lunes, 29 de marzo de 2010

déjame comer en paz

¿En qué se diferencian un líder de un caudillo?
El caudillo es un militante de sus propias ideas, el líder no.

Cada vez y con más frecuencia me enfrento a discusiones cada vez más atrincheradas respecto a la concepción del Estado y la política de bienestar, cosa difícil de entender para las partes en disputa, sobre todo si los conceptos de bienestar o de Estado son diferentes, sin embargo, yo suelo hacer uso de mi acervo de politólogo para tratar de aclarar algunos conceptos en una que otra oportunidad.

En una ocasión, no tan lejana, en un bar me encontré con alguien y obviamente la conversación encontró su curso en la discusión sobre el tema del que estoy escribiendo y, el argumento que usó mi contertulio en su momento fue que en la isla de Cuba no hay nadie que vaya a la cama sin tener lleno el estómago, a lo que emití una sonora carcajada, no porque su aseveración no sea cierta, sino porque es un argumento de lo más endeble y que puede ser desbaratado casi de forma instantánea, a lo que obviamente contesté: “¡... en las cárceles tampoco...!”.

Instantáneamente vino a mi mente la imagen de aquel que está condenado a muerte y antes de la ejecución le brindan una comida copiosa y sabrosa y, obviamente de allí viene la expresión de la última cena, sin que esto tuviera que ver con las connotaciones que podría tener en las sociedades cristianas.

Más adelante desarrollé mis argumentos, ya sin sarcasmo, y simplemente usé una figura, o si se quiere una metáfora, ya que también como alguien que creció en la fotografía tengo un manejo algo más frecuente de este tipo de herramienta, como en un anterior post había explicado que la fotografía no se vale de la realidad sino de la metáfora para poder expresarse; es así como establecí un pequeño pero gráfico ejemplo: “... en la Alemania nazi tenían la mejor educación de la Europa de su época, el mejor sistema de salud, el mejor sistema de bienestar social y no se diga de la infraestructura de obras públicas, entonces, ¿cuál es nuestra bronca contra Hitler? Si estos son los argumentos que esgrime la supuesta izquierda para justificar todo su accionar, son argumentos sin peso alguno, sin embargo, son los argumentos que la maquinaria de propaganda que manejan y llegan a convencer a mentes frágiles y ansiosas de una sociedad justa.

¡Ahjá!, es ahí donde el contertulio de turno se detiene y siente que sus argumentos son endebles por completo y sienten que ha sido un jaque mate más.

Sin embargo, mi interlocutor en el bar fue más allá, no se rindió tan fácilmente, me sugirió que a una persona X en Biafra no le importa para nada si quien le sostiene el plato de sopa le apunta con un arma, simplemente quiere llenar el estómago y acepta el sometimiento a una concepción cualquiera del mundo. Pues sí, es tal cual estoy relatando, a lo que contesté que me atrevería a apostar unos diez millones de dólares (que no tengo ni tendré) a que en una o dos semanas esa persona X se resistiría a comer, que solamente pediría a su supuesto benefactor le dejara en paz, que bajara su arma y que por favor de marchara de allí para no volverle a ver más. Tarde o temprano, una vez que hubiera cubierto sus necesidades básicas, éste ciudadano del mundo buscaría su autodefinición errónea o certera, pero suya.

Fue para concluir con la conversación que le dije que justamente eso era lo que había hecho el comunismo, que había puesto comida copiosa y suculenta a cambio de tener a su gente amenazada por las armas, que aceptaran su concepción del mundo como si fuera la única, que era el chantaje más miserable.

Después, obviamente la conversación derivó a las perversidades del capitalismo, a lo que simplemente argumenté: que el sistema es perverso y no oculta sus dientes, que es atroz pero que allí había un error conceptual, porque la libertad del capitalismo no es la misma que el concepto libertario, que libertad para el capitalismo es libertad de extracción sin intervención alguna, mientras que el concepto libertario tenía que ver con el individuo y su libertad de elección y opinión.

