viernes, 29 de mayo de 2009

amor

Günter Grass

Es esto:
Transacciones sin efectivo.
La manta siempre un poco corta.
El contacto flojo.

Buscar más allá del horizonte.
Rozar con cuatro zapatos las hojas muertas
y frotar mentalmente pies desnudos.
Arrendar y tomar en arriendo corazones;
o en la habitación con ducha y espejo,
en un coche alquilado, con el capó hacia la luna,
dondequiera que la inocencia se baja
y quema su programa,
suena la palabra en falsete,
cada vez diferente y nueva.

Hoy, ante la taquilla aún cerrada,
susurran, de la mano,
el avergonzado viejo y la vieja delicada.
La película prometía amor.

sábado, 23 de mayo de 2009

la carretera

Ray Bradbury

La Lluvia Fresca de la tarde había caído sobre el valle, humedeciendo el maíz en los sembrados de las laderas, golpeando suavemente el techo de paja de la choza. La mujer no dejaba de moverse en la lluviosa oscuridad, guardando unas espigas entre las rocas de lava. En esa sombra húmeda, en alguna parte, lloraba un niño.

Hernando esperaba a que cesase la lluvia, para volver al campo con su arado de rejas de madera. En el fondo del valle hervía el río, espeso y oscuro. La carretera de hormigón -otro río- yacía inmóvil, brillante, vacía. Ningún auto había pasado en esa última hora. Era, en verdad, algo muy raro. Durante años no había transcurrido una hora sin que un coche se detuviese y alguien le gritara:”¡Eh, usted! ¿Podemos sacarle una foto?”. Alguien con una cámara de cajón, y una moneda en la mano. Si Hernando se acercaba lentamente, atravesando el campo sin su sombrero, a veces le decían:

-Oh, será mejor con el sombrero puesto -Y agitaban las manos, cubiertas de cosas de oro que decían la hora, o identificaban a sus dueños, o que no hacían nada sino parpadear a la luz del sol como los ojos de una serpiente. Así que Hernando se volvía a recoger el sombrero.

-¿Pasa algo, Hernando? -le dijo su mujer.

-Sí. El camino. Ha ocurrido algo importante. Bastante importante. No pasa ningún auto.

Hernando se alejó de la cabaña, con movimientos lentos y fáciles. La lluvia le lavaba los zapatos de paja trenzada y gruesas suelas de goma. Recordó otra vez, claramente, el día en que consiguió esos zapatos. La rueda se había metido violentamente en la choza, haciendo saltar cacharros y gallinas. Había venido sola, rodando rápidamente. El coche (de donde venía la rueda) siguió corriendo hasta la curva y se detuvo un instante, con los faros encendidos, antes de lanzarse hacia las aguas. El automóvil aún estaba allí. Se lo podía ver en los días de buen tiempo, cuando el río fluía más lentamente y las aguas barrosas se aclaraban. El coche yacía en el fondo del río con sus metales brillantes, largo, bajo y lujoso. Pero luego el barro subía de nuevo, y ya no se lo podía ver.

Al día siguiente Hernando cortó la rueda y se hizo un par de suelas de goma.

Hernando llegó al borde del camino. Se detuvo y escuchó el leve crepitar de la lluvia sobre la superficie de cemento.

Y entonces, de pronto, como si alguien hubiese dado una señal, llegaron los coches. Cientos de coches, miles de coches; pasaron y pasaron junto a él. Los coches, largos y negros, se dirigían hacia el norte, hacia los Estados Unidos, rugiendo, tomando las curvas a demasiada velocidad. Con un incesante ruido de cornetas y bocinas. Y en las caras de las gentes que se amontonaban en los coches, había algo, algo que hundió a Hernando en un profundo silencio. Dio un paso atrás para que pasaran los coches. Pasaron quinientos, mil, y había algo en todas las caras. Pero pasaban tan rápido que Hernando no podía saber qué era eso.

Al fin la soledad y el silencio volvieron a la carretera. Los coches bajos, largos y rápidos, se habían ido. Hernando oyó a lo lejos el sonido de la última bocina.

La carretera estaba otra vez desierta.

Había sido como un cortejo fúnebre. Pero un cortejo desencadenado, enloquecido, un cortejo con los pelos de punta, que perseguía a gritos una ceremonia que se alejaba hacia el norte. ¿Por qué? Hernando sacudió la cabeza y se frotó suavemente las manos contra los costados del cuerpo.

Y ahora, completamente solo, apareció el último coche. Era verdaderamente algo último. Desde la montaña, camino abajo, bajo la fría llovizna, lanzando grandes nubes de vapor, venía un viejo Ford, con toda la rapidez de que era capaz. Hernando creyó que el coche iba a deshacerse en cualquier momento. Cuando vio a Hernando, el viejo Ford se detuvo, cubierto de barro y óxido. El radiador hervía furiosamente.

-¿Nos da un poco de agua? ¡Por favor, señor!

El conductor era un hombre joven de unos veinte años de edad. Vestía un sweater amarillo, una camisa blanca de cuello abierto y pantalones grises. La lluvia caía sobre el coche sin capota, mojando al joven conductor y a las cinco muchachas apretadas en los asientos. Todas eran muy bonitas. El joven y las muchachas se protegían de la lluvia con periódicos viejos. Pero la lluvia llegaba hasta ellos, empapando los hermosos vestidos, empapando al muchacho. El muchacho tenía los cabellos aplastados por la lluvia. Pero nadie parecía preocuparse. Nadie se quejaba, y era raro. Estas gentes siempre estaban quejándose, de la lluvia, el calor, la hora, el frío, la distancia.

Hernando asintió con un movimiento de cabeza.

-Les traeré agua.

-Oh, rápido, por favor -gritó una de las muchachas, con una voz muy. aguda y llena de temor. La
muchacha no parecía impaciente, sino asustada.

Hernando, ante tales pedidos, solía caminar aún más lentamente que de costumbre; pero ahora, y por primera vez, echó a correr.

Volvió en seguida con la taza de una rueda llena de agua. La taza era, también, un regalo del camino. Una tarde había aparecido como una moneda que alguien hubiese arrojado a su campo, redonda y reluciente. El coche se alejó sin advertir que había perdido un ojo de plata. Hasta hoy lo habían usado en la casa para lavar y cocinar. Servía muy bien de tazón.

Mientras echaba el agua en el radiador hirviente, Hernando alzó la vista y miró los rostros atormentados.

-Oh, gracias, gracias -dijo una de las jóvenes-. No sabe cómo lo necesitamos.

Hernando sonrió.

-Mucho tránsito a esta hora. Todos en la misma dirección. El norte.

No quiso decir nada que pudiese molestarlos. Pero cuando volvió a mirar, ahí estaban las muchachas, inmóviles bajo la lluvia, llorando. Lloraban con fuerza. Y el joven trataba de hacerlas callar tomándolas por los hombros y sacudiéndolas suavemente, una a una; pero las muchachas, con los periódicos sobre las cabezas, y los labios temblorosos, y los ojos cerrados, y los rostros sin color, siguieron llorando, algunas a gritos, otras más débilmente.

Hernando las miró, con la taza vacía en la mano.

-No quise decir nada malo, señor -se disculpó.

-Está bien -dijo el joven.

-¿Qué pasa, señor?

-¿No ha oído? -replicó el muchacho. Y volviéndose hacia Hernando, y asiendo el volante con una mano, se inclinó hacia él-: Ha empezado.

No era una buena noticia. Las muchachas lloraron aún más fuerte que antes, olvidándose de los periódicos, dejando que la lluvia cayera y se mezclara con las lágrimas.

Hernando se enderezó. Echó el resto del agua en el radiador. Miró el cielo, ennegrecido por la tormenta. Miró el río tumultuoso. Sintió el asfalto bajo los pies.

Se acercó a la portezuela. El joven extendió una mano y le dio un peso.

-No. -Hernando se lo devolvió-. Es un placer.

-Gracias, es usted tan bueno -dijo una muchacha sin dejar de sollozar-. Oh, mamá, papá. Oh, quisiera estar en casa. Cómo quisiera estar en casa. Oh, mamá, papá.

Y las otras muchachas se unieron a ella.

-No he oído nada, señor -dijo Hernando tranquilamente.

-¡La guerra! -gritó el hombre como si todos fuesen sordos-. ¡Ha empezado la guerra atómica! ¡El
fin del mundo!

-Señor, señor -dijo Hernando.

-Gracias, muchas gracias por su ayuda. Adiós -dijo el joven.

-Adiós -dijeron las muchachas bajo la lluvia, sin mirarlo.

Hernando se quedó allí, inmóvil, mientras el coche se ponía en marcha y se alejaba por el valle con un ruido de hierros viejos. Al fin ese último coche desapareció también, con los periódicos abiertos como alas temblorosas sobre las cabezas de las mujeres.

Hernando no se movió durante un rato. La lluvia helada le resbalaba por las mejillas y a lo largo de los dedos, y le entraba por los pantalones de arpillera. Retuvo el aliento y esperó, con el cuerpo duro y tenso.

Miró la carretera, pero ya nada se movía. Pensó que seguiría así durante mucho, mucho tiempo.

La lluvia dejó de caer. El cielo apareció entre unas nubes. En sólo diez minutos la tormenta se había desvanecido, como un mal aliento. Un aire suave traía hasta Hernando el olor de la selva.

Hernando podía oír el río, que seguía fluyendo, suave y fácilmente. La selva estaba muy verde; todo era nuevo y fresco. Cruzó el campo hasta la casa, y recogió el arado. Con las manos sobre su herramienta, alzó los ojos al cielo en donde empezaba a arder el sol.

-¿Qué ha pasado, Hernando? -le preguntó su mujer, atareada.

-No es nada -replicó Hernando.

Hundió el arado en el surco.

-¡Burrrrrrrro! –le gritó al burro, y juntos se alejaron bajo el cielo claro, por las tierras de labranza que bañaba el río de aguas profundas.

-¿A qué llamarán "el mundo"? -se preguntó Hernando.

martes, 19 de mayo de 2009

bienal de cuenca



Debo reconocer que a veces la necesidad de postear cae bajo la amenaza de no poderlo hacer de forma conveniente, no es que no me surjan ideas buenas, lo que pasa es que a veces pienso que pudiesen ser inapropiadas, lo digo desde un punto de vista estricto y no por la mojigatería quiteñensis que tanto detesto.

Tuve la no sé todavía si mala idea de presentar mi obra "El Cuervo" a la Bienal Internacional de Cuenca, y digo que todavía no sé porque a veces me parece que sí hubiera sido una oportunidad para que los cortos experimentales que hago pudieren tener nuevos espacios de exhibición, sin embargo no fue aceptado el vídeo, no fue aceptado por cuestiones de política inapropiada, por decirlo de otra manera, no fue aceptado por divergencias ideológicas con las del régimen de turno.

No creo que el gobierno del reformismo pequeñoburgués, digo, de la Revolución Ciudadana, tenga injerencias nefastas en el espacio de la bienal, claro que no, pero de lo que sí estoy seguro es que el sesgo ideológico de la curadora fue un factor determinante para excluir a mi trabajo del evento cuencano.

Sí, no niego que tiene un planteamiento irónico frente a una figura histórica venerada por el país entero, sí, nunca he negado lo que sale producto de mi mente calenturienta y mis torcidas manos, espero no hacerlo nunca. Sin embargo, me surge la idea que ¿por qué las figuras históricas no deben ser tocadas, no deben ser cuestionadas por absolutamente nadie? La respuesta podría ser escalofriante, pero absolutamente cierta, el Estado no solo es una supra institución, sino que se superpone a la voluntad humana con todos los dejos y defectos de la religión más abyecta.

El Estado impone su propio santoral, figuras de mármol que no deberían ser tocadas por mequetrefe alguno (en este caso yo), santos y mártires tal cual la iglesia católica romana, figuras incuestionables y todo poderosas.

Sin embargo, en este caso lo que yo hice fue simplemente poner en entredicho el uso maniqueo de la imagen del Eloy Alfaro por parte del gobierno de la reforma pequeñoburguesa, digo, de la Revolución Ciudadana.

Fue tan evidente la cosa que la curadora vino a mi casa y me sugirió que cambiara la esencia de la obra, para esto aducía que era una "obra inacabada", para más adelante ya descaradamente alegar que era "contraria a la Revolución Ciudadana".

Obviamente sucedió lo que era evidente iba a pasar, no fue tomada en cuenta dentro de la selección oficial de la bienal cuencana, pero lo que sorprende es que hasta el día de hoy no he recibido notificación alguna por ningún tipo de medio, tampoco se me ha devuelto el material que entregué para la consideración del equipo curatorial.

No, no estoy resentido, he de reconocer que sí me molesta el hecho, pero no al nivel de echar mierda con aspersor, acepto tranquilamente la consideración de la curadora y el resto del equipo, no intento hacer problema de un hecho tan banal, ya está y ahí queda.

Sin embargo, es mi deber poner al descubierto lo que a mi modo de ver es sesgado por el signo ideológico (mas no político) de la curadora.

domingo, 17 de mayo de 2009

klaus nomi



Ya sé, ya sé, he tenido al blog muy abandonado.
En fin, trabajo, depre, más depre y encima más trabajo, me han hecho tener abandonado este espacio. Prometo ponerme al día, mientras tanto dejo esta joyita de uno de los músicos más interesantes que admiro.