos que se disputan el poder, que nuestra lucha es en contra el poder mismo, no contra tal o cual bando.

Llega un momento en que comienzo a dudar mi permanencia en este lugar virtual, una vez que manifiesto mi simpatía por los jesuitas, dado que fui alumno de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador y la profunda amistad que me liga a algunos miembros de la Compañía de Jesús, fue razón de mi atrevimiento, creo y sostengo que es la Orden al interior de la Iglesia Católica más interesante y progresista, fue entonces cuando me enfrasco en una discusión a propósito de reclamar por las acusaciones (sin pruebas) a uno de los miembros de la Compañía, me sorprendí porque algunos de mis contertulios eran capaces de hacerse eco de acusaciones que hasta el día de hoy no han podido ser probadas, incluso personajes con un reconocimiento público como gente de probidad ética como Leonardo Boff han salido a desmentir aquellas acusaciones. ¿Cómo es posible que la sola postura anticlerical puedan hacer que alguien se haga eco de acusaciones tan graves y sin que hubiera prueba alguna sobre aquello?. Este evento solo dejó un muy mal sabor de boca en mí.

Apenas unos días después cual “Fuenteovejuna, todos a una” se lanzó buena parte de la “comunidad tuitera” en contra de un periodista que obviamente cometió un error, pero que el mismo no revestía de la gravedad que algunos le atribuían, que una aclaración oportuna y su consabida disculpa hubieran bastado. No conozco en persona al mentado periodista, en alguna ocasión llamó para hacerme una entrevista telefónica, eso fue hace muchos años atrás.

Fue en ese momento cuando ya estaba a punto de cerrar mi cuenta de twitter, me hice una promesa que bastaría un evento más para decidir decir adiós a esta comunidad.

Sucedió que alguien muy cercano (o que yo creía cercano a mí), parapetado desde una identidad falsa creyó que sería muy bonito disparar contra alguien a quien había manifestado lealtad, que la máscara virtual sería suficiente para que yo jamás me diera cuenta, que justamente su supuesto anonimato me transformaba en el blanco perfecto, es decir, ¡qué cool ser troll de tus propios amigos!. Se olvidó de una regla fundamental, el asesino siempre vuelve a la escena del crimen y pretende aparecer como un curioso, grave error. No voy a decir quien es, no suelo patear a nadie en el suelo, ya por canales más reservados hice el reclamo oportuno.

Pues bien, dejó de ser el ágora, ahora le veo como una galería de plumajes ralos apenas, que le perdí el gusto, que carece de sentido invertir tiempo y gana en algo de lo que ya no disfruto, que igual que los divorcios sinceros debo exponer mis razones, dar un abrazo a los amigos fraternos que hice, con otros intercambiar datos y coordenadas y decir adiós.

No, no voy a volver con otra identidad, no es mi estilo, mantendré la cuenta @radiomadec solo por el gusto de compartir música con quienquiera, el servidor está programado para emitir un tuit automáticamente cuando está al aire, de esa manera podré compartir un poco mi colección con ustedes, no emitiré opinión alguna a través de esa cuenta ni la abriré, solo estará activa y su funcionamiento será automático.

Mi tiempo lo destinaré a mi trabajo, cada día demanda más porque los proyectos crecen y exigen de mi atención.

Solo me resta decir a los amigos queridos: “buen viento y buena mar”

Ha det bra

Diego Cifuentes

lunes, 11 de febrero de 2013

el último combatiente


En los años 80, cuando la fotografía comenzaba tardíamente a despegar en Ecuador, fue Cristiano Mascaro, un fotógrafo y arquitecto brasileño, quien puso el naipe sobre la mesa, aseguró que la foto icónica de Robert Capa, un combatiente republicano cayendo de muerte producto de un impacto de bala, era una puesta en escena. Yo para ese entonces era alguien que se debatía entre las Ciencias Políticas y la fotografía (como un entretenimiento), le había acompañado a mi padre (Hugo Cifuentes Navarro) a la charla del brasileño, quedé atónito ante la posibilidad de falsedad documental que nos sugería el conferenciante, guardé silencio y comenzó mi cabeza a bullir.

La historia nos dice que esa imagen fue hecha durante la batalla del Cerro Muriano, en las cercanías de Córdoba el 5 de septiembre de 1936, el miliciano republicano Federico Borrel era el protagonista de aquella imagen que daría la vuelta al mundo y que coronaría a Robert Capa como uno de los más grandes fotógrafos de la humanidad.

Una vez en casa, corrí en pos de uno de los tantos libros que tenía mi padre, busqué y encontré, efectivamente la imagen del combatiente cayendo no tenía muestras de impacto alguno, sorprendente, mucho más si la historia contaba que la bala asesina provenía del disparo de un francotirador marroquí, obviamente debería existir un impacto grande, pues no, no había ni en la cabeza, ni tampoco en el tórax o abdomen. La única posibilidad sería en el brazo oculto, pero un impacto en un brazo no provoca una muerte instantánea, tal como nos sugería la historia.

Pasaron los años, las Ciencias Políticas se quedaron donde y con quienes se debían quedar, me fui con la fotografía y me zambullí en sus placeres y discordias, las verdades verdaderas comenzaron a ser relativas, los años no pasan en vano, sin embargo, las reflexiones que genera el quehacer cada vez son más intensas.

Fue hace apenas unos día que leí sobre una conversación entre Capa y Henri Cartier-Bresson, el francés sostenía que él no era un fotógrafo documental, Capa argumentaba todo lo contrario. Fue como si se hubiera abierto al fin el cofre que guardaba el mayor tesoro, las verdaderas verdaderas se desmoronaban para siempre, al fin tenía la herramienta clave de argumentación para cualquier discusión con amigos (o los que no lo son). Surgen algunas preguntas: ¿Entonces, qué era Cartier-Bresson?, ¿Robert Capa sí lo era?, ¿Si la foto del “último combatiente” era falsa, eso invalida completamente el trabajo de Capa?

Creo que Cartier-Bresson efectivamente no era un fotógrafo documental, tampoco lo era Capa y la prueba de ello es justamente la fotografía de la que estamos hablando.

Estoy convencido que Cartier-Bresson estaba muy claro sobre lo que era su quehacer en la fotografía, pero al mismo tiempo estoy convencido que Capa tenía el corsé de la fotografía documental demasiado ajustado.

La verdad que ahora no me importa si “el último combatiente” es o no una puesta en escena, no tiene la menor importancia, al menos para mí. Capa seguirá siendo un grande, no porque solamente haya sido un gran fotógrafo, sino por todo lo que su obra logró dentro de la narrativa.

Si la imagen de la muerte del miliciano fuese falsa, sería inválida solo como documento histórico, como un documento de verificación histórica, pero solamente eso, ni siquiera sería inválido como un documento social, ya que nos habla de una época y sus circunstancias, pero ante todo es una obra   de poesía, nos plantea un sinfín de cosas, nos sugiere una profunda reflexión sobre la violencia de la guerra, sobre lo fugaz de la existencia.

No encuentro problemas ni dilemas, encuentro solamente nuevos naipes a ser tomados en cuenta. Tal vez se corrió un velo que no nos permitía encontrar todo lo que la misma fotografía nos puede ofrecer, tal fue la dimensión del velo, que ni siquiera el mismo Capa se dio cuenta de eso, pero que Cartier-Bresson ya lo veía y de una manera muy clara.


Para mí, “el último combatiente” será aquel soldado que está muriendo, que está condenado a perpetuidad a estar en ese estado de indefinición entre la vida o la muerte, ese soldado que no es ni fue. Por mi parte no quiero liberarle, su condena para mí es poesía.