Sin embargo, más adelante le expliqué a este amigo que el sistema actual de gobierno en los autodenominados países del socialismo del siglo XXI, no son otra cosa que las expresiones más remozadas del fascismo clásico, entendiéndose como la construcción del Estado Corporativista y no como lo que tiene la gente en su imaginario, ya que la gente asume fascismo con la expresión criminal de la política, y tanto es así que la supuesta izquierda llegó en su momento a acusar a Pinochet de ser fascista cuando no ha habido gobernante más lejano de aquello, cuando podríamos ver que el dictador chileno era muchísimo más cercano al liberalismo que al fascismo como tal, jamás hubo el intento de corporativizar el Estado, más bien por el contrario, llevó al Estado a niveles de mero espectador del juego del mercado. Pinochet no era fascista pero sí un criminal sanguinario, así como Hitler, a más de fascista era un criminal, eso no establece mecánicamente lo uno con lo otro.

Pero si miramos más hacia dentro, encontramos que el proyecto del gobernante actual ecuatoriano es crear un Estado Corporativista, y todo su accionar es conducente a ello, he ahí que creó un supuesto organismo de participación ciudadana, anulando la construcción de un auténtico proyecto ciudadano, asumiendo para el Estado la representatividad de no solo la población sino de lo ciudadano en su totalidad.

Si todo lo que nos motiva es la justicia, no creo que la justicia esté basada en el regalo de dádivas embebidas de toda una maquinaria de propaganda, tampoco creo que sea justicia la abolición total de libertades a cambio de un igualitarismo que no conduce absolutamente a ninguna parte, y peor todavía, no creo que justicia sea la inequidad de oportunidades, o mejor dicho, el favoritismo de sus seguidores incondicionales.

Todo esto solamente para graficar que feos tiempos se avecinan, y mi manifiesta condición de antifascista, como buen libertario que soy.

martes, 16 de marzo de 2010

¿pelaríamos la cebolla?

“ ...es necesario retroceder para avanzar, como los cangrejos...” A paso de cangrejos, 2002

En 2006 Günter Grass confesó haber sido parte de las Waffen SS, en un acto de valentía hizo público su oprobioso pasado, aquel acto causó tremendo remesón en los medios intelectuales e incluso se llegó a proponer el retiro del Nobel de literatura otorgado con justicia en 1999.

¿Por qué algunos sectores reaccionaron de manera tan agria?

¿Seríamos capaces en un momento de nuestras vidas de pelar la cebolla?

Creo que la inmensa mayoría no sería capaz de hacerlo, la mayoría oculta sus vergüenzas y vive con los recuerdos de sus pasados y presentes grises y turbios.

Puedo hablar por mí, sentí mucho orgullo cuando me enteré de la confesión del maestro Grass, sentí como si fuera alguien cercano que se iluminaba de manera perpetua y hasta creo que solté una que otra lágrima de emoción, la verdad ya no recuerdo detalles tan pequeños, pero lo que sí sé es que hasta ahora tengo el orgullo intacto y me alegra la vida cada vez que viene a mi mente semejante acto de nobleza.

Günter Grass fue parte de las Waffen SS en un momento en que aquello era lo justo y correcto, mucho más considerando que apenas tenía 17 años y, a esa edad el manipuleo ideológico encuentra tierra fértil.

Ideología, esa es la clave para entender el siglo XX y esta parte del XXI, aquel mecanismo de ocultamiento de la realidad (como lo dijo Marx) que ha servido a los experimentos totalitarios de esta parte de la historia, esta arma con la que los fascismos ambos lados han afianzado su poder y de alguna manera han constituido como leitmotiv de la política.

La historia nos ha demostrado que ningún modelo supervive, que todo lo que aparentemente era inamovible termina desmoronándose de forma súbita, el reich que supuestamente duraría 1000 años tuvo una existencia efímera de apenas 12, el socialismo real, que supuestamente construiría el nuevo hombre y con él su paraíso en la tierra, se desmoronó de un momento a otro destapando la olla de corrupción que había sustentado tal supuesta utopía. Ambos modelos, aparentemente antagónicos, eran experimentos del mismo capitalismo, el mismo que cual matrix busca curarse y reprogramarse constantemente.

Solo alguien de muchísimos quilates puede reconocer su pasado y buscar una confesión pública y honorable. De lo que estoy seguro es que mucha gente que conozco jamás lo haría.

Gracias maestro Grass por semejante muestra de hombría de bien.

jueves, 11 de marzo de 2010

el antropófago

Pablo Palacio

Allí está, en la Penitenciaria, asomando por entre las rejas su cabeza grande y oscilante, el antropófago. Todos lo conocen. Las gentes caen allí como llovidas por ver al antropófago. Dicen que en estos tiempos es un fenómeno. Le tienen recelo. Van de tres en tres, por lo menos, armados de cuchillas, y cuando divisan su cabeza grande se quedan temblando, estremeciéndose al sentir el imaginario mordisco que les hace poner carne de gallina. Después le van teniendo confianza; los más valientes han llegado hasta provocarle, introduciendo por un instante un dedo tembloroso por entre los hierros. Así repetidas veces como se hace con las aves enjauladas que dan picotazos.

Pero el antropófago se está quieto, mirando con sus ojos vacíos. Algunos creen que se ha vuelto un perfecto idiota; que aquello fue sólo un momento de locura.

Pero no les oiga; tenga mucho cuidado frente al antropófago: estará esperando un momento oportuno para saltar contra un curioso y arrebatarle la nariz de una sola dentellada. Medite Ud. en la figura que haría si el antropófago se almorzara su nariz.

¡Ya lo veo con su aspecto de calavera!

¡Ya lo veo con su miserable cara de lázaro, de sifilítico o de canceroso! ¡Con el unguis asomando por entre la mucosa amoratada! ¡Con los pliegues de la boca hondos, cerrados como un ángulo!

Va Ud. a dar un magnífico espectáculo.

Vea que hasta los mismos carceleros, hombres siniestros, le tienen miedo. La comida se la arrojan desde lejos.

El antropófago se inclina, husmea, escoge la carne -que se la dan cruda-, y la masca sabrosamente, lleno de placer, mientras la sanguaza le chorrea por los labios. Al principio le prescribieron dieta: legumbres y nada más que legumbres; pero había sido de ver la gresca armada. Los vigilantes creyeron que iba a romper los hierros y comérselos a toditos. ¡Y se lo merecían los muy crueles! ¡Ponérseles en la cabeza el martirizar de tal manera a un hombre habituado a servirse de viandas sabrosas! No, esto no le cabe a nadie. Carne habían de darle, sin remedio, y cruda.

¿No ha comido usted alguna vez carne cruda? ¿Por qué no ensaya? Pero no, que pudiera habituarse, y esto no estaría bien. No estaría bien porque los periódicos, cuando usted menos lo piense, le van a llamar fiera, y no teniendo nada de fiera, molesta.

No comprenderían los pobres que el suyo sería un placer como cualquier otro; como comer la fruta en el mismo árbol, alargando los labios y mordiendo hasta que la miel corra por la barba. Pero ¡qué cosas! No creáis en la sinceridad de mis disquisiciones. No quiero que nadie se forme de mí un mal concepto; de mí, una persona tan inofensiva. Lo del antropófago sí es cierto, inevitablemente cierto.

El lunes último estuvimos a verlo los estudiantes de Criminología. Lo tienen encerrado en una jaula como de guardar fieras.

¡Y qué cara de tipo! Bien me lo he dicho siempre: no hay como los pícaros para disfrazar lo que son. Los estudiantes reíamos de buena gana y nos acercamos mucho para mirarlo. Creo que ni yo ni ellos lo olvidaremos Estábamos admirados, y ¡cómo gozábamos al mismo tiempo de su aspecto casi infantil y del fracaso completo de las doctrinas de nuestro profesor!

-Véanlo, véanlo como parece un niño -dijo uno.

-Sí, un niño visto con una lente.

-Ha de tener las piernas llenas de roscas.

-Y deberán ponerle talco en las axilas para evitar las escaldaduras.

-Y lo bañarán con jabón de Reuter.

-Ha de vomitar blanco.

-Y ha de oler a senos.

Así se burlaban los infames de aquel pobre hombre que miraba vagamente y cuya gran cabeza oscilaba como una aguja imantada.

Yo le tenía compasión. A la verdad, la culpa no era de él. ¡Qué culpa va a tener un antropófago! Menos si es hijo de un carnicero y una comadrona, como quien dice del escultor Sofronisco y de la partera Fenareta. Eso de ser antropófago es como ser fumador, o pederasta, o sabio.

Pero los jueces le van a condenar irremediablemente, sin hacerse estas consideraciones. Van a castigar una inclinación naturalísima: esto me rebela. Yo no quiero que se proceda de ninguna manera en mengua de la justicia. Por esto quiero dejar aquí constancia, en unas pocas líneas, de mi adhesión al antropófago. Y creo que sostengo una causa justa. Me refiero a la irresponsabilidad que existe de parte de un ciudadano cualquiera, al dar satisfacción a un deseo que desequilibra atormentadoramente su organismo. Hay que olvidar por completo toda palabra hiriente que yo haya escrito en contra de ese pobre irresponsable. Yo, arrepentido, le pido perdón. Sí, sí, creo sinceramente que el antropófago está en lo justo; que no hay razón para que los jueces, representantes de la vindicta pública...

Pero qué trance tan duro... Bueno... lo que voy a hacer es referir con sencillez lo ocurrido... No quiero que ningún malintencionado diga después que soy yo pariente de mi defendido, como ya me lo dijo un Comisario a propósito de aquel asunto de Octavio Ramírez.

Así sucedió la cosa, con antecedentes y todo:

En un pequeño pueblo del Sur, hace más o menos treinta años, contrajeron matrimonio dos conocidos habitantes de la localidad: Nicanor Tiberio, dado al oficio de matarife, y Dolores Orellana, comadrona y abacera.

A los once meses justos de casados les nació un muchacho, Nico, el pequeño Nico, que después se hizo grande y ha dado tanto que hacer.

La señora de Tiberio tenía razones indiscutibles para creer que el niño era oncemesino, cosa rara y de peligros. De peligros porque quien se nutre por tanto tiempo de sustancias humanas es lógico que sienta más tarde la necesidad de ellas. Yo desearía que los lectores fijen bien su atención en este detalle, que es a mi ver justificativo para Nico Tiberio y para mí, que he tomado cartas en el asunto. Bien. La primera lucha que suscitó el chico en el seno del matrimonio fue a los cinco años, cuando ya vagabundeaba y comenzó a tomársele en serio. Era a propósito de la profesión. Una divergencia tan vulgar y usual entre los padres, que casi, al parecer, no vale la pena darle ningún valor. Sin embargo, para mí lo tiene. Nicanor quería que el muchacho fuera carnicero, como él. Dolores opinaba que debía seguir una carrera honrosa, la Medicina. Decía que Nico era inteligente y que no había que desperdiciarlo. Alegaba con lo de las aspiraciones -las mujeres son especialistas en lo de las aspiraciones.

Discutieron el asunto tan acremente y tan largo que a los diez años no lo resolvían todavía. El uno: que carnicero ha de ser; la otra: que ha de llegar a médico. A los diez años Nico tenía el mismo aspecto de un niño; aspecto que creo olvidé de describir. Tenía el pobre muchacho una carne tan suave que le daba ternura a su madre; carne de pan mojado en leche, como que había pasado tanto tiempo curtiéndose en las entrañas de Dolores. Pero pasa que el infeliz había tomádole serias aficiones a la carne. Tan serias que ya no hubo que discutir: era un excelente carnicero. Vendía y despostaba que era de admirarlo.

Dolores, despechada, murió el 15 de mayo de 1906 (¿Será también este un dato esencial?). Tiberio, Nicanor Tiberio, creyó conveniente emborracharse seis días seguidos y el séptimo, que en rigor era de descanso, descansó eternamente. (Uf, esta va resultando tragedia de cepa). Tenemos, pues, al pequeño Nico en absoluta libertad para vivir a su manera, sólo a la edad de diez años.

Aquí hay un lago en la vida de nuestro hombre. Por más que he hecho, no he podido recoger los datos suficientes para reconstruirla. Parece, sin embargo, que no sucedió en ella circunstancia alguna capaz de llamar la atención de sus compatriotas. Una que otra aventurilla y nada más.

Lo que se sabe a punto fijo es que se casó, a los veinticinco, con una muchacha de regulares proporciones y medio simpática. Vivieron más o menos bien. A los dos años les nació un hijo, Nico, de nuevo Nico.

De este niño se dice que creció tanto en saber y en virtudes, que a los tres años, por esta época, leía, escribía, y era un tipo correcto: uno de esos niños seriotes y pálidos en cuyas caras aparece congelado el espanto.

La señora de Nico Tiberio (del padre, no vaya a creerse que del niño) le había echado ya el ojo a la abogacía, carrera magnífica para el chiquitín. Y algunas veces había intentado decírselo a su marido. Pero éste no daba oídos, refunfuñando. ¡Esas mujeres que andan siempre metidas en lo que no les importa! Bueno, esto no le interesa a Ud.; sigamos con la historia: La noche del 23 de marzo, Nico Tiberio, que vino a establecerse en la Capital tres años atrás con la mujer y el pequeño -dato que he olvidado de referir a su tiempo-, se quedó hasta bien tarde en un figón de San Roque, bebiendo y charlando. Estaba con Daniel Cruz y Juan Albán, personas bastante conocidas que prestaron, con oportunidad, sus declaraciones ante el Juez competente. Según ellos, el tantas veces nombrado Nico Tiberio no dio manifestaciones extraordinarias que pudieran hacer luz en su decisión. Se habló de mujeres y de platos sabrosos. Se jugó un poco a los dados. Cerca de la una de la mañana, cada cual la tomó por su lado. (Hasta aquí las declaraciones de los amigos del criminal. Después viene su confesión, hecha impúdicamente para el público).

Al encontrarse solo, sin saber cómo ni por qué, un penetrante olor a carne fresca empezó a obsesionarlo. El alcohol le calentaba el cuerpo y el recuerdo de la conversación le producía abundante saliveo. A pesar de lo primero, estaba en sus cabales. Según él, no llegó a precisar sus sensaciones. Sin embargo, aparece bien claro lo siguiente:

Al principio le atacó un irresistible deseo de mujer. Después le dieron ganas de comer algo bien sazonado; pero duro, cosa de dar trabajo a las mandíbulas. Luego le agitaron temblores sádicos: pensaba en una rabiosa cópula, entre lamentos, sangre y heridas abiertas a cuchilladas.

Se me figura que andaría tambaleando, congestionado.

A un tipo que encontró en el camino casi le asalta a puñetazos, sin haber motivo. A su casa llegó furioso. Abrió la puerta de una patada. Su pobre mujercita despertó

con sobresalto y se sentó en la cama. Después de encender la luz se quedó mirándolo temblorosa, como presintiendo algo en sus ojos colorados y saltones. Extrañada, le preguntó:

-¿Pero qué te pasa, hombre?

Y él, mucho más borracho de lo que debía estar, gritó:

-Nada, animal; ¿a ti qué te importa? ¡A echarse!

Mas, en vez de hacerlo, se levantó del lecho y fue a pararse en medio de la pieza.

¿Quién sabía qué le irían a mentir a ese bruto?

La señora de Nico Tiberio, Natalia, es morena y delgada.

Salido del amplio escote de la camisa de dormir, le colgaba un seno duro y grande. Tiberio, abrazándola furiosamente, se lo mordió con fuerza. Natalia lanzó un grito.

Nico Tiberio, pasándose la lengua por los labios, advirtió que nunca había probado manjar tan sabroso.

¡Pero no haber reparado nunca en eso! ¡Qué estúpido!

¡Tenía que dejar a sus amigotes con la boca abierta!

Estaba como loco, sin saber lo que le pasaba y con un justificable deseo de seguir mordiendo.

Por fortuna suya oyó los lamentos del chiquitín, de su hijo, que se frotaba los ojos con las manos.

Se abalanzó gozoso sobre él; lo levantó en sus brazos, y, abriendo mucho la boca, empezó a morderle la cara, arrancándole regulares trozos a cada dentellada, riendo, bufando, entusiasmándose cada vez más. El niño se esquivaba y él se lo comía por el lado más cercano, sin dignarse escoger. Los cartílagos sonaban dulcemente entre los molares del padre. Se chupaba los dientes y lamía los labios.

¡El placer que debió sentir Nico Tiberio!

Y como no hay en la vida cosa cabal, vinieron los vecinos a arrancarle de su abstraído entretenimiento. Le dieron de garrotazos, con una crueldad sin límites; le ataron, cuando le vieron tendido y sin conocimiento; le entregaron a la Policía...

¡Ahora se vengarán de él!

Pero Tiberio (hijo), se quedó sin nariz, sin orejas, sin una ceja, sin una mejilla. Así, con su sangriento y descabado aspecto, parecía llevar en la cara todas las ulceraciones de un Hospital. Si yo creyera a los imbéciles tendría que decir: Tiberio (padre) es como quien se come lo que crea.

lo injusto como cultura oficial

Y bien, si analizamos convenientemente, al capitalismo poco le importa el quehacer cultural, a menos que este pudiere dar réditos económicos lo suficientemente atractivos.

Pero no es admisible que el arte, o en este caso la literatura, sigan postergados después de tan cacareada revolución y tanta denostación del capitalismo perverso, considerando que en nuestro país, el ciudadano de a pie no tiene idea siquiera de cuales son las figuras literarias más importantes.

Si hacemos una encuesta podremos ver con pasmosa claridad que casi nadie sabe quién fue y qué representa Pablo Palacio, no solo para la literatura sino para el país entero.

Es vergonzoso saber que el economista Correa ofrece como regalo un libro de fotografía de Rolf Blomberg, que si bien vivió buena parte de su vida en Ecuador, fue un etnógrafo sueco y que su visión es la de tal, con un fuerte sesgo eurocéntrico, sin embargo, ya dirán que yo estoy insinuando algo a favor de mi padre (Hugo Cifuentes Navarro), aunque estaría en mi legítimo derecho de hacerlo, pero no, estoy abogando por la máxima figura de la literatura nacional, Pablo Palacio.

Pues bien, hace ya un buen tiempo, más de un año, tuve una conversación un tanto agria (normal en mi caso) con el viceministro de cultura, a quien le manifesté tremendo error de la cartera en la que él trabaja, a lo que manifestó: “...¡qué buena idea, Cifuentes...!”, para de ahí quedar nuevamente en el olvido y dedicarse a mediar un conflicto de tinte dictatorial en la Orquesta Sinfónica Nacional.

Supongo que habrá cosas mucho más importantes que resolver que la imagen que proyecta el propio economista en cada visita que hace al exterior, habrá situaciones mucho más importantes que hacer justicia con Palacio, supongo que los tejemanejes de la politiquería parlamentaria son muchísimo más importantes que la verdadera contrucción de la tan cacareada revolución